Ya conseguí chamba, techo, comida y burro—sí, un burro con más kilómetraje encima que combi a Mariano Melgar y sus cuchumil asentamientos. Por ahora vivo en el burro y papeo lo que me liga, o sea, lo que cae de casualidad; porque no es que el destino sea generoso conmigo, ¡Nooo! La cosa es que mi choche, un tal Oratius Cantarillas, se jura más cuerdo que el mismísimo Castillo, está más loco que una cabra con hipo. El hombre se mete en cada roche que, en dos semanas, nos han sacado la mugre catorce veces... ¡y eso sin contar los hondazos, los cilindros de agua bendita y los litros de mate de valeriana!
Yo quiero
vivir la buena vida, ¿ya? Ir al curatuertos, o sea, al oculista, pero aquí los
verdaderos tuertos y los bizcos naturales nos tienen declarada la guerra. ¡Ni
con anteojos de triple lente salimos librados! Al final, los únicos virolos
vamos a ser nosotros, porque las patadas acá te caen directo en los ojos,
dejándote como si fueran anticuchos en pleno festival.
Cuando era
chiquilla, la mamá de mi amo recibió una revelación del cielo: “¡Qué Orate tan
grande tienes!” Y desde ese día se quedó con la chapa un tanto malograda de
Oratius . Su novia se llama Dula, pero no la puedo verla ni en retrato: aunque,
entre tú y yo, es un esperpento bien puesto, porque para que le haga caso a mi
amo hay que tener unos riñones más resistentes que olla de picantería en hora
punta.
¡Y cosas
serias te cuento! Ayer le reventó unas tinajotas repletas de vino porque pensó
que eran gigantes malditos con forma de botellas. Después se trepó a unos castillos
de fiesta como si fueran toros de pelea—¡Ese Orate está más tostado que pan de
tres días! Y ahora, mientras te escribo esta misiva, él anda en plena tertulia
con dos damas que no son más que unas tremendas polillas de convento... Pero
ahí sigue, en plan galán de novela de canal local.
Con cariño y
sin dientes (porque ya me los volaron en la última patada), te mando un beso
inflado como cachetes con sango caliente.
Horacio Flaco
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