Últimamente (más o menos tres años), que no podía (ni quería) acordarme, ni un cachito, de mis más urgentes obligaciones vitales: levantarme temprano, darme una manita de gato, de perro o de adolescente pa´quitarme el cúmulo de legañas, telarañas y rastas como mínimo; menos, el buscar trabajitos que duraran por lo mucho un cuarto de la jornada diaria en una jefatura o gerencia estatal. Todo esto, si bien no me parecía muy raro, pero, a cambio, todos aquellos otros compromisos referidos al cumplimiento de mis deberes tomados con un carácter de hachazo mortal, tales como: vestirme únicamente con ropa de marca, comer solo aquellos platos que mi exquisito paladar aguantaba no podía olvidarlos ni por simple ejercicio mental. Más a pesar de lo mencionado con mucha resignación, hay otros que tampoco quiero acordarme, porque creo que se han perdido -a propósito- bajo las gruesas alfombras de mi insospechada conchudez, otorgándoles un especial trato daño colateral, cayendo gravemente en un estado de amnesia total, pero la misma que es muy circunstancial y recurrente; que solo surge en el preciso e infalible momento de cumplirse el plazo para pagar digamos… no una solitaria deuda, sino, particularmente en aquellos montos tan exagerados por mis múltiples acreedores y considerados (por mí), como materialmente impagables, al convertirse en creciente deuda de este cumplidor puerco. Del mismo modo, de su imposibilidad mnémica al tratar de recordar la dirección exacta de aquellos remotos sitios dónde pagarlas; mucho menos, de esos hilarantes casos como son: el devolver todos aquellos celulares, tabletas, laptos y demás aparatos de TV y altos equipos de sonido entregados inocentemente por mis confiados vecinos para su pronta recuperación y/o reparación, aun sabiendo que para la obtención de mi título como técnico electrónico solo me faltaba terminar de pagar la matrícula, puesto que olvidé el saldo a cancelar, el nombre del Instituto y su imborrable dirección.
No cabía duda alguna para mis
adentros que, muy en el fondo, haciendo un examen extraordinario en los bajos
de mi negra consciencia, aun después de haber acudido a varios coaches, hipnotizadores
y amigos del SIN, especialistas en hacer cantar a punto de combo, pude recordar
mi tierna edad y no comprendía cómo a mis 45 añitos podía estar perdiendo aceleradamente
mi memoria, salvo que estuviese en pos de haberme matriculado en un conocido
Instituto alemán y se vislumbrara en mi horizonte inmediato un prematuro postulante
a la Escuela de Alzheimer, dada mi ausencia prolongada de Acetilcolina y otros
neurotrasmisores; pero tal cosa en mis últimas profundidades no resultaba de
mayor preocupación porque generalmente tampoco me acordaba ni jota de tales
consultas.
Sin embargo, hoy por la mañana,
casi a las 11:45, hora promedio de abandonar -muy a mi pesar- las tibias y
mullidas sábanas de mi Súper King Size, estando en pleno desayuno franciscano:
dos inmensos jarros de leche calientita acompañada con diez panes de tres
puntas con full mantequilla y mermelada de papayita para abrir el apetito, pude
ver de reojo en el periódico del día, un titular que me llamó mucho la atención:
Así es como el ejercicio puede ayudar a conservar la memoria y, por Dios
que recién me acordé de mis problemas mnémicos. De su atenta lectura pude retrotraer
algo: “La irisina, una hormona producida por los músculos durante el
entrenamiento, puede entrar en el cerebro y mejorar la cognición, según sugiere
un estudio con ratones.”
-“¡He aquí una pequeña luz
al final del túnel!” -me dije-
Y la inesperada idea rebotaba y
rebotaba como un eco en las miles de supuestas cavidades dejadas por mis
neuronas y esto fue lo único que
pudo volver a mi mente perturbada por aquella posibilidad… Y al instante, seguramente,
me puse más rojo que un camarón recién hervido… pues aquella oportunidad, ahora
me quemaba hasta el asiento del Cóxis y realmente me sentí muy incómodo. Pues coexistía
una contradicción, un imposible o negativa aparición colateral en mi sufriente
amnesia: toda una posible cura en ciernes y eso me hacía sentir mal; muy mal…
¡Imposible!
Entonces, y como nunca en este
soliloquio, me enfrentaba Yo con mi otro Yo:
Yo: -“Si la Irisina, una
hormona producida por los músculos durante el entrenamiento, puede entrar en el
cerebro y mejorar la cognición, según sugiere un estudio con ratones.” Supone
que el ejercicio continuo mejora también la memoria y… puede desaparecer el
Alzheimer… ¡Toy frito!
El Otro: -¡Para nada! Total, te sigues haciendo el loco… y se acabó
el problema! Mejor ni te acuerdes lo que has leído… Tan solo es un experimento
inicial…
Yo: -Pero ya se descubrió la
Irisina y solo es cuestión de meses… días… o…
El Otro: -¡No! Has entendido mal… esta hormona solo se produce con
el ejercicio regular, permanente y planificado… y en tu caso, dichas prácticas
no figuran ni de mentiras en tu agenda… de solo pensarlo, ya estás pálido y a
punto de fabricarme un accidente para el olvido…
Yo: -¡Oui, mon amí! Este pesado
ejercicio de solo pensar en hacerlo… me ha causado un bajón de presión y creo…
El Otro: -¡Además esto es en ratones! ¿Acaso tú te sientes un minúsculo
mouse como el conocido Jerry?
Yo: -¡Imposible, yo soy un
tigre! Aunque… solo para dar la contra a las recientes investigaciones… Mañana
mismo, me levanto temprano, hago un poco de footing… unas cincuenta planchitas
y unas cuantas asanas… para ver si la cosa resulta prometedora…
El Otro: -¡Mejor, no hagas eso! Tú ya estás oxidado mental y
físicamente… por tus hábitos de cura opíparo o músico de pueblo…¡Mejor,
olvídate!
Yo: -Tenias mucha razón, ayer he
comprobado que no soy un ratón… pero sí que estoy más oxidado que un clavo
antiguo. Hoy, después de cinco días y noches completitas, puesto en postura de
nudo ciego, te llamo desde el “Consultorio” del Compadre de mi viejo, quien la
hace de acertado y famoso huesero, adivino infalible y curandero eficaz. Hace tres
días que está tratando de estirarme un poco, pues estoy hecho un ovillo de
carne y huesos; he quedado tan rígido y seco que teme aplicar un poquito de
fuerza. Quiso empezar enderezando mis dedos del pie y lo he perdido todito… desde
la canilla. Por lo demás, sigo en Baño María por 48 horas y me han salido solo
un par ampollitas que ocupan toda la espalda. Este compadrito me ha dicho que
no les haga caso y mejor… ¡Que me olvide de los ejercicios y de cualquier otra
cosa que signifique esfuerzo, incluyendo el mental, porque como no hay
costumbre, puedo perder la memoria… para siempre!
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