lunes, 5 de diciembre de 2022

MI CÉLEBRE PAJARRACO

 A pesar de la distancia, aun hoy, regresan a mi mente aquellas vívidas reminiscencias tan propias de la adolescencia, envueltas en aquella mi libertad que despertaba incontrolable frente a tus inocultables muestras de ternura brindadas en cada caricia que le otorgabas a mi pájaro. Pero, ahora más que nunca reparo que, si bien, yoni, era dueño de una esbelta, agradable y atractiva figura varonil, modestia parte, y que fuera de mis claras facciones hercúleas, por demás impactantes, lo cierto era que, a más mimos dados, mayor la atracción que despertaba mi mote de “Chirote” que, según mis cálculos, no pasaba de ser uno más del barrio, en esa tierra de innúmeros pajarracos que prometían mucho.

Del mismo modo, ahora advierto también que, en tales momentos, mis cavilaciones, pensamientos y preocupaciones estaban únicamente centradas en una hermosa minina que días atrás era una de las tantas vecinas que vivían en la cuadra, a dos escasas casas de la mía; quien había pasado ochenta mil veces su esmirriada y frágil figura frente a mi puerta; es más, que dicha flaca pasaba inadvertida estando presente y muchas veces sentada a mi lado en los cumpleaños, en las fiestas y demás reuniones que se propiciaban en el barrio se tornaba francamente invisible. Pero de la noche a la mañana había tenido un estirón y esas trenzas hermosas recogidas parecían reflejar todo el oro del sol mañanero, sus rubores infantiles se habían disipado maravillosamente por todo su lindo rostro y el verdor de sus ojos parecía ser aumentado por la intensidad de su mirada y sus largas rizadas pestañas…

Mas lo cierto, también era que conforme pasaban los días se acentuaban sus inconfundibles rasgos femeninos que seguramente eran envidia de sus demás amigas, pues concitaban la admiración de aquellos gavilanes mayores en busca de una presa… Y qué mejor, si ya le estaban echando el ojo a tan grata revelación femenil ocurrida en la vecindad.

Si bien, al comienzo no sabía el por qué yoni, sentía una amargura inmediata con cada comentario travieso lanzado sobre su muy atractiva figura en plena conversa habida entre los muchachos de la cuadra, pues, peor era mi estado de furia cuando escuchaba un piropo lanzado hacia ella por los muchachones mayores y, de pronto, sin saberlo, se encrespaba mi cólera y quería esconderla en lo más hondo de mi alma pero no atinaba a suponer la verdadera razón de tales reacciones; más, tampoco tenía el lugar para poderla proteger… ¿de qué? ¿de quién? Y sobre todo, ¿por qué me sucedía aquello?

Cosas del destino, cavilo en esa noche inolvidable, y solo recuerdo que ambos coincidimos en la quema de capo, un anticipo o bienvenida a la celebración de nuestra Cruz; asimismo, que luego de haber estado saltando uno tras de otro sobre los montones encendidos junto con los demás amigos, resultamos sentaditos uno al lado de la otra y.... Recién pude apreciar aquella belleza tan exquisita, que por determinados momentos se me quedaba mirando fijamente.

-¡Hola, Gatita… ¿cómo estás?

-¡No soy gatita! Tengo nombre ¿Y no lo sabes? No me hagas reír…

-¡Solo te conozco como la Gata! ¿Y tu nombre es tan lindo como…?

-¿Cómo quien?

-¡Cómo tú! Porque eres realmente bonita, y tus ojos son lindos…

-Bueno… soy Lindaura… ¿Y tú, eres Benito, nooo…?

-¡Sí, Linda… para mí serás Linda… ¿qué dices?

-Como tú quieras… y para mí serás… ¡Beno!

No hubo despedida, pero aquellas miradas intensas se prolongaron tanto como duró el alejamiento  nuestro después de haber tomado la Diana, que pasó desapercibida; ni dulce, ni caliente; solo fue una taza de Diana… porque, por fin, había logrado mirarme en sus grandes e intensos ojos verdes que me dejaban retumbando el corazón a mil por hora y ya me sentía, ahora sí, el dueño de toda ella.

Dormí esa noche como nunca, feliz de la vida y de mi suerte.

A la mañana siguiente, estando sentado a la mesa para tomar desayuno, hice todo lo posible por tapar de mi rostro, los grandes moretones y esconder mi nariz bastante hinchada.

-¿Qué te ha pasado, hijo? Has estado boxeando en sueños… -dijo mi padre-

-¿A ver… qué te ha pasado hijito? Quién te ha hecho esto… para ir a… -refunfuñó mi madre-

-¡Jugando fútbol, ayer… Me caí…

Miré alrededor de la mesa y mi hermano no había asistido al desayuno… Y mientras miraba de soslayo cómo se iba enfriando mi leche, recordaba como esa misma madrugada, mi hermano mayor se había despertado más temprano y me dijo:

-¡Oye, Beno… ¿Qué diablos hacías anoche con mi mujer?

Y después de tener una fuerte discusión por haberla llamado así, de los gritos pasamos a los insultos personales y no aguantándome la rabia contenida, me paré de un salto y ataqué a mi hermano como si fuese mi peor enemigo, con una sola idea metida en mi cabeza: limpiar aquella expresión, tal vez lanzada con el solo ánimo de causar una broma o medir mi capacidad de respuesta. Quería destrozarlo hasta sentir en mi alma que pidiese perdón por haber dicho que era su mujer y por Dios que en tal pelea a puño limpio frente a mi desafiante hermano y rival, no sentía sus furibundos golpes… Solo tumbado en el piso pude ver muy manchada de un rojo intenso mi ropa interior, que tenía un sudor que parecía fluir a borbotones, que me quemaba la cara como nunca y a pesar de todo, seguía con los puños apretados, a la vez que me repetía: ¡Ahora ya es mía… solo mía, míaaa!

-Sí, pueee… a este pajarraco atrevido… le tocó perder…

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