lunes, 29 de marzo de 2021

VACUNA

 Estaba tirando cálculos, porque en verdad era lo único que me quedaba por tirar; ya que dentro de mis planchados bolsillos, solo cabía el recuerdo de una vacía existencia: -estoy a más de un año… del primer contagio pandémico detectado en el Aeropuerto de Limón y que sirvió de cortina al viejo saurio para tapar todas sus cochinadas, desde Moquegua. Tiempo después, se destapó otra Cajita de Pandora muy bien guardada por este cocodrilo de turno, arrellenado en la silla de Pancho Pizarro (porque hasta el sillón era improvisado); y aquel viejo dinosaurio  empezó a desatar sus tardías e improvisadas cuarentenas, sus inoportunos estados de sitio, junto con la serie de toques y retoques dados en sus maquilladas mentiras de cada día, al punto que se convertía en la nueva tía Gisela y sus diarios chismes del medio día; puesto que tenía la seguridad que esta incauta mancha del sufrido Perusalem lo seguiría escuchando y sobre todo, creyendo sus falaces promesas, en sus imaginarias propuestas de prevención, atención y cura del pregonado COVID que, según él, se nos avecinaba; pero, dadas sus ´acertadas medidas´, pasaría como la suave gripecita de Bolsonaro. ¿Y para qué mentir? Efectivamente, nuestras ingenuas masas peloteras, seguían contagiándose con el hocico abierto y el rabo entre las piernas.

Ante tales medidas de reclusión y confinamiento, estoy punto de graduarme como voluntario anacoreta; pues, este, su choche, permaneció en dicho lapso, rígido como un palo; encogido, viviendo en un calambre perpetuo; más así, todo magullado y cuadripléjico, intenté desempeñar cientos de oficios y  miles de ocupaciones; únicamente me quedaba fungir de enfermero; entonces, después de hurtar un mandil en la lavandería del Hospital Central (para estar a la moda en cuanto a robos) y luego de quitarle el rotulito de médico cirujano, le pinté otro de enfermero, además de conseguir un gorrito casi blanco; dejándome un ralo bigote y me colgué grandes gafas; asunto arreglado.

Al día siguiente, muy tempranito, salí con un entusiasmo único en el estómago como desayuno, pero con la completa convicción de agarrar alguito. Efectivamente, apenas divisé al portero de turno, le dije:

-¡Hola, manito, ¿Todavía estoy en la hora, nooo?

-¡Pasa, pasa, que yo te marco la tarjeta a la hora en punto… pero ya sabes, caifás… choche!

Iba apurado por uno de los largos pasillos repletos de camas, equipos de asistencia, largos balones de oxígeno y personal que andaba de aquí para allá. Cuando, de pronto, una tía, bastante potable, me hizo una seña con los dedos de una mano, llamándome solapa hacia un ladito. Me tomó de un brazo y me dijo, muy quedo, al oído:

-Doctorcitooo… sé que puedo confiar en usted… pues usted me parece un médico a carta cabal. Escuche, escuche con cuidado… una vacuna… Escuche bien… una vacuna…

-¡No tengo ni una sola! Ni siquiera tengo para mí…

-¡No, no me dejado entender! Oiga con mucho cuidado y que nadie se entere… tengo, tengo… ten…

-No me va a decir que tiene el Covid-19; que usted es portadora… pero asintomática?

-Naaa… ¡nada de nada! Ni siquiera una gripecita…

-¿´Tonceee…?

-¡Tengo vacuna!

-¿Cómo dice? A ver… repita, repita; repítame al oído...

!Vacuna... tengo una vacuna!

-!La felicito!

-¡En serio! Quiero que… me la ponga…

-¿Dónde?

-Dónde va a ser puesss… en el hombro…

-¡Nooo… digo, dónde, en qué lugar… ¡No ve que esto no se puede hacer público!

-¡Justamente, por eso mismo… ¿Cuánto?

-Bueno… dependiendo…

-¡Cómo! ¿Usted no es médico?

-Si no le hago doler, me consigue otra vacuna para mí; caso contrario, no me paga… para su mayor seguridad.

Llegamos a un acuerdo y quedé en ir a su casa. Una vez allí, nos saludamos y me dijo que se iba a alistar. Oh, sorpresa de sorpresas, la muy desgraciada se quedó vestida con un diminuto brasiere y una tanga que más parecía hilo dental. Me hizo pasar a su dormitorio y se depositó cuan exuberante era, en toda la cama y con ambos cachetes al aire.

-¿La vacuna?

-¡Ya está lista! Y el alcohol puede colocarlo con los dedos… no se preocupe…

La verdad, es que realmente me preocupé, pues no dejé ni señas del contenido inmunizador. Tomé la hipodérmica, limpié el cachete muy suave y tiernamente; solo pegué un leve pinchazo; había vaciado el contenido en mi bolsillo.

-¿Ya me la puso? Tienes unas manos divinas… ni sentí el clavetón. Aquí tienes la tuya… que te la coloquen ahora…

Nos hemos seguido viendo con mucha regularidad y bastante cariño, además porque descubrí que también resultaba que era experto en masajes relajantes y descontracturantes. Sin embargo, hoy, después de dos semanas a todo dar, he amanecido muy decaído, con mucho dolor de cabeza, me quema la garganta y no puedo respirar…

-¿No me habría tocado una china?

 

 

 

 

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