domingo, 26 de octubre de 2025

QUERIDA LUCI

 

QUERIDA LUCI:

No sé si estas palabras llegarán a ti antes que el olvido, antes que el médico me declare oficialmente fósil humano o antes que el último vendaje se funda con mi piel. Hubiese querido decírtelo mirándote a los ojos, pero mis párpados están sellados con gasa quirúrgica y mi alma, con mucha pena. Lo nuestro, Luci, no fue una historia de amor: fue una erupción volcánica en forma de abrazo.

Aquel fin de semana —ese que empezó con vino barato y terminó con intervención médica— fue el prólogo de nuestra tragedia. Entramos a mi covacha como dos amantes clandestinos y salimos como dos cuerpos fundidos por la pasión y la falta de ventilación. Tres meses encerrados, alimentándonos de migajas, sudor y promesas. Tres meses donde el hambre nos mordía los tobillos, pero tú, tú solo querías seguir pegada a mí, como si el universo dependiera de ese contacto.

Y yo, Braulio, el ingenuo, el pegamento humano, no supe decirte que el amor también necesita pausas, distancia, oxígeno. Cuando intentamos separarnos, fue como arrancar dos raíces entrelazadas. Tres horas de forcejeo, gritos, súplicas, y tú, aferrada a mí como si tu vida dependiera de mi epidermis. No era deseo: era desesperación. No era pasión: era posesión. Y entonces llegaron ellos… los médicos, los auxiliares, los testigos de nuestra fusión carnal.

Diez profesionales, entrenados en trauma, quemaduras y cirugía de guerra, no pudieron con tu amor. Nos encontraron en pelotas, sí, pero también en trance. Tú gritabas mi nombre como si fuera un conjuro, y yo solo podía emitir gemidos de dolor y ternura. El balde de agua hirviendo fue su último recurso. Ochenta grados de separación. Y aun así, tú seguías pataleando, aferrada a mí, como si el calor fuera tu idioma y yo tu diccionario.

Ahora estoy aquí, en la Unidad de Quemados, convertido en momia emocional. Vendado de pies a cabeza, con tres orificios: dos para ver el mundo que ya no quiero ver, y uno para recibir papilla por sonda. Me llaman “El Pegamento”, no por lo que fui contigo, sino por lo que soy ahora: un hombre que no se despega ni del recuerdo.

El médico me visita a diario. No por compasión, sino por curiosidad científica. Me pregunta por el lugar, por el ambiente, por la comida. Quiere saber qué demonio químico permitió que dos cuerpos se fundieran como metales en fragua. Yo le digo que fue amor, pero él anota “síndrome de adhesión emocional con manifestación cutánea”. Me observa como si fuera un espécimen, no un hombre que amó demasiado.

Luci…fer, si alguna vez lees esto, si alguna vez te recuperas de tus propias quemaduras, te pido que no me busques. No porque no te ame, sino porque temo que al verte, mi piel vuelva a abrirse, mis vendas se deshagan y el pegamento se active. Lo nuestro fue hermoso, sí, pero también fue una advertencia. El amor no debería doler tanto. No debería dejar ampollas. No debería requerir intervención médica.

Y sin embargo, si algún día decides volver, que sea con guantes, con batas de asbesto, con un contrato firmado por los bomberos y una carta de renuncia al deseo desmedido. Porque contigo, Luci…fer, el amor no fue fuego: fue incendio forestal.

Con lágrimas que se evaporan antes de caer, tu Braulio, “El Pegamento”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario