Él tipo había acabado de recibir, vía f, una invitación, previos consejos y sugerencia para poder participar “voluntariamente” en una acción social y por demás humanitaria ocasionada por el intenso frío reinante que había cedido su trono irascible e insoportable, hasta trocarse en crueles tormentas propias de un tirano cruel y despiadado; con decir que esta vez, le estaba cobrando excesivos intereses convertidos en galones de mocos, accesos interminables de tos y, lo peor, desapareciendo cientos de rollos de toallas de cocina usados como pañuelos; con el maldito agravante que esta vez, la indeseable, ahora venía acompañada con sus retumbantes truenos internos, silenciosos cohetes, relampagueantes ventosidades por demás comprometedoras, sobre todo cuando desfogaba sus posteriores ataques. Y que, a pesar de todo ello, varias veces lo encontraron tranquilo y contrito, en total silencio al igual que toda la feligresía postrada en plena misa y justo en plena elevación de la hostia donde el mutismo general era absoluto y que, por lo mismo, no podía recibir la comunión por la asfixia general a desatarse; por lo tanto, tuvo que salir solapa, pesaroso y muy acongojado, en completo silencio y solo por el rinconcito… apretando las piernas a más no poder.
Pero, en otros recordados casos, su repentina tos
venía con furibundos ataques convulsivos que le sacudían todo el esqueleto como
un gastado mantel de chifa; además de los estruendosos retortijones o fijos anuncios
de incontenibles huaycos; y para no dudarlo, dichos festejos bajaban en torrentosos
conchos, causando inundaciones de aguas negras plenas de olores nauseabundos;
en cuyos casos, la única opción de salvación era meterse en cualquiera de las feroces
estampidas con los curas a la cabeza, los fieles y las infaltables cucufas,
quienes se tropezaban torpemente entre sus largos y viejos velos; mas, en las
últimas horas, los escapes sólidos tampoco se detuvieron a contemplar
posibilidades de factibles daños colaterales; parecían ya no caber en la bolsa del
reducido calzoncillo hecho hilachas y además, este pobre fulano de tal, ya ni
quería voltear la vista hacia atrás, pues tenía la seguridad que, con cada
pasito ajustado, iba dejando una estela regada
y completa a la luz de toda la gente que podía estar peligrosamente por los
alrededores .
Y por último, cuando el pobre desgraciado se
dio cuenta que apenas se acercaban a él, la gente, automáticamente se llevaba
la mano a la nariz, certificando que, efectivamente, la cosa ya se le vino con varias
yapas. Pero… además, no contaba con que apenas
se detenía para buscar un baño, no bien estaba un metro de distancia, todos los
demás vecinos desaparecían como por encanto. Con todas estas desgracias y
debido a su escasa estoicidad a prueba de balas, suponía que todo esto solo era
propio de su imaginación y trataba de tomarlo como meras figuraciones suyas;
buscando urgentemente alcanzar los servicios higiénicos más cercanos para quitarse
la mochila inferior; pues la cosa ahora
era mucho más grande y con su peso llegaba al piso… Desfalleciente, rezaba a San
Justito del Poto porque el posible baño tuviese ducha y casi calato, poder
esperar hasta el día siguiente para que seque toda tu ropita: una simple camisa
y su par de zapatos rotos.
