Podría parecer algo imposible dado el lugar escogido; pero, aunque no lo creas, estoy en el baño y no precisamente tomando una refrescante ducha; arreglándome el bigote o la barba, ni cepillándome por lo menos esta hilera de maíces cusqueños que solo los muestro cada vez que me río. No. Me hallo sentado, hecho una réplica de Buda en carne y hueso, inflando los cachetes a más no poder; producto de mi desesperación reiterada una y otra vez hasta el hartazgo; sin embargo, y a pesar de los pujos y repujos, quería tomarme una selfie y esconderla o guardarla, para que, en otro tiempo, pueda ser catalogada como única en su especie por las expresiones captadas. Pero además lo preocupante no solo era que dicha inflación me tenía con las orejas abultadas cual inmensas parabólicas de destructor atómico, sino que esta hinchazón estaba bajando…y no de tamaño; por el contrario, ahora, se deslizaba maliciosamente por la papada, el pecho y el bombo de artillería que ahora tengo por barriga. Seguramente, debo parecer un grotesco luchador de sumo tercamente sentado.
Lo peor de todo es que -si mal no
recuerdo-, desde hace unos tres o cuatro días, he sufrido una modificación
total e imprevista en mi hábito esencial. Pero, por siaca, y por lo dicho, no
pertenezco a ninguna congregación religiosa y, por ello, haya tenido la
necesidad de cargar sobre el lomo, mañana, tarde, día y noche, una toga o
sotana que me identifique plenamente con la orden preferida por mis
obligaciones religiosas o sacerdotales…
-¡Tonce…?
Sigo en el baño… Con el celu tirado
sobre la cercana mesita del lavabo después de haberse descargado completamente la
batería por las cinco horas seguidas tratando de obtener algún interesante
video capaz de sacarme de la maldita postración en la que me hallaba. Pues
aburrido hasta las orejas, seguía puja que te puja, como animando a un globo
aerostático. Hice otro acopio de fuerzas respirando casi hasta reventar y solo
conseguí quedarme con la lengua afuera en un jadeo permanente y con los globos
oculares tan grandes como bolas de bowling queriéndose escapar hasta reventar
los sufridos párpados.
En dichos momentos, no había
reparado en mi pre-diabetes (obtenida en mi ADN, según nuestro médico de
cabecera; quien afirmaba que mi hermana era muy dulce); ni en mis disparos acelerados
de la presión arterial, la gastritis crónica, el zumbido en los oídos, los ojos
tapados de chognis cada mañana; tampoco en mi embalonamiento permanente aunque con escape
libre; así como en la caída de párpados que me dejaba como chino en quiebra
mirando cómo se iba su bodega; además de la artrosis galopante en los codos y
en las rodillas que no me permitían rezar arrodillado, ni sentado, menos parado;
mientras, a cambio, sentía una incontrolable ansiedad por comer de todo, especialmente
a toditas mis vecinas, a pesar que me estaba prohibida la ingesta de carne y
ellas eran una expertas muestras del apetecible producto.
Consecuente con esta variedad de
síntomas, signos y avisos; acudí a todas las consultas médicas y: Estreñimiento
Total. Luego, de cajón, llegaron las obligadas recetas: mandarme en el buche
siete pastillas de diferentes formas, tamaños, colores y sabores: diez cápsulas
y cuarenta globulitos para “combatir” todas y cada una de las consecuencias
corporales, amén de las psicológicas y las psiquiátricas corriendo en pleno
camino.
Más era inconcebible que aparte
de estas simples afecciones confirmadas, fuesen aceptadas con un estoicismo
bárbaro y una resignación que haría palidecer al mismo Job; y para peor desgracia
mía, de un momento a otro sentí el ancestral llamado de la selva: rugidos
espantosos de mis leones gaseosos que gruñían
desesperadamente porque estaban con un filo de la gran flauta. Asimismo, sabía
que cada mañana debería asistir a la 7:15 o´clock para descargar mis puntuales
evacuaciones. Hoy, ingresé al baño lleno de la más absoluta intranquilidad,
pues maliciaba que dichos rugidos correspondían a los anuncios que hacían el Ciego,
por estar más ciego que nunca; el Colon, decubierto del todo; el Recto, torcido
para siempre y el ano dormido…hasta dar el aviso pertinente cuando se aproximara
el huayco.
-¿Falsa alarma?
¡Nooo! Ya congelado en el trono,
cogí el celular para amenizar el supuesto concierto a cuatro voces, pero cuando
hice el primer intento para llamar a un nuevo toque de rebato, todo el intestino
grueso se hizo el tercio y tan solo expelió un minúsculo quejido en do menor y en
una fracción de segundo. Intenté una segunda vez, con más ímpetu y dedicación
y…nada; una tercera y peor, ni chis ni mus. Seguí persistiendo porque creía que
solo era cuestión de tiempo.
Después de cinco horas pujando el
lunes, el martes y hoy, miércoles, estoy convencido que este constipado solo se
curaba, como antes, con Aceite de Ricino y el jugo de media naranja, aunque
para que lo tome hoy, después de un cuarto de siglo… Tendrán que amarrarme otra
vez a la cama, agarrarme entre cuatro personas, abrirme el hocico y con un
embudo de grifo, mandarme un galón ya preparado.
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