viernes, 10 de abril de 2020


CASTIGO DIVINO
Solo me queda hacer esta pública confesión: en vista que no hay curas ni para remedio; es decir, no estoy hablando de la actual virosis que, hoy más que nunca, nos tiene aislados y jodidos; cumpliendo la obligada cuarentena y con muchas posibilidades que se extienda hasta junio del… 2021, dado a que todavía no se encuentra “la cura” necesaria para acabar con este mal pandémico que nos ha agarrado tanto cariño que no quiere soltarnos por nada del mundo; es más, ¡nos quiere a muerte!
-Entonces, mi estimado Pasteur III, ¿a qué chachu… te refieres?
-Al simple y sencillo sacramento de la confesión y… ¡Su obligada comunión!
Dicho de otro modo, y como comprenderán, my dear Bros, estoy viviendo una grave indecisión: o me confieso o me confieso. No tengo otra alternativa por escoger, en vista que me declaro católico, apostólico y characato; creyente ´convicto y confeso´ del Tatito y de la Virgencita de Chapi desde los 20 años de nacido en esta ínclita y confesional Roma del Perú; fervoroso integrante de la Archicofradía de San Antoñito de los Santos Odres Vacíos (dado el voto de abstinencia alcohólica declarada públicamente, tras diez padrenuestros, más 50 avemarías y un credo en boca de mi santa abuela, junto con sus dos  garrotazos en el lomo, otorgados devotamente con su bastón de metro y medio y 10 kilos de puro lloque, mientras vigilaba el cabal cumplimiento de mi santa ceremonia bautismal).
Por Diosito, se los juro; hoy, después de haberme enterado del primer estiramiento a mansalva hecho por Martincito de la Porra, gracias a sus ´efectivos martillazos´ y después de aceptar estoicamente, seguir con este estado de reclusión domiciliaria; además de su enorme pico y placa, y de aguantar en plena TV su mal disimulado regocijo, tras esa mueca impasible de inocultable malicia y venganza reprimida, cada vez que remplazaba a la Gise a las 12.30 p.m. (por la p.m. más o menos); apenas lo veía, entraba en un estado de rigidez catatónica: pálido, solo e inmóvil como un cirio olvidado en una capilla de pueblo; se me caía la cuchara de la boca y me chorreaba como vela de sebo. A pesar de todo, permanezco fiel a mis principios cristianos, mismo Job, hora tras hora, tratando de aguantar la desesperación de mis perras a punto de adquirir hidrofobia por querer salir, correr y escapar de este encierro y dar por lo menos una vueltecita a toda Selva Alegre (A 10 km. de mi jato).
Pero eso no es nada; pues tras sufrir una sencillita operación a la próstata, -así me aseguraron hace medio año , mis choches cirujanos - en la cual me dejaron como grato recuerdo su par de tijeras y dos kilos de gaza para que no se me infectara la herida -al costadito de la vejiga-. No contentos con ello, me declararon prisionero y desde ese entonces, desesperadamente ya quería liberar todo ese rencor acumulado contra ese para de jijunas olvidadizos, pero… me mantuvieron preso por otros insoportables tres meses; sin presagiar que lo peor estaba por venir; pues, justo cuando me dieron de alta en el hospital, después de pelear cara a cara con una maldita septicemia, que por poco me lleva a visitar al choche Luzbel. Estuve a punto de pedir una beca completa en el Hospital Psiquiátrico Moisés Heresi.
Sin embargo, hoy miércoles de miércoles, sentado a la mesa y con el primer bocado entrando al hocico, acabo de escuchar a prolongación de la inmovilidad por dos semanas más.
Esto me cayó como chicharrón de sebo, ya que Jueves y Viernes Santo, por esta vez, no los celebraré como otros años: buscando un poco de recogimiento espiritual tras visitar las clásicas 14 estaciones, gozar en sus “apreteras” infaltables para ingresar a los templos; comer los dulces llamados tallarínes, junto con las cochitas de menta, las manzanas acarameladas; y luego, por la noche, concurrir a las procesiones y buscar a las espectaculares devotas del chape. Pero apenas escuché que el encierro se prolongaba hasta el domingo 26 de abril, al toque se me hizo un nudo en el toncori y pensé hasta abril del… 2050. Quise pegarme un balazo ¡y lo hice!... Me mandé todo un panetón de Navidad, más dos kekes gigantes (de harina, valgan aclaraciones), una lata virgen de leche condensada con 20 panes de tres puntas y, para bajar la encerrona de colesterol puro, me metí en una maldita depre… que por poco repito el plato. Arrepentido hasta las lágrimas, porque mi resentido hígado estaba pateando como el coronavirus a todos sus inocentes vecinos: pues el pobre estómago estaba botando ácido clorhídrico por galones; el páncreas se peleó con la insulina y el exceso de bilis me puso con un raro verde-amarillo… Mi consciencia no aguantó más; reventando, me dijo: -Oe, won, aprovechando esta Semana Santa, ¡ayuna!, ¡confiésate y comulga! ¡Ya no jodas!
-¡Pero si no hay curas, ni iglesias, ni va a haber nada de nada! ¡Tú, no seas tan wevas!
-Pues lo siento, choche; mañana mismo empieza tu ayuno… Tu estupidez ha hecho que no te des cuenta de tus excesos… Te has tirado el único alimento disponible… que además no te queda nada de billete… que tus tarjetas se quedaron en el trabajo y que, finalmente, tendrás que confesar lo idiota que has sido y solo te queda comulgar con esa barrica de puro tinto guardada en el depósito…
-Ta´ que… por Dios que a partir de este momento soy más católico que el Papa y juro no salir de mi encierro durante estas dos semanas… ¡Salud!

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