Es indudable que, por diversas razones, esta popular imprecación quechua ha caído en desuso; sin embargo, algunos años atrás, resultaba ser una orden, una exclamación o una imprecación con carácter de inapelable que, por su sola expresión, acento o intención significaba simplemente ¡chau! a lo que estabas haciendo, diciendo o pensando.
Como todos los días, tenía que levantarme a las cinco de la mañana o
más tardar a las cinco y treinta repicadas
en las cantarinas campanas de la Catedral y uno se tenía que “botarse” de la
cama, aun con los ojos cerrados y recién los abría cuando el agua de la gamela te
caía como un juerte tacllanazo en pleno cachete y te hacía tiritar hasta los tuétanos,
y si el golpe helado no te encontraba bien parado, dia´seguro te jondiaba unos
metros lejos de esa cachetada de hielo. Bueno, enseguidita te ibas, bien
abrigau a la tienda de Dña. Paquita, pa´comprar los 20 panes de tres puntas,
una onza de té para pasarlo lueguito y de regreso, catatar el porongo de leche
pa´tuito el día. Después d´eso, ir a la sala del depósito pa´sacar los granos,
el anchi y la cutipa pa´ preparar la comida para los animales.
A eso de las siete y después de haber dado de comer a tuitas esas bocas
y hocicos de los gallineros, conejeros, y chiqueros; te sentabas a la mesa con
las manos y las orejas bien limpias, (previa revisión con lupa en una mano y un
palo en la otra), esperabas tu candente jarro de leche y sus dos panes con
queso. A la media hora, con el uniforme impecable (segunda revisión con la
gamela al costado), te dirigías a tu escuela con la tarea hecha, tratando de no
empolvar tus caucachos a pesar que las angostas callejuelas tacpiadas de todos
los días eran pura tierra.
Así transcurría la mayor parte de la semana: “Primero es la obligashón,
luego la devoshón” máxima ley impresa con sangre y fuego en pleno lomo dende
que uno empezaba a decir “mamitay”. El respeto era la mayor expresión de
consideración, aprecio y acatamiento de las normas domésticas en todos
y cada uno de los racays d´iaontes.
De la otra parte, los mayores seguían empeñados en cumplir y hacer
cumplir devotamente aquellas normas domésticas que se impartían religiosamente
con mucho cariño, pero con un chicote de siete ramales en la otra mano; o un
infalible puntapié en los otros cachetes.
-Bueno, abuelito… la rectitud de la crianza era la mayor
preocupación para la gente de tu edad; para los antiguos… en cambio, ahora…
-¡Ahora, tiene que ser con más exigencia! Porque d´ello depende
la calidad de persona que se quiere conseguir…
-¡Pero, dime, ¿por qué no me dejan estar en la cocina?
-¡Porque n´ues sitio pa´los hombres!
-A ver, a ver; explícame!
-¡Güeno, te gua referir algo que m´iocurrió allá por mis años
mozos… Resulta… que en m´infansha, allá por los…
-¡Tantos de tantos!
-Dejáme parir, pues, hijito… Yo podiya yir y venir por tuita la
casa, pero la cocina era el lugar que mi agüela o mi mamitay grande me teniya
prohibiu. Solo podiya asomar la nariz hasta la puerta y luego, luego, la
venerable me huaspiaba asomando mis patas por ahicito y resongaba:
En un principio creyí que solo era una alvertencia y pa´probarlo, me
serví de un encargo que me dio mi tiya Dominga, pues se habiya olvidau de
echarle sal a la matasquita y luego, luego iba a salir chuma. Gueno, entré todo
desafiante a la cocina y apenas me vio la doña me inquirió:
-¿P´ande va su mercé? ¿No sabis que está prohibiu meter las narices
por aquí? ¡Esto es solo pa´mujeres, carajo! Salga usté d´iaquí… luego, luego,
lueguito… ¡Lloksy!
-Pero la Dominga dice que síaolvidau de echarle sal a la matasca
y…
-Su mercé, creyó qu´está sordo co´muna tapia… Ya l´ey probau… luego…
Pero una de la hacedoras que me quería y me engría mucho, a escondidas
me dio una torreja de verduras que tanto me gustaba y me sentó, escondido
detrás de las chombas de chicha. Por el temor a que me descubriera, hice caer
mi preciado regalo y al tratar de cogerla, choqué contra una de las vasijas e
hice caer la lata con la que servían los cogollos. Presurosa mi mamaitay
grande, me descubrió. Estuvo blandiendo la gran cuchara de madera que le servía
de cucharón y me la mandó por el lomo, le hice el quite y el golpe rompió una
de sus queridas y apreciadas chombas. Enfurecida, chapó la canasta grande de las
verduras, mientras yo salía como un diablo espantau. Solo recuerdo haber
escuchado:
-¡Lloksi kay manta, mocoso de mierda, desobediente!
Y las patas se me enredaron entre la inmensa canasta, yendo a cayer
c´omún costal de papas directamente a los pies de mi agüelo, quien habiya
escuchau aquello de: ¡Juera d´iaquí!
AREQUIPEÑISMOS: basado en el Diccionario de Arequipeñismos de Juan Gmo.
Carpio Muñoz
Aontes: antes
Botarse: bajarse; salir; levantarse violentamente
Catatar: llevar, arrastrar
Cogollo: vaso pequeño de chicha
“Dejame parir”: no interrumpas; espera; déjame terminar
Gamela: tina o lavador ovoide de latón
Huaspiar: atisbar
Jondeyar o jondiar: arrojar lejos, puede ser con ayuda de una honda
Hacedora: ayudante de cocina
Lata: medida para líquidos con la que se servía la chicha
Lloksi Kay Manta: ¡Fuera de aquí!
Matasca: plato típico hecho con carne picadita
Racay: ramada, casa rústica; hogar
Tacllanazo: golpe dado con la palma de la mano; manazo
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