El tipo acababa de desplomarse sobre la cama como todo un costal de papas. Venía de una chupística odisea digna de Homero en jodas, pero con más eructos, menos épica y mucho más sudor a trago de cantina misiasa. Trepar hasta el tercer piso le fue como escalar el Machu Picchu con sandalias rotas, en cada escalón se resbalaba y lo convirtió en un altar al vómito y la penitencia. Sudaba tanto que dejó un río que discurría humillado por las gradas y de tanto en tano, se imaginaba rodeado de cardenales al día siguiente; no por santo, sino por los moretones que le iban a florecer como milagritos de un kilo colgados en todo el cuerpo.
No sabía si era lunes, martes o el Apocalipsis. Solo
intuía que hacía pocos segundos se había desplomado como un barril de uvas
fermentadas sobre su cama que, apenas lo vio venirse encima, chilló como beata pisada
en procesión. Ni cobija, ni almohada, ni dignidad. Solo él, su resaca y el
universo entero conspirando en su contra.
Y entonces… ¡TIN TON TIN TON! El timbre empezó a sonar
como si la catedral entera estuviera tocando a rebato en gigantescas campanas
de guerra. Cada repique era una patada en las bolas. Ya medio muerto, estiró el
brazo como zombi buscando el celu, pensando que era su ex llamando para
reclamarle por el calzón de la noche anterior.
¡Nada! Tanteó aquí y allá como un topo con Parkinson.
Y otra vez: ¡TIN TON TIN TON! El sonido infernal lo hizo abrir un ojo, luego el
otro, y ahí sí: el huayco interno se activó. Si no se paraba, la cena anterior iba
a hacer una aparición especial en su cama. Se arrastró al baño como alma en
pena, se abrazó a la pared como amante despechado y por fin vació el tanque.
Respiró…resoplando tres veces seguidas, como quien vuelve del más allá.
Se sacó la ropa con la impaciencia de un stripper
deprimido, listo para un duchazo que le devolviera el alma. Pero justo cuando
iba a entrar al agua… ¡TIN TON TIN TON! Otra vez el maldito timbre, ahora con
la furia de mil demonios, se enrolló la toalla como gladiador en calzón y salió
tambaleando al intercomunicador, con el mal genio de un Lucifer en embestida:
—¿Qué chucha quieres a esta hora, hiitjo de la
guayaba? ¿No ves que es domingo, día de descanso, imbécil de mier…?
—Choche, sorry, pero ya son las once de la noche… del
lunes. Por siaca…
—¡¿Qué?! ¡No me güevees, pe! No estoy para aguantar wadas,
ni chistes celestiales.
—¡En serio! Son las once y tres minutos del lunes 15.
Hace un frío del carajo… y estoy totalmente desnudo frente a tu puerta.
—¡¿Desnudo?! ¡Ahora sí que estoy con un genio de los
mil diablos! ¿Quién chucha eres tú? No voy a abrirle a cualquier loco y con el
poto al aire.
—No te asustes… soy un emisario de Dios.
—¡Ya te advertí…! ¡No me vengas con wadas! ¿Qué sigue?
¿Tienes alitas y cantas villancicos?
—¡Obvio! Tengo alitas, aureola, toga celestial y mis
bolas de oro.
—¡Déjate de vainas! Que todavía estoy humeado,
chorreando trago y con cero de paciencia para ángeles nudistas.
—¡Por eso estoy aquí! Diosito me mandó con un regalo
especial para ti, su oveja más… peculiar.
—¡Para, para! Yo seré católico, apostólico y medio
hereje, pero no me vengas con cuentos.
—¡Justamente por eso! Dios quiere premiarte.
—¡Ja, ja, ja! No me digas que eres el Arcángel Gabriel
con GPS.
—¡Tampoco! Soy el ángel de las bolas de oro.
—¡Chau, choche! Con las que tengo me conformo… y están
bien puestas.
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