Hoy amaneció muy nublado y el frío arreciaba “feyo”. Me he levantado de la cama a duras penas enfardelado como un esquimal en jodas, con dos piyamas, tres chompas de lana extraída de borrego padrillo, un abrigo y dos frazadas eléctricas encima; pero no encuentro una de mis chanclas. Solo me acompaña un diminuto cojear pero no quiero hacerle caso; sin embargo, no reparé que el patio estaba mojado y me he pegado un tremendo cul…rrazo y los cachetes están tan rojos de ira, que quieren reventarse a como dé lugar. El golpe ha trepado, insolente, por toda la columna vertebral y me ha llegado hasta la misma hipófisis, quedando muy molesta y su venganza ha sido inmediata: porque cuando he tratado de ponerme en pie, el diminuto Cóxis ha desaparecido como por encanto de mágicas sirenas y parece que lo han querido sacar por el otro lado. Total, no me explico cómo es que tengo un chichón de diez cm. en la mera testa, si el porrazo ha sido en los polos opuestos.
Pero para hacer un poco de
historia, creo que el mal humor no solo era ocasionado por la “Nevada”, tan
propia de unos cuantos hijos de esta tierra, sino, también al constipado
gástrico que me obligó a guardar celosamente mis desechos tóxicos por más de
tres días; justo cuando más me preciaba de ser un reloj suizo en el cabal
cumplimiento de mis funciones evacuadoras. A esas alturas calculaba que por lo
menos el depósito estaría bordeando los seis kilos, dado el filo dispensado en la
semana previa, donde el ófrico ambiente me exigía mandarme dos jarros de
chocolate calientito, con medio panetón artesanal de tetas “Don José”, más seis
trancas de “La Lucha” para empezar el día con una mejor temperatura y un
incomparable ánimo… de mandarse la misma dieta a eso de las diez u once de la
mañana. Y así lo hice, como fiel cumplidor de mis compromisos.
Todo iba de lo “más mejor”,
cuando redepente, como todos los días, a las seis de la mañana (en punto),
justo cuando sonaban las campanas de La Recoleta, tenía que cumplir con mi
sacrosanto estómago y tenía que correr al baño para desfondar mis deshechos
atómicos (por sus efectos devastadores en 20 m a la redonda), luego pegarme un duchazo
de dos horas y quedar como nuevo. Pero… pero ese día de miércoles, el intestino
delgado se peleó con el grueso y lo quiso ahorcar. De tanto pujar sin respuesta
alguna, el ano se enojó, “estiró la trompa” y bufó en mil idiomas, que más
parecía la reventazón de una troya con doscientos disparos seguidos y 400
litros de perfumes: la Cocó Chanel N°5.
No había reparado que tres días
atrás, se había agotado el chocolate en pasta y solo disponía de leche y habría
caído en pecado mortal al tomarla sola, así que, para iniciar el día, me zampé
una docena de tunas y… dos jarros de Cañihuaco. ¡Santo Remedio! Apenas se
enteró el esófago de tal combinación, cerró el Kardias y no los quiso admitir,
pero con el segundo jarro, tuvo que acceder, no sin antes, maldecir y destapar
la torrentera entera que se metió como un alud y por poco revienta las delgadas
tripas. Resentido el delgado, expulsó de un pepo todos sus deshechos hacia el
grueso y no solo lo tapó; sino que lo selló con la intensión que sea de por
vida.
Después del segundo día de haber
guardado ese repugnante “Tesoro”, que ocupaba todo el blindado Ileón, a lo
primero que recurrí fue al agua tibia con limón. Tomé hasta dos litros del
preparado y… nada de nada; ni cosquillas. Después remojé ciruelas, tampoco; 2
kilos y me las comí pepas y todo, menos; finamente, solo me quedaba meterme una
lavativa… ¡Nelly!
Opté, como última solución, remojar
una pepa de palta “dia kilo”, (pero no era para utilizarla como supositorio;
tal como te imaginabas, canalla), picarla y licuarla para beberla; ya que las
malas lenguas me aseguraban que eso era tiro seguro; es decir, tal era su
efecto desatorador que solo había que tomar una copa cada dos horas.
En mi profunda desesperación
vivida, pues ya estaba con una fiebre de 45°, con la panza que semejaba un
extraordinario Zeppelin y el maldito dolor de cabeza en todo el puerco, ya me
sacaba loco; tomé una decisión extrema: mandarme un primer vasito de litro y… a
los diez minutos sentí una revolución intestinal. La cosa estaba completamente
brava cual fiera enjaulada que no sabía por dónde salir. Una procesión de
eructos semejaba ser interminable. Había dificultad para respirar. Acudí
volando al baño me senté y esperé que pase lo que pase y el huayco se hizo
incontenible.
A la fecha, después de dos semanas,
estoy que trato de parar el huayco permanente en el que vivo. Apenas ingiero
algo sólido, se pasa directo, en forma líquida o semi-líquida. He bajado 20
kilos de peso y tengo que amarrarme a una banca para que el viento no me tumbe.
Me han recetado para tal caso un tapón de damajuana… lo que no sé es si hay que
hacerlo en infusión, remojarlo y licuarlo… porque no creo que sea para otra
cosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario