Por
un circunstancial soplo de mi choche, el Cap. Vlady, pude enterarme de solapa,
la convocatoria que hacía el Mincetur (como siempre, a escondidas), para dar
inicio a este tipo de turismo tan esperado en esta paradisíaca parte de nuestro
rico patrimonio cultural; cuya única condición era efectuar una práctica en su
forma más natural; es decir, cachete a cachete que incluya arriesgadas doncellas,
jóvenes intrépidos y/o temerarios pergaminos de la cuarta edad; es decir, infaltables
aventureros decididos a dejar algunas huellas físicas y placenteras, a cambio
de un buen chorro de verdes, caídos desde el Viejo Continente, los 20 tigres
del Asia; los infaltables japoneses junto con sus paisas de ojos rasgados y billeteras
por reventar como son las hordas de chinos milenarios y millonarios.
La
verdad que esto me venía como anillo al dedo, porque ya estaba por alquilar
únicamente tres pequeñas habitaciones donde pueden meter oficialmente a 50
venecos; y de contra, a sus 150 parejas, hijos y arrimados (los más
entusiastas); aún sabiendo del riesgo ineludible que al mes, el negocio cambie
de giro, cambie de dueño y cambie de morada; entierrándome en un barril sin que
se enteren mis parientes, ni la policía; aunque, en mi caso, sería algo muy
difícil: pues, modestamente, solo dispongo de 110 kg metidos en 1.87m; más
estos jijunas son capaces de molerme y no sigo dando más ideas; porque la bruja
también puede estar escuchando y mañana no amanezco.
Sin
embargo, el lunes pasado me llegó un Whatsapp desde la capital, indicándome que
me mandaban una pareja de polacos jóvenes y muy animados, pero que tuviese mucho
cuidado con el varón, sujeto bastante mandado y muy arriesgado. Efectivamente,
los fui a recoger al aeropuerto, pero desde ya, el muy simpático polonés,
tercamente quiso quedarse en los alrededores del terminal de aviones por estar
muy cerca al Chachani, nuestro volcancito con más de seis mil metros s.n.m. y
entre los cuatro (junto con su pareja y dos policías) tuvimos que meterle 20
diasepanes, más una onza de cloformo en el hocico, para cargarlo como un costal
de papas, hasta sus habitaciones.
A
los dos días, sí, 48 horas le duró la pepeada y se levantó hecho un energúmeno;
no quería comer nada, mucho menos, bañarse; según tradujo “su esposa”; pues él
demente solo tenía en mente una cosa (yo estaba convencido que era su pareja,
una linda y potabilísima polonesa A-1), pero su fijación era escalar sin
compañía alguna, el Volcán en referencia y para ello solo pedía una casaca de
plumas, un calzoncillo térmico, un par de gafas y su equipo de escalar. Además,
seguía con la obsesión de poder comer 7 huevos de cóndor en el mismo nido, para
combatir el soroche y hacer un bbq de vizcacha (liebre andina).
Cogió
su morral de lona, su fiel mochila un tanto gastada; revisó sus borceguíes,
mientras su abultada casaca era agitada por el viento y se colocó un sombrero
de tela, asegurándolo con un lazo debajo de su quijada. Nos hizo adiós con la
mano y partió hacia aquel volcán nevado que desde siempre lo tenía locamente ilusionado
y no hubo quien lo detuviese.
Mientras
tanto la bellísima Aleska, había aceptado caminar muy entusiasmada con mi
compañía, hacia los corrales a sacar la leche para el desayuno; igual que aprender
a encender la “Concha” con una yesca incandescente y avivar el fuego con una “pucuna”
de hierro. Luego, fuimos al mercado para adquirir las provisiones del almuerzo
y muy optimista repetía una y otra vez los nombres de las verduras, frutas,
panes y cereales. Por la noche, hicimos una pequeña fogata en el patio y le
enseñaba que, aquel combustible era la Yareta o el “Ccapo” y tarareamos algunos
valses, huaynos y pampeñitas. Nos despedimos muy entusiastas por los relatos tradicionales
y por la repetición de algunos términos propios de nuestra fabla ancestral y se quedó encantada
con la voz “cachir”.
Fueron
tres días maravillosos y continuamente se podía ver como Aleska soltaba sonrisas
muy francas y sinceras en sus labios; sin embargo, de rato en rato preguntaba
por Pawell, su compañero ausente. Al tercer día, dimos parte a la Policía de
Montaña para que iniciaran su búsqueda. Por la tarde, de pronto, el cielo se
cubrió de nubes y luego, se nubló por completo. Algunas gotas caían cual tristes
lágrimas del cielo, como presagiando alguna fuerte tempestad. Se desató la
tormenta y una serie de estruendosos truenos, seguidos de terribles y deslumbrantes
rayos querían romper todos los espacios. Esta tormenta duró toda la noche
haciendo imposible pegar una sola pestañada.
Al
día siguiente, como nunca, tomamos el desayuno en completo silencio, pues no
había muchas ganas de hacerlo o completarlo, ya que el ambiente seguía
demasiado oscuro. Solo se escuchó un
llamado desesperado que traía abajo la puerta principal:
-¡Amigo,
Bolaños… lo encontramos al gringo! Pero… totalmente congelado y tratando de
asar una vizcacha… No quiso hacer caso a su guía. Se había quitado su casaca
para hacer más fuego, suponemos…
Hicimos
todos los trámites para repatriar sus restos hasta su ciudad natal. Y Aleska no
salió de su habitación todo el día, incluyendo la noche.
-¡Jorge,
-me dijo-, tenía que suceder! ¡Nunca quiso escuchar a nadie! ¡Este sería su
destino! Pensé que este viaje lo haría cambiar… ¡Que Dios se apiade de su alma!
Jorge, antes de irme, enséñame a robar alfalfa…!Quiero cachir alfalfa!
-¡Vamos,
enseguida! Coge el poncho y ponte tus botas… ¡Vamos!
Yo
sabía que en ese momento había una tablada enterita de alfalfa madura y lista
para cortar. Cruzamos varias chacras, trepamos “bordos” y chimbamos acequias.
Pronto estuvimos a un paso de sortear una chuclla, atalaya o torre de control
de los cuidantes. Estando echados, le enseñé a rampar sobre los codos; luego,
ella fue mi campana y nos trajimos un buen atado de fresca alfalfa para los
cuyes. He perdido la noción del tiempo transcurrido, pero creo que han sido 20 tardes
con sus respectivas noches y mi Aleska ya era una experta cortando la fresca
yerba solo con las manos y se sentía totalmente satisfecha y muy feliz.
Hoy,
estoy casi sin albergue, sin provisiones y sin mucho aliento, pues ella regresó
más potable que nunca a Polonia. Acaba de mandarme un whatsapp: vendrá con dos
primas. Estén atentos, amigos; porque voy a necesitar mucha ayuda para
recuperar mi hostal, recuperarme plenamente de mi hemiplejia inferior, así como
tratar de recuperar el habla después de esta insinuante noticia.
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