Todo empezó, justo el domingo 15
de marzo, víspera del arribo de la bendita pandemia; pues, después de tres años,
nuevamente estaba lagarteando por mis incomparables playas de Camagüey y, más precisamente,
queriendo recordar algunas gratas aventuras vividas por los recovecos de El
Chorro, encontré una impresionante voluntaria A-1 venida del Orinoco y
permanecimos juntos y revueltos todo el día, también bañándonos idealmente en
plena desembocadura del río como hasta las cinco de la mañana. Imposible de
sentir frío alguno, pues sus bondades se pusieron de manifiesto y el lecho (del
río o del brazo), estuvo a pedir de boca y solo pude dejarla cuando vino su
hermanito y se la llevó pistola en mano.
No hubo despedida, porque yo
estaba prendido como una lapa. Pero más pudo un fallido disparo para soltarla.
Quise vestirme para despedirme formalmente, pero solo logré decirle adiós a mi
billetera, mi reloj y toda mi ropita Columbia original, recién estrenadita
“para impresionar a mis fans”.
Como pude, logré caminar muy
solapa, tratando de tapar las miserias; después de avanzar un buen trecho como
pingüino, con las manos entre las piernas, me tiré un short colgado en uno de
los tantos cordeles del vecindario. Todo hubiese salido a pedir de boca, hasta
llegar a mi casita ubicada en la Punta, pero… (cuestiones del horóscopo),
resultó que dicha prenda era talla S y yoni soy XL al cubo. Y, en un segundo
intento, reventó desastrosamente el boxer y tuve que “Comprar” otra de similar
calidad, pero en versión tanque. Para colmo de mi desdicha, iba tranquilito,
como recién operado, chapoteando las breves aguas de la orilla y silbando
tranquilamente mi “Todos Vuelven”, cuando divisé un grupo de lugareños, cerca
del Cangrejo y, conforme me iba acercando, uno de ellos no me quitaba la vista
de encima:
-¡Oe… socio! ¿De ande me ha
sacado usté ese pantaloncito tan bonito? Seguro que le ha costado muy caro…
porque es un Beneton ¿nooo?
-¡Ahhh… síii! Es regalo de
mi…
Y solo desperté al día siguiente
en la Comisaría del pueblo, metido en un saco vacío de yucas; recién pude
comprobar que no tenía puesto encima nada de nada. Pasé medio día y cuarenta
días más cubierto con un uniforme viejo y su capote, peor. Después de ese largo
verano y solo gracias a que un grupo de suboficiales estaban de comisión en
esta ciudad para recoger medicinas y artículos sanitarios dotados al puesto
policial, se apiadaron de mí y me trasladaron hasta mi lugar de origen.
Una vez aquí, me dejaron, cual
saco de papas, temblando dentro del raído capote en plena Plaza de Armas. Quise
darles la mano en agradecimiento por el jalón, pero no quisieron ni que me
ponga en pie. Maleducados -pensé. Un tanto tranquilo porque ya me hallaba en
Tierra Santa, sabía que en cualquier momento, conseguiría un celu y tendría a
toda la tribu a mi lado y justamente estaba en pos de ello. Pero apenas puse la
pata en la siguiente cuadra, se aproximó un uniformado con fusil en mano y me
cuadró:
-¡Choche, ¿pa´nde vas? ¿Por
qué diablos estás patacala y casi calato? ¿Tu mascarilla? ¿Tu permiso?
-Bueno… este… yoni… ¡Me
cortaron mis ansiadas vacaciones, porque..!
-¡No te apures… que en el
parte que voy a levantarte indicaré que vas preso por tres meses… ¡motivos? desacato,
insubordinación, atentado contra las buenas costumbres, demencia… O sea que vas
a tener buenas y largas vacaciones… ¡Suerte, choche!
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