M´iabiya pareciu qu´iuna desconocida figura s´iabiya metiu por l´escura puerta y pucha que se me pararon los pelos de punta; pero, además, esa rara sombra, creyo que, desesperada, apenas me vido, s´escuendió detrás de la hoja a medio cerrar. Allí, d´iaseguro, s´iacolpachó muda co´muna tapia y solo pude catiar que, pocua poco, alzaba una de sus blancas manos sobre la boca; pareciba estar como queriendo enterrar tuitas sus dudas... ocultar su tembladera al no poder desatar ese ñudo hecho con aquellas palabras extrañas imposibles de entender dende qu´iabiya llegau aysa casa; pero más se moriya por desatar tuitas sus preocupashones, apenas habiya llegau pa´servir allí, como compañía a los señores; tal como le habiyan recomendau sus extrañados tatas y su larga promesa de volver a verla…tantito como lo permitieran sus tareyas del campo.
En ese
instante estaba solititito en la sala del comedor, sentau en un canto de la gran
mesa tapada con un mantel a cuadritos rojos y blancos, tratando de sonkar mi
jarro de leche callente y aquella sospresa me dejó helau y con otro quemante
sorbo por empezar. Rapidito bajé el jarro y me paré común resorte; chilló la banca
yal istante, otra sospresa: salió de su escondite y se hizo totalmente visible.
Ella ladió su carita hashendo bailar sus trenzas y solo apuró un paso para
salir d´iaquel empacho dispués de verme.
Aura pude catiar que seguiya con su dedo apretando sus labios y pareciba qu´iba
a romper en llanto. Su carita se pintó de rojo intenso y solo pudo mascar entre
dientes algo así:
-¡Ñiñochay!
Y salió espantada
de la sala catatando un güen kepi de colores que s´iakolpachaban amorosos al
cuerpo d´iaquella pasñita ucumari y muy asustadiza. Luego, más tarde, pude saber
qu´era la hija de los ahijados de mis tatas mayores y que se la habiyan dejau
pa´ que seya toda una mujercita de provecho. A la mañana siguiente, ricién habiya
llegau los primeros rayos de sol y al abrir los ojos, me topé con toda ella y aura
el asustau era yo mismito. Me clavó tremenda huaspiada y empezó a soltarme un
montón de palabras que no entendía ni jota; hasta que, cansada de repetirlas,
me tomó de un brazo y ricién pude entender que debiya dejar la cama. Me apeyé a
su ladito y otra vez quedé helau hasta que desperté y pude contemplarla; sin
lugar a dudas era hermosa y sus inquietos ojos negros tampoco dejaban de
mirarme.
Por primera
vez, lo juro, no sabiya cómo esplicarme lo qu´estaba pasando en mis adentros,
creyo qu´era una revolushón y solo sentiya
que algo nuevo no cabía en mí pecho; era algo muy estraño pero muy rico; sin
embargo, esa noche no pude pegarme una güena dormida.
En la mañanita siguiente, sentiya que tuita la
casa andaba cambeyada: con harta luz, el diya pareciba reguirse conmigo, alegre,
muy alegre y ricién pude apreshar los lindos gorjeyos que veniban dende los
molles d´iajuera, hasta el solcito aura era más mejor. Una vez sentados a la
mesa con tuita la peyonada, sonkamos un güen jarro de leche callentita junto
con iaquel pancito de tres puntas que catataba
el rescoldo de la konchita jamillar. Y´estaba por acabar mi ración, cuando sin
preguntar, ella vino por mi lau y m´iaumentó
otro tantito de leche callentita y se sentó. Al chaullarla, me supo a miel y no
dejé de mirarla hasta acabar todo mi desayuno.
Esa misma
noche, antes de acostarme, quise dar una güelta por la huerta cargada de
abridores, de grandes cirgüelas y los papayos, chipaditos, ofreciyan maduros
frutos que invitaban a tuitos los vecinos que por allí sabiyan tacpiar. Pa´ nuacer
ruido, estaba patacala y camino al zaguán, tomé un candil y lo llevé escuendiu.
Iba a dar güelta p´ ingresar al huerto, cuando una figura se m´iapresentó d´improviso
frente a mí. No dijo ni jota. Solo estiró su brazo y me alcanzó un oloroso mate
de cedrón. Apunté la luz hacia su carita y estaba más coloradita que nunca. M´iacerqué
y le di un beso con tuita m´ialma y mientras se alejaba, solo pude escuchar:
-¡No ñiñochay!
¡Es mactitay!
*Mactitay: mi jovencito
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