En el místico rincón de Huancarqui, donde hasta los espíritus saben y dominan las artes ocultas, se alzaba la figura inescrutable de Madame Bonipott Le Traff: médium, curandera, estafadora esotérica ocasional, y reinita del cebiche astral. Su nombre resonaba por todo el pueblo, no por sus milagros, sino porque una vez confundió un espíritu con el alcalde y casi lo embotella en una damajuana con agua de ruda.
Madame había
sido citada oficialmente por el Comité de Asuntos Sobrenaturales y su Feria de Santurrones
para demostrar públicamente su poder invocador, el mismo que decían había sido
adquirido después de corretear semidesnuda por todas las Huaringas en luna
llena, persiguiendo a un burro que hablaba francés.
Su misión era
clara: aparecer tres animalitos domésticos, según el capricho popular. Aun
sabiendo que la ocasión anterior había sido un desastre. Tras convocar un
cóndor, un perro callejero y un gato mudo (según pedido de tres solteros castos
que aún olían a alcanfor), los animales aparecieron hambrientos, malhumorados y
con estudios incompletos. El gato se fumó un cigarro y el cóndor intentó sacar
brevete. Los asistentes huyeron, y los voluntarios... nunca más fueron vistos,
aunque uno fue avistado en Chivay vendiendo queso de burra.
La nueva
convocatoria fue montada con escándalo y banda de caperos. En el local social,
abarrotado de curiosos y vendedores de pan con queso, Madame inició su ritual
con cánticos en dialecto huancarquino antiguo, una botella de chuchuhuasi en la
garganta, y se pasó un huevo por todo el cuerpo… incluido el de un cerdito
ceremonial llamado “Chanchibaldo”.
Luego pidió
tres voluntarios. El primero fue una viejita más sorda que piedra de molino,
cubierta en un velo negro que parecía cortina de funeral. El segundo, un
anciano que cojeaba como si bailara huayno en cámara lenta, con rodillera
fosforescente y mirada perdida en el infinito. El tercero… bueno, era Doña
Chabelita, la alegre del barrio, quien se ofreció antes de escuchar la
pregunta, y ya tenía listo su perfume “Atrayente de Fantasmas”.
Los sentó en
la mesita esotérica, justo donde antes había explotado una marrana poseída, y
empezó el interrogatorio místico:
—¿Qué animal
desea usted que aparezca? —preguntó a la viejita.
La viejita se
quitó el velo para responder… ¡y desapareció! ¡Zas! Como si la hubiera
absorbido un frasco de linimento vencido.
—¡Tranquilos!
¡Calmantes, montes! —gritó Madame— ¡Solo fue a recoger
al cuy errante de la primera sesión!
El público,
compuesto por puros “calzones negros” y tres turistas confundidos, se abalanzaron
sobre la mesa gritando: “¡Bruja! ¡¡Bruja con anticucho!!”, pero justo cuando
iban a tumbarla, Madame y sus dos voluntarios... también desaparecieron. Puff.
Como si los hubiera chupado el WiFi de otro plano.
Entonces se
oyó. Una voz cavernosa retumbó en las paredes del local:
—¡Si no
guardan la debida compostura en sus respectivos asientos... por vida que me los
como a toditos! ¡Y con Ocopa Arequipeña!
Hubo
silencio. Luego un aplauso tímido. Después alguien gritó “¡Está haciendo
teatro! ¡Le subieron el presupuesto!” Y otro vendió llaveros con la cara de
Madame impresa en cuyes de peluche.
Desde esa
noche, cada luna llena en Huancarqui se oye la historia. Dicen que si te tomas
tres vasos de chuchuhuasi, te pasas el huevo por el lomo y bailas el huayno de
la médium sin equivocarte… aparece un cuy astral con las respuestas a la vida,
al amor… o por lo menos a cómo freír la papa sin aceite.
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