Son las 5:45 de la tercera mañana
y aun no puedo pegar las persianas desde hace cuatro noches; y todo porque,
según la SUNAT, supuestamente soy un reciente narco que posee una jugosa Cta.
en el Vati con cincuenta millones de coquitos verdes muy bien guardados y
sacramentados; los que, hasta la fecha, no he podido explicar, pese a la
explicación dada: que todo se debía a una caso de homonimia y que el otro alias Perico de la Chancaca
Blanca, vive en Cali y tiene 25 abriles, 50 ranchos con 100 000 cabezas de
ganado lechero blanco y 20 submarinos artesanales blancos para ofrecer turismo
gratuito, según confiables informes de mi tío Vlady y su veraz SS aún en
actividad desde el mismito Callao; asimismo, que a ese fulano de tal, casi lo triplico
en eneros; pero la SUNAT es tan terca como la SUNAT y punto. Sin embargo, y a
pesar de mi pataleo legal, todavía persiste la orden de mi captura a como dé
lugar, ocasionándo que, en todos los hoteles donde me alojo por una noche o
dos (solo por seguridad), se reitere el mismo hecho: ha convertido en mazamorra todo mi reloj biológico; al punto que, se ha meado olímpicamente en mi descanso
nocturno, en lo que manda Morfeo sobre mis correspondientes diez horas de sueño
más mis cinco horitas de siesta en la p.m. por cada día; convirtiendo mi rico y
anhelado dormir a pierna suelta en un viejo trapo retorcido y desvelado.
Vuelvo al hoyo que tengo por cama de tanto acomodarme tratando de chapar el sueño; pero
nones, el maldito me da el poto y me deja tirando cintura nuevamente; es más,
trato de cerrar los párpados y automáticamente se me paran los cabellos como
trinches de acero; y sin querer, he tosido suavemente, pero me he quedado
clavado tres veces en el espaldar de madera. Desconcertado y totalmente a
oscuras, quiero encender la luz para despertar de mi somnolencia; estiro la
mano a tientas para apretar el botoncito interruptor, sin acordarme que ayer le
quité su sombrerito para arreglarlo y los dos polos quedaron al aire, esperando
que algún estúpido metiera la mano. Y la metí, y como estaba un poquito húmedo,
resulté un 99% carbonizado incluyendo toda mi ropa, la cubre cama y las cobijas también se hicieron humo; lo único bueno es mi cabello que ha quedado completamente
negro y ensortijado. Ahora, echado como una tabla solo sobre los resortes
chamuscados del somier, tengo un frío de la p.m. y temblando, cojo un abrigo y
me cubro. Calculo que son las tres de la madrugada, sigo a oscuras y prefiero
quedarme en el suelo, porque la cama de resortes que tengo abajo se ha venido
más abajo, al desoldarse por la electrocutada recibida. De alguna manera, sigo
jalando una frazada inexistente y trato de descansar siquiera una vez, pero ya
voy contando 5, 599 ovejitas y las malditas no quieren pasar porque se mueren
de sueño.
Este es el 19no. intento de
dormir, no importando el frío y solitario suelo de puro cemento; para ello, me
puse -algo animado- mi gorrito rojo, rezago de la Noche Buena y con mi puerco
todo enfardado en mi doble pijama polar, cual camisa de fuerza y solo pensando
en el bendito problema metido hasta la coronilla; he tratado de cerrar los ojos
desde las 11 de la noche y nada, he tomado un vaso de leche caliente y tampoco;
recurro a beber un quemante mate de manzanilla y, desgraciadamente, apareció ese maldito temblor repentino que me acompaña,
cual terremoto grado 9.9° en la Escala de Miercali y me lo ha tirado de la mano
para ir a parar en pleno pipute u ombligo y esa infusión asesina, me ha quemado
hasta el colchón.
Sigo bien calato, tendido en
pleno suelo y tapado con mi solitario abrigo. Por siaca, y todavía temblando,
me he colocado una crema para calmar la quemazón en la única ampolla que tengo en
todo el puerco, y en mi desesperado apuro y la total oscuridad, hizo que me
coloque una nueva crema de rocoto que estaba de promoción, tirada encima de la
mesa de noche y hoy la policía me recogió a dos cuadras de mi casa pensando que
era un loco y obeso alemán durmiendo calato en las gradas de la Catedral.
La verdad de la milanesa es que
no sé cuánto tiempo permanecí en las gradas, adónde me llevaron, ni que
hicieron conmigo, pero acabo de despertar, me estiro como un gato y arqueo el
lomo; bostezo tanto que me quiero dar la vuelta como un calcetín para lavarlo y
me siento con unas ganas de seguir durmiendo por unas diez horas más. Ya está
amaneciendo y mis las persianas siguen a décima caña, solo percibo pequeñas
líneas de luz. Hago un esfuerzo supremo y me siento, al mismo tiempo se me cae
totalmente la barba. Quiero ir al baño, tomo las chanclas como único vestido y
frente al lavabo, me veo en el espejo absolutamente desconocido: parezco un
enviado de Biafra completamente pelado y solo con la cabeza cubierta con un waype
negro. Regreso a mi cuarto y me pego un feroz clavado en el piso; digo, me tiro
en mi nueva cama. Cojo mi abrigo y nuevamente empiezo a contar solo pulgas;
pero solo las hembras para que no ocupen todo mi pensamiento. Después de tres
horas, no se vislumbra ni un ligero asomo de sueño; además, estoy con la mitra
que se me cae repetidamente, como si estuviese haciendo venias a los invisibles
invitados. Casi he logrado un KO debido al golpazo en la quijada al darme la
cabeceada el siglo.
Ya no resisto más: solo me queda
tomar una solución extrema: meterme una docena de diazepanes, pero ni
cosquillas, sigo apagado; entonces, me meto un kilo de sominex y estoy peor, tieso
y catatónico, pero sigo con los ojos abiertos y, finalmente, tomo una cajita con
100 unidades de manzanilla más unas gotitas de cianuro y ahora camino con los
ojos cerrados, pero por las paredes. No duermo ni michi.
De pronto, todo se hace luz y
abro las persianas como nunca, me estiro cuan largo soy y por poco maúllo. Me
siento al filo de mi cama y creo haber dormido por diez horas seguidas, como
nunca…
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