domingo, 23 de noviembre de 2025

GENERACIÓN Z

 Aquí, entre gallos y medianoche, siempre me ha quedado la duda más grande que la deuda externa nacional. ¿Cuántos años cargas encima, criatura del ayer? Porque, si uno te mira de lejos, pareces una chibola loca, desenvuelta y más pilas que cargador chino; pero si uno se acerca con lupa, aparecen ciertos rasgos que contradicen tu eterna juventud, como cuando la abuela jura que tiene cuarenta y el DNI le grita setenta.

Tu cabellera verde esperanza —que más parece verde desesperanza— ondea como bandera de discoteca. Tus leggins apretados, con más huecos que presupuesto municipal, dejan al aire el 70% de tus zancos, y tus poses de diva escandalosa harían palidecer a cualquier Miss Universo de barrio. Y ni hablar de tu celular: lo usas a full volumen, como si quisieras que todo el vecindario se entere de tus dramas con el ex, el casi-ex y el futuro ex. Te quedas absorta, con la boca abierta como buzón de correo y los ojos de carnero sacrificado, clavados en el fulano que te toca acompañar. ¡Un espectáculo digno de Netflix, pero sin subtítulos!

-Lo que nunca entendí es tu rechazo al huevo. Sí, al huevo. La última vez que te chapé metiendo letra en el Festival del Libro, juraste que habías leído completito El Capital de Marx a los quince años. ¡Por Dios, casi me lo creo! Pero apenas me viste, tu explicación fue más rápida que meme viral:

—Choche, solo fue por meter letra… pero me he soplado los cuatro tomos.

—¿En resumen de Wikipedia, no?

—¡Arranca, arranca! Que yo no seré tan chibola, pero me manejo mi culturita. Si quieres, empezamos el boche. Aunque, mira, Choche de mi corazón, no quiero seguir porque estoy con un dolor de mitra que me está sacando la…

—¿Y por qué no te paso el huevo?

—¿Qué cosita? Rebobina y métele remix… ¿Meterme el huevo a mí? ¡Tas loco!
—¿No sabes de la pasada de huevo?

—Of course… cada mañana me paso un par de huevos fritos para el desayuno, por siaca.

—¡Ta! Bien chapada a la antigua. ¿No que eras moderna?

—Yea, yea, mi profe… no me vengas con tus wadas.

—Me refiero a un remedio tradicional, un ritual de limpieza.

—¿Y qué crees, que estoy mugre? Si acabadita me metí un duchazo.

—¡Para, Flaca! Es limpieza espiritual.

—¡Sorry! Yo pensé otra cosa… que querías aprovechar el momento, cogerte el huevo, digo, tomártelo y…
—Neli, Choche, esto se hace con huevo de gallina, se pasa por el cuerpo y luego se lee.

—O sea, además de meterme en la wada, ¿tengo que dar examen de lectura?
—No te burles. Es remedio ancestral, cura vibraciones negativas y quedas como nueva, como chibolita.
—Otra vez con mis añales. ¡Olvídate! Tengo la edad que tengo… y si no te gusta, ¡Buenas noches, los pastores!
—Solo quiero ayudarte, que no sigas sufriendo con tus migrañas.

—¡Loca! Dilo nomás. ¿Y tú eres chamán, brujo o simple aficionado? Porque de repente me tiras…piedras…

—Así lo quieras, ¡No! Con respeto lo hago, tengo experiencia y excelentes resultados. Pregúntale a tu vieja y tus hermanas, que son viejas clientes mías.

—¡Plop!

Y ahí quedé, como huevo duro en agua fría. Porque la Generación Z es así: se pintan el pelo de verde, se visten como catálogo de huecos, se creen Marxistas de Wikipedia y terminan confundiendo la pasada de huevo con desayuno continental. Son modernos para el TikTok, pero arcaicos para el remedio casero. Se burlan de la tradición, pero cuando les duele la cabeza, corren a Google: “cómo curar migraña sin dejar de ser influencer”.

Al final, me quedé pensando: esta chiquilla es la radiografía de su generación. Una mezcla de Marx con memes, de leggins con agujeros existenciales, de celulares con volumen de discoteca y de huevos… pero solo fritos. Y yo, pobre mortal, intentando pasarle el huevo, terminé convertido en brujo de barrio, terapeuta espiritual y payaso de Sofocleto. Porque, como dicen los sabios, “cada generación trae su huevo”… y la Z lo quiere con tocino.

 

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