Ha tenido que pasar un huevo de
años para que, por fin, un grupo de investigadores voluntarios, metidos en esa refrigeradora que es la
Antártida puedan hallar una explicación científica acerca de un “algo” sumamente rarísimo; totalmente amorfo y de
apariencia imposible de poder ser catalogado dentro de los estándares establecidos
a través de la ciencia; quedando realmente olvidado, pero tan parado como el
huevo de Colón frente a su fascinada Queen conocida desde abajo como la Isacha;
y solo cabía llamarlo tentativamente: …
“cuerpo redondo, o casi esférico… con cuerpo ovoide y más o menos del tamaño de
un balón de básket, achatado de arriba abajo”. Y, en honor a la verdad, tuvo
que pasar una huevada de años para poder encontrar una mínima explicación
lógica que se acercara al conocimiento de aquel espécimen guardado en calidad
de tabú.
Mas, a pesar de todo, hay que agradecer
a la aparición de nuevos científicos locales, quienes, desde El Cardo,
elaboraron diversidad de hipótesis, cada cual más inverosímil que la anterior:
para unos aventados, su presencia resultaba como la de un huevo en pleno cebiche,
aunque eso, constituyó toda una reverenda wada; para otros retardados, afirmaron
que tal cosa no era otra que un desprendido huevo marciano (?); más, muchos envidiosos
han seguido afirmando que es una creación de Nikola Tesla para dejarnos hechos
unos huevos duros y así quitarle toda la wada a los Unites; mientras que estos afirman
que constituye aquella muestra absoluta de
haber traído algo de la luna; sin embargo, la tesis más próxima fue la de tres
noveles investigadores provenientes del famoso CIT (Instituto Tecnológico de
Chule, Camagüey), quienes afirmaron hace un huevo de días que dicho hallazgo
era un huevo de gallo; es decir, que esta ave en su proceso de evolución, a
través de millones de años, los ponía a montones; especialmente, cuando se
asaba con sus infieles pollas, hacía un batido de huevos y con ello, se mandaba
un espectacular caldillo.
Efectivamente, esta rareza
biológica encontrada en las profundidades del Polo Sur parecía mantener una
naturaleza totalmente venida del espacio sideral, pues sus condiciones de
forma, tamaño, color y estado no eran terrícolas: no podía ser un recio balón
para jugar fútbol, porque cualquier homínido se hubiera roto las patas o se
habría partido la crisma al cabecearlo; tampoco el color era agradable o
soportable, pues mantenía un amarillento metálico, con muchas estrías y el solo
contemplarlo generaba un temor oculto. En cuanto a su estado, apenas lo tomaban
entre algodones, generaba una paz maldita mientras, desde la inmensidad,
parecía escucharse un arrorró venido desde millones de años atrás.
Inmediatamente esa lejana canción
de cuna hacía que cualquier esquipo de estudiosos se meta al sobre de inmediato
y tire jato a forro por un huevo de noches; solo con un agravante: si bien con esa
extraña musiquita se perdían en la tupida maleza onírica y entre los huevos,
perdón, digo, entre las patas de Morfeo, exigidos por la fealdad del dios del
sueño o debido al efecto narcótico de sus rabiosas perras, dichos sueños se
transformaban en horribles pesadillas, en las cuales, siempre o casi siempre
aparecía un gigantesco tiranosaurio muerto de hambre; no, digo, que se moría de
hambre y avanzaba amenazante con sus desmedidas fauces abiertas, rugiendo hasta
estremecer la jungla entera, pero aplaudiendo a rabiar con sus cortos bracitos
al haber encontrado ese plato de investigadores como cena.
No pudiendo salir de tales
estados delirantes y estando a punto de tirar la toalla, al aguantar una pequeña
tormentita de tres meses enclaustrados, bajo -59° y a punto de convertirse en adoquines
de hielo; la tripulación, poco a poco, desaparecía inexplicablemente, pues su
canibalismo abrumador los hacía verse entre sí como suculentos huevos a la
rabona; ya que, únicamente les había quedado unas cuantas bolsas del rico arroz
camanejo.
-Pero, boss, ¿no podían salir
a pescar? Si allí hay tanto pescado como para alimentar a todo…
-¡No, porque lo único que
pescaban eran… gripes, catarros, toses; y unas ganas malditas de comerse…
Después se supo (al revisar las
autopsias), que solo el más viejo de los investigadores, guardó pan para mayo,
junio y julio; pues había escondido dentro del cuero de un pingüino hembra de
Humboldt un huevo de huevos hallados en otro cofre; si bien, hasta la fecha, no
han podido identificar su verdadera procedencia, lo cierto es que terminó su
dotación caleta, y solo le quedó meter mano en la cosa rara que quedaba y allí
adentro encontró un polvo amarillento, pero efectivo, porque a los tres días de
probar una cucharadita, recobró el apetito y siguió devorándolo, pero mezclado
con aceite de ballena y así pudo sobrevivir hasta que se acordaron que allí
habían enviado un poderoso equipo de especialistas y por fin se pudo comprobar
que aquello no era otra cosa que un huevo; pero un antiquísimo huevo de
dinosaurio.
-¡Boss! ¿Y lo premiaron al
investigador sobreviviente?
-¡Sí! Lo trajeron gratis a
su casa… A la fecha, solo han surgido dos pequeños problemas: le está brotando
una colita que no lo deja sentarse bien y le está creciendo un horrible y
desmesurado hocico.
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