jueves, 22 de octubre de 2020

ASILO ENFERMERO

 La esperada aparición de unas cuantas gotas de orina se hacía cada vez más larga y desesperada, después de hechas las reiteradas pujadas desde el nacimiento del Coxis hasta querer reventar las bolas (oculares), por querer descargar la pelota de playa en que se había convertido la vejiga desde la noche anterior cargada de chicha y chelas en cantidades navegables; y que en este anhelado momento me tenía en una puja maldita bailando sobre el sitio un sordo e imaginario reguetón que, por más que me tenía preso retorciéndome como un ocho hasta besar el suelo, el sudor era lo único que expelía; mientras que, después de una hora de espera, dos dolorosas lágrimas se despedían como dos gatas en celo iban arañando los largos kilómetros de la delicada Uretra.

Sí pues, resultaba incuestionable la presencia de la señora prostatitis habitando clandestinamente mis sagrados bajos, cual prostituta enamorada. Solución: una serie de 40 fosfomicinas o ciprofloxacinos intramusculares. Jueves, viernes y sábado la clavadas no presentaron problema alguno, solo que los cachetes iban tomando una tonalidad de varicela y una secuela de viruela; pero las estocadas del día domingo fueron algo muy espectacular: llegué agitado a las 6.35 a.m. a la puerta del hospital. Un fiero enano vestido de café y una porra que golpeaba repetidamente contra la reja cerrada, me espetó:

-¿Qué quieres, tío; no sabes que hoy es domingo? Y por lo tanto… no hay atención, tío…

-Mira, sobrino… de la Tía pocha, yo vengo por el Tópico de Inyectables… ¿No ves estas dos banderillas en mis manos?

-Ahhh… ya; ¡pasa pue, tío!

Llegué al sitio y ya había una colita de 7 pacientes sobándose uno de los cachetes y no me explicaba por qué. Faltando 3 minutos para las 7, llegó un uniforme fantasma porque la flaca no aparecía por ningún lado. Supuse que era una enfermera retirada, pero no. Se acercó a la puerta tanteando, buscó por 5 minutos la llave y de demoró 5 más para poder meterla en la cerradura y poderla empujar temblorosamente. La cerró y no supimos más. Alas 7:15 llegó otro uniforme verdusco, pero su portadora era de más edad, al punto que caminaba agachadita y arrastrando los pies. 7:30 llegó otra. Esta vez, el maquillaje le daba un aire de Guasón en jodas por su blanca palidez y el rojo escandaloso de su boca. 7:45 y la puerta seguía cerrada. La cola tendría ya unos 30 pacientes.

Pr fin, me tocó el turno, entregué la orden del médico, mi DNI y las dos pértigas para el sacrificio. Llegó una cuarta uniformada; era la más encogida y estaba casi llorando por sus lentes a las 7:58 seguía tentando las paredes para poder encontrar la puerta. Tocó la puerta.

- ¡No es hora!

-¡Soy yo... la Dolores…

-¡Ahhh… ¡Pasa, puesss…

Media hora después, empezaron a recoger las órdenes, los inyectables y los correspondientes DNI.

Sigo pensando que es un domingo de mala suerte: por no pisar un chicle masticado del tamaño de un huevo, salte hacia adentro sin saber que habían rociado una solución aceitosa. Volé por los aires y caí estrepitosamente con todos mis papeles y las dos botellitas de cristal que las cogí al vuelo, pero me rompí la crisma. Trataron de recogerme las tías y llamaron a 4 wachimanes; me sentaron en una silla y después de una hora me encalataron para colocarme las intramusculares. Indudablemente que me había sacado la lotería, porque la tía se había olvidado sus lentes para ver de cerca y solo se dejaba guiar por el tacto.

-Papito… ¿es esta tu caderita, nooo?

-¡No, que ya le he dicho por tercera vez, es mi oreja!

-Ahhh… entonces estos son tus otros cachetes… los de arriba… ¡Qué tontita soy! A ver… ¡date la vuelta! Digo, coloca tu cabeza pa´l otro lado y voltéate pa´colocarte la jeringa…

-¡Qué duritos tus cachetes! Debes hacer mucho ejercicio o… estás muy flaco…

-Son mis rodillas, señorita enfermera; recién voy a voltearme… ¡Ya estoy listo!

-¡Ánimo cachetón, que no te va a doler nada!

Y el feroz arponazo me lo zampó en pleno omoplato. La aguja de medio metro se dobló como una jota y me sacó medio lomo para desprenderla totalmente.

-¡Perdón, perdón, señorcito! ¿Quiere que le diga un secreto al oído? Su pelo es negro y brilla mucho… esto quiere decir que usted tiene mucha vitalidad…

-¡Quiere decir que… usted está hablando con mis zapatos!

-Oh, nooo; ¡cuánto lo siento! Por favor con su manita, indíqueme dónde está su cachetito pa´no fallar esta vez, por favor…

Le tomé su mano temblorosa y armada con ese arpón de metro y medio y la puse sobre un cojín que hacía las veces de almohada. La tía se subió a la camilla, tomo vuelo con ambas manos. Miró al cielo como encomendándose a todos sus santos… y zas, se perdieron sus brazos entre el delgado colchón que cubría la parrilla metálica. Una sonrisa maléfica apareció en su verde rostro y con una torva mirada me dijo amenazadoramente:

-¡Papito, te espero mañana! Ya ves, tengo puntería; ¡Te aseguro que ni lo has sentido! Je, je, je.

 

 

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