domingo, 19 de octubre de 2025

AMOR DE ULTRATUMBA


Cada noche, Ramiro entraba como sombra ardiente a la casa de Maribel. Esa vez, borracho, erró de puerta y se metió en la cama de Clotilde, la suegra que lo odiaba. Al amanecer, ella despertó sola, sudando frío, con la bufanda roja del yerno enredada en su cuello. Nadie creyó su historia. Desde entonces, Clotilde duerme con tijeras bajo la almohada. Ramiro nunca volvió. O eso cree ella.

Pero el pueblo murmura. Dicen que Clotilde fue vista una semana después caminando por la quebrada, hablando sola, con la bufanda roja atada a la muñeca como si fuera un talismán. Algunos aseguran que la vieron cavando en el huerto de los González, donde nunca creció nada. Otros, que la escucharon cantar coplas antiguas, esas que se entonan cuando se vela a los muertos.

Maribel, la esposa de Ramiro, lloraba en silencio. Nadie supo si por la desaparición del marido o por el silencio de su madre. La casa se llenó de moscas, como si la ausencia de Ramiro hubiera dejado una grieta por donde se colaba la podredumbre. El perro dejó de ladrar. El reloj de péndulo se detuvo a las tres y cuarto, la hora en que Clotilde despertó con la bufanda al cuello.

Una noche, Maribel encontró bajo la cama una caja de madera. Dentro, había fotos de Ramiro con mujeres desconocidas, cartas escritas con tinta verde, y un mechón de cabello que no era suyo. Clotilde negó saber de la caja, pero sus manos temblaban como hojas secas. Maribel la enfrentó, y por primera vez, Clotilde habló.

"Él vino a mí como un castigo. No era hombre, era sombra. Me susurró cosas que no eran de este mundo. Me pidió que lo escondiera, que lo salvara de sí mismo. Yo no pude. Yo no quise."

Maribel huyó esa noche. Se fue al pueblo vecino, donde nadie la conocía. Clotilde quedó sola en la casa, con el reloj detenido y las tijeras bajo la almohada. Cada noche, el viento traía el olor del aguardiente y el sonido de pasos descalzos.

Un día, los niños del barrio encontraron en el río una bufanda roja, enredada en las ramas como si el agua la hubiera escupido. La llevaron a la comisaría, pero nadie quiso tocarla. El comisario la quemó, y esa noche, Clotilde gritó como si le arrancaran el alma.

La casa fue clausurada. Nadie volvió a entrar. Pero a veces, cuando el sol se pone y la quebrada se tiñe de rojo, se ve una figura en la ventana, con tijeras en la mano y los ojos como brasas.

Dicen que Ramiro nunca se fue. Que vive entre las paredes, que se alimenta del miedo de Clotilde. Que cada noche, cuando ella cierra los ojos, él se desliza bajo las sábanas, como sombra ardiente, como castigo eterno.

Y Clotilde, la suegra que lo odiaba, ya no duerme. Solo espera. Porque sabe que el amor, cuando se pudre, no se va. Se queda. Se arrastra. Se ríe.

Y cada vez que alguien pregunta por Ramiro, el viento sopla fuerte, como si el pueblo entero quisiera olvidar. Pero no puede. Porque hay cosas que no se entierran. Hay sombras que no se evaporan. Y hay bufandas rojas que nunca dejan de apretar.

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