domingo, 29 de diciembre de 2019

TURISMO VIVENCIAL



Por un circunstancial soplo de mi choche, el Cap. Vlady, pude enterarme de solapa, la convocatoria que hacía el Mincetur (como siempre, a escondidas), para dar inicio a este tipo de turismo tan esperado en esta paradisíaca parte de nuestro rico patrimonio cultural; cuya única condición era efectuar una práctica en su forma más natural; es decir, cachete a cachete que incluya arriesgadas doncellas, jóvenes intrépidos y/o temerarios pergaminos de la cuarta edad; es decir, infaltables aventureros decididos a dejar algunas huellas físicas y placenteras, a cambio de un buen chorro de verdes, caídos desde el Viejo Continente, los 20 tigres del Asia; los infaltables japoneses junto con sus paisas de ojos rasgados y billeteras por reventar como son las hordas de chinos milenarios y millonarios.
La verdad que esto me venía como anillo al dedo, porque ya estaba por alquilar únicamente tres pequeñas habitaciones donde pueden meter oficialmente a 50 venecos; y de contra, a sus 150 parejas, hijos y arrimados (los más entusiastas); aún sabiendo del riesgo ineludible que al mes, el negocio cambie de giro, cambie de dueño y cambie de morada; entierrándome en un barril sin que se enteren mis parientes, ni la policía; aunque, en mi caso, sería algo muy difícil: pues, modestamente, solo dispongo de 110 kg metidos en 1.87m; más estos jijunas son capaces de molerme y no sigo dando más ideas; porque la bruja también puede estar escuchando y mañana no amanezco.
Sin embargo, el lunes pasado me llegó un Whatsapp desde la capital, indicándome que me mandaban una pareja de polacos jóvenes y muy animados, pero que tuviese mucho cuidado con el varón, sujeto bastante mandado y muy arriesgado. Efectivamente, los fui a recoger al aeropuerto, pero desde ya, el muy simpático polonés, tercamente quiso quedarse en los alrededores del terminal de aviones por estar muy cerca al Chachani, nuestro volcancito con más de seis mil metros s.n.m. y entre los cuatro (junto con su pareja y dos policías) tuvimos que meterle 20 diasepanes, más una onza de cloformo en el hocico, para cargarlo como un costal de papas, hasta sus habitaciones.
A los dos días, sí, 48 horas le duró la pepeada y se levantó hecho un energúmeno; no quería comer nada, mucho menos, bañarse; según tradujo “su esposa”; pues él demente solo tenía en mente una cosa (yo estaba convencido que era su pareja, una linda y potabilísima polonesa A-1), pero su fijación era escalar sin compañía alguna, el Volcán en referencia y para ello solo pedía una casaca de plumas, un calzoncillo térmico, un par de gafas y su equipo de escalar. Además, seguía con la obsesión de poder comer 7 huevos de cóndor en el mismo nido, para combatir el soroche y hacer un bbq de vizcacha (liebre andina).
Cogió su morral de lona, su fiel mochila un tanto gastada; revisó sus borceguíes, mientras su abultada casaca era agitada por el viento y se colocó un sombrero de tela, asegurándolo con un lazo debajo de su quijada. Nos hizo adiós con la mano y partió hacia aquel volcán nevado que desde siempre lo tenía locamente ilusionado y no hubo quien lo detuviese.
Mientras tanto la bellísima Aleska, había aceptado caminar muy entusiasmada con mi compañía, hacia los corrales a sacar la leche para el desayuno; igual que aprender a encender la “Concha” con una yesca incandescente y avivar el fuego con una “pucuna” de hierro. Luego, fuimos al mercado para adquirir las provisiones del almuerzo y muy optimista repetía una y otra vez los nombres de las verduras, frutas, panes y cereales. Por la noche, hicimos una pequeña fogata en el patio y le enseñaba que, aquel combustible era la Yareta o el “Ccapo” y tarareamos algunos valses, huaynos y pampeñitas. Nos despedimos muy entusiastas por los relatos tradicionales y por la repetición de algunos términos propios de  nuestra fabla ancestral y se quedó encantada con la voz “cachir”.
Fueron tres días maravillosos y continuamente se podía ver como Aleska soltaba sonrisas muy francas y sinceras en sus labios; sin embargo, de rato en rato preguntaba por Pawell, su compañero ausente. Al tercer día, dimos parte a la Policía de Montaña para que iniciaran su búsqueda. Por la tarde, de pronto, el cielo se cubrió de nubes y luego, se nubló por completo. Algunas gotas caían cual tristes lágrimas del cielo, como presagiando alguna fuerte tempestad. Se desató la tormenta y una serie de estruendosos truenos, seguidos de terribles y deslumbrantes rayos querían romper todos los espacios. Esta tormenta duró toda la noche haciendo imposible pegar una sola pestañada.
Al día siguiente, como nunca, tomamos el desayuno en completo silencio, pues no había muchas ganas de hacerlo o completarlo, ya que el ambiente seguía demasiado oscuro.  Solo se escuchó un llamado desesperado que traía abajo la puerta principal:
-¡Amigo, Bolaños… lo encontramos al gringo! Pero… totalmente congelado y tratando de asar una vizcacha… No quiso hacer caso a su guía. Se había quitado su casaca para hacer más fuego, suponemos…
Hicimos todos los trámites para repatriar sus restos hasta su ciudad natal. Y Aleