domingo, 13 de julio de 2025

MUESTRAS SANGRIENTAS

No sé qué era más frágil: mis piernas temblorosas o la fe puesta en que el viejo neumólogo familiar —que ya veía menos que topo con cataratas—Juró por su santa madrecita y por el Señor de los Milagros, que me mandaría los benditos exámenes…  ¡Y nada! Lo único que me mandó fue al abismo de la incertidumbre... y al pobre catre asesino al cual me lancé como una estrella de lucha libre, y el condenado chilló como un gato con insomnio. El soundtrack perfecto para mi desgracia.

A las seis de la mañana, mientras el frío convertía hasta mi alma en un iceberg, la luz decidió hacer huelga. Mi guarida se volvió una sucursal del infierno pero sin calefacción. Quise orinar con dignidad, pero terminé con la mano en el Niágara helado y... sí, el tsunami me dio un beso salado en la comisura de los labios. Dicen que el karma existe; yo digo que se ríe en mi cara mientras toma café (con azúcar, claro).

En búsqueda de desayuno, hallé un bol de canchita como si fuera un tesoro arqueológico. Calenté agua como náufrago esperando señales divinas. Encontré un sobre de té sin azúcar y, en un error digno del Nobel del sufrimiento, confundí café con chocolate, le eché dos cucharadas y mi lengua quedó como asfalto recién pavimentado. ¿Degustar? No. Fue más bien un ritual de autocastigo.

Cuando el sol decidió mostrar piedad y me mandaron los resultados, partí al centro clínico con más esperanza que lógica. Pero un ciclista poseído por Satán me tiró como ficha de dominó al grito de “¡Sal pue’ del camino, tío de la p…!” y terminé en la vereda, rodeado por una tribu de opinólogos urbanos que debatían si llamar un cura o hacerme trending topic.

En la Recepción, la dependienta me lanzó el combo: “¡Cola, abuelito!” y me sentí como extra en una película de Tarantino con presupuesto escolar. A las dos, con la dignidad arrastrando mis medias, alcancé el laboratorio. El letrero decía “TOMA SANGRIENTA DE MUESTRAS” y la enfermera empuñaba una lanza tan grande que sospecho que trabaja medio turno como gladiadora.

Me desplomé, derrotado pero invicto, con la lengua ya parte del pavimento y el orgullo hecho puré. Y así, amigos, descubrí que la mala pata sí existe... y probablemente tenga bici.

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