jueves, 2 de julio de 2020

UNA CUESTIÓN DE HUEVOS


Ha tenido que pasar un huevo de años para que, por fin, un grupo de investigadores voluntarios,  metidos en esa refrigeradora que es la Antártida puedan hallar una explicación científica acerca de un “algo”  sumamente rarísimo; totalmente amorfo y de apariencia imposible de poder ser catalogado dentro de los estándares establecidos a través de la ciencia; quedando realmente olvidado, pero tan parado como el huevo de Colón frente a su fascinada Queen conocida desde abajo como la Isacha; y solo cabía llamarlo tentativamente:  … “cuerpo redondo, o casi esférico… con cuerpo ovoide y más o menos del tamaño de un balón de básket, achatado de arriba abajo”. Y, en honor a la verdad, tuvo que pasar una huevada de años para poder encontrar una mínima explicación lógica que se acercara al conocimiento de aquel espécimen guardado en calidad de tabú.

Mas, a pesar de todo, hay que agradecer a la aparición de nuevos científicos locales, quienes, desde El Cardo, elaboraron diversidad de hipótesis, cada cual más inverosímil que la anterior: para unos aventados, su presencia resultaba como la de un huevo en pleno cebiche, aunque eso, constituyó toda una reverenda wada; para otros retardados, afirmaron que tal cosa no era otra que un desprendido huevo marciano (?); más, muchos envidiosos han seguido afirmando que es una creación de Nikola Tesla para dejarnos hechos unos huevos duros y así quitarle toda la wada a los Unites; mientras que estos afirman que constituye aquella  muestra absoluta de haber traído algo de la luna; sin embargo, la tesis más próxima fue la de tres noveles investigadores provenientes del famoso CIT (Instituto Tecnológico de Chule, Camagüey), quienes afirmaron hace un huevo de días que dicho hallazgo era un huevo de gallo; es decir, que esta ave en su proceso de evolución, a través de millones de años, los ponía a montones; especialmente, cuando se asaba con sus infieles pollas, hacía un batido de huevos y con ello, se mandaba un espectacular caldillo.

Efectivamente, esta rareza biológica encontrada en las profundidades del Polo Sur parecía mantener una naturaleza totalmente venida del espacio sideral, pues sus condiciones de forma, tamaño, color y estado no eran terrícolas: no podía ser un recio balón para jugar fútbol, porque cualquier homínido se hubiera roto las patas o se habría partido la crisma al cabecearlo; tampoco el color era agradable o soportable, pues mantenía un amarillento metálico, con muchas estrías y el solo contemplarlo generaba un temor oculto. En cuanto a su estado, apenas lo tomaban entre algodones, generaba una paz maldita mientras, desde la inmensidad, parecía escucharse un arrorró venido desde millones de años atrás.

Inmediatamente esa lejana canción de cuna hacía que cualquier esquipo de estudiosos se meta al sobre de inmediato y tire jato a forro por un huevo de noches; solo con un agravante: si bien con esa extraña musiquita se perdían en la tupida maleza onírica y entre los huevos, perdón, digo, entre las patas de Morfeo, exigidos por la fealdad del dios del sueño o debido al efecto narcótico de sus rabiosas perras, dichos sueños se transformaban en horribles pesadillas, en las cuales, siempre o casi siempre aparecía un gigantesco tiranosaurio muerto de hambre; no, digo, que se moría de hambre y avanzaba amenazante con sus desmedidas fauces abiertas, rugiendo hasta estremecer la jungla entera, pero aplaudiendo a rabiar con sus cortos bracitos al haber encontrado ese plato de investigadores como cena.

No pudiendo salir de tales estados delirantes y estando a punto de tirar la toalla, al aguantar una pequeña tormentita de tres meses enclaustrados, bajo -59° y a punto de convertirse en adoquines de hielo; la tripulación, poco a poco, desaparecía inexplicablemente, pues su canibalismo abrumador los hacía verse entre sí como suculentos huevos a la rabona; ya que, únicamente les había quedado unas cuantas bolsas del rico arroz camanejo.

-Pero, boss, ¿no podían salir a pescar? Si allí hay tanto pescado como para alimentar a todo…

-¡No, porque lo único que pescaban eran… gripes, catarros, toses; y unas ganas malditas de comerse…

Después se supo (al revisar las autopsias), que solo el más viejo de los investigadores, guardó pan para mayo, junio y julio; pues había escondido dentro del cuero de un pingüino hembra de Humboldt un huevo de huevos hallados en otro cofre; si bien, hasta la fecha, no han podido identificar su verdadera procedencia, lo cierto es que terminó su dotación caleta, y solo le quedó meter mano en la cosa rara que quedaba y allí adentro encontró un polvo amarillento, pero efectivo, porque a los tres días de probar una cucharadita, recobró el apetito y siguió devorándolo, pero mezclado con aceite de ballena y así pudo sobrevivir hasta que se acordaron que allí habían enviado un poderoso equipo de especialistas y por fin se pudo comprobar que aquello no era otra cosa que un huevo; pero un antiquísimo huevo de dinosaurio.

-¡Boss! ¿Y lo premiaron al investigador sobreviviente?

-¡Sí! Lo trajeron gratis a su casa… A la fecha, solo han surgido dos pequeños problemas: le está brotando una colita que no lo deja sentarse bien y le está creciendo un horrible y desmesurado hocico.


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