Pero volviendo al asunto de dicho pedido hecho
por f, donde le solicitaban alguna prenda de abrigo, ya sea un suéter o
una chompa que pudiese atenuar el invierno o si podía, mejor una frazada o
cobija para alcanzar a los pobres desgraciados que se estaban muriendo de frío
en los asentamientos de la periferia. Bueno, este fulano de tal, tenía toda la
intención de contribuir gustosamente con dicha acción benéfica e inmediatamente
intentó bajar al sótano para buscar algunas prendas que pudieran servir para
dar cumplimiento a la causa. Quiso prender la luz e intentó repetidamente
apretar el botón en On y nada. Optimista, trató de avanzar en plena oscuridad y
al dar el primer paso, dado que supuestamente conocía el camino de bajada; cayó
como un costal de huesos sobre el sótano
full botellas. Como pudo, se puso en pie y penosamente logró subir para traer
una vela. Ya de vuelta y con el cirio encendido, iba a cambiar de mano para
cogerse del pasamanos y se le cayó la vela…su luz y sus esperanzas; toda vez
que volvió a estar en tinieblas. Sólo le quedó sentarse y respirar a fondo para
tratar de recuperar la paciencia. Ya se iba a retirar, cuando de pronto, en el
piso pudo divisar una pequeña lucecita y se le prendió el foco. Bajó con sumo
cuidado y en el último paso de las escaleras se hundió la vieja tabla y se vino
con todo el cuerpo sobre un viejo baúl guardado desde siempre. Ahora sí. Con
todo su puerco adolorido y estirado, cayó como un sapo e hizo un gran esfuerzo
para poder recuperarse y sentarse para contemplar y así tomar una última
decisión.
Puesto en pie nuevamente y con mucho dolor a
cuestas, hizo un análisis de los trastos, los restos y los demás objetos allí
guardados hasta donde podía alcanzar su vista al alumbrar la vela ya recuperada:
montones de libros, copias, escritos, revistas, viejas, colecciones de apuntes,
rumas de blogs, archivadores repletos de documentos y un sinnúmero de
colecciones. En la otra esquina, en el más grande estante, estaba la ropa
usada, debidamente empaquetada y amarrada con mucho cuidado. Después pudo
observar los discos de vinilo, las innumerables series de Pelis, hasta el
montón de casetes de La Nueva Ola, junto con otro montón de cachivaches colocados
en la esquina opuesta. Se dirigió a los atados de ropa para averiguar, en cada
caso, su contenido. Allí estaban los pantalones y la ropa de verano. En este
otro, los sacos casi nuevos, las camisas de lana y por fin, la la ropa de
invierno; aquí hay dos chompas bien abrigadoras…las casacas de lana, aquí los
pantalones de jean. ¿Y dónde están las frazadas? ¿Allí? En los otros bultos
sacaré un par y eso sería todo. Creo que es suficiente. Aseguró el alijo
y ya sentía estar recibiendo el agradecimiento y las felicitaciones
respectivas. ¿Y cuándo iba a llevar todo el bulto? Para ello tuvo que colocar
la vela sobre una ruma de libros que había improvisado. Tomó el atado y al tratar
de colocarlo sobre su lomo para cargarlo, un torpe movimiento rápido rozó la
luz sin darse cuenta. Y las sombras se movieron.
Lentamente quiso recogerla, pero el tamaño de la
carga no lo permitía. Ya iba a depositarlo en el piso y de pronto una llama
gigantesca brotó de la nada. Crecía y crecía tanto como el miedo espantoso en
su mente. Tiró el encargo y sacó otra frazada para apagar el fuego que aumentaba
incesantemente, mientras unas negras sombras parecían bailar en todas las
paredes. Tomó la cobija con ambas manos y se la llevó hacia arriba. La bajó con
todas sus fuerzas para apagar las llamaradas, pero el fuego se avivó y no sabía
qué hacer. Iba a escaparse por las escaleras, pero meditó que sería el acabose
de su casa. Esta vez estiró la frazada cuanto pudo y cubrió las llamas. Ahora
sólo salía humo, pero sabía que el fuego podría continuar por abajo. Cogió un
bidón de agua. Y lo vació sobre ese manto que seguía humeante. Luego roció un
segundo y un tercer botellón de agua hasta que no hubo señal de aquel amenazante
fuego y ahora sí que quería estar completamente desnudo.
A la mañana siguiente. Después de bajar
nuevamente al sótano sin quererlo, se puso a sudar copiosamente a pesar del
frío reinante. Apareció un sonido familiar y cogió el celu, pero sólo pudo
responder así:
-Chichi, amiga, por el momento no puedo
apoyarte en tu noble causa y aunque no lo creas, estoy sin abrigo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario