Fue increíble el efecto de necesidad mortal sufrido en mi casi último clinch camatorio, pues fatalmente dicho choque y fuga me puso de cabeza y literalmente suspendido de ambas piernas. Me explico: dicha cogida de verano resultó poco menos que agradable y con cero satisfacción, hasta podría afirmar que fue un chape para el olvido; pues en aquel sorpresiva raspada previa al clímax, mis piernas rozaron a las suyas e inmediatamente se desató un terrible corto circuito venido desde mi fondo sacro-santo que me paró en seco. La causa, ella se había olvidado de acudir a su usual clínica de belleza para el pelado a fondo de sus incomparables y alucinantes gambas. Justo en ese trance, tan solo bastó un suave click a nivel de tibias y, al toque, se encendieron a full generando una inmediata invasión peluda, cual disparo incontenible de una agresiva enredadera salvaje que me tomó todito en puros cueros; además, congelado y atrapado totalmente entre esa maraña de pelos hirsutos y entreverados; los mismos que habían adquirido proporciones de largas y envolventes lianas, trenzadas salvajemente con los míos.
Tres días con sus noches nos mantuvieron ocupados en querer y no querer desenredarnos
por completo, pero el agravante de estar expuestos en completo estado natural
y…en pleno patio de la vecindad; las viejas vecinas por poco nos echan un parcito
de baldes de agua…pero hirviendo, para deshacer dicho enredo y así nos pudiésemos
vestir. A la semana después de recuperar el aliento y parte de la piel, le
propuse ir a un centro de belleza oriental o Spá Hindú para que se someta a una
fácil y agradable depilación. Llegó el día de la cita y la acompañé para ver si
también me animaba a la calculada tortura China; efectivamente, ya en el sitio,
pasamos a una habitación decorada exquisitamente con multiplicidad de colores
chillones, plantas exóticas, incienso y muchos cuencos de cristal dispuestos
misteriosa y ordenadamente a la manera típicamente india.
Salió un hombre con su usual vestimenta ancestral: calato y blandiendo una
extraña flauta en una mano, con un canasto grande tapado y un turbante enredado
en la cabeza conformaba todo su vestido. Este viejo enjuto, flaco y barbudo se
depositó sobre unos almohadones y abriendo desmesuradamente ambos ojazos, le
pidió desnudarse a la nerviosa cliente; luego le sugirió recostarse y presté
mucha atención a la música que iba a interpretar. Porque pude reparar que solo
fue una bien montada parodia, pues solo hizo la mímica respectiva cogiendo con
ambas manos el instrumento; colocarlo sobre sus labios oscuros, mientras hizo
reproducir la música grabada en un dispositivo oculto mañosamente. El llamado
especialista indio, tomó el canasto y lo destapó. Mi curiosidad iba en aumento
y empezó a sudarme copiosamente ambas piernas. De pronto, del dichoso canasto,
asomó amenazante una cimbreante y negrusca cobra y ante la fuerte sorpresa de
mi pareja, retrocedió y al instante, se le erizaron los vellos y el
especialista también se quedó perplejo. Luego, tomó entre sus largos y temblorosos
dedos una pequeña rasuradora provista de una tradicional hoja de afeitar.
Apenas trató de cortar los pelos más cercanos se le rompió la maquinita, pero
siguió con su trabajo pues, previamente, nos habían asegurado dejar ambas
piernas con la suavidad propia de una chichi de monja en retiro.
Desesperado el especialista después de haber efectuados tres seguidos intentos,
sin quererlo, cambió el ritmo musical y la asustada cobra no cogió el tono, se
terminó su mirada hipnótica; volteó hacia su captor y atacó ferozmente al
responsable de su cautiverio, tomándolo de la lengua que era lo único que no
dejó de moverse al compás del mambo N°9.
No quisimos saber el desenlace y salimos volando del macabro espectáculo
vivido. Ya en el trayecto a casa, mi chica se puso a llorar desconsoladamente,
pues pensaba que nunca recobraría la suave tersura de sus maravillosas e
incomparables armas siempre dispuestas al ataque.
-No te preocupes que ya tengo la solución; ahora que pasamos por
la ferretería compramos unas tijeras…
-Seguro que también se rompen…
-No creo, porque estas van a ser unas simples tijeras… de
podar.
Hasta la fecha no he vuelto a saber de ella y, sobre todo, de tocar esas
incomparables piernas…Aunque lo primero que toco ahora son las tibias…por
siaca.
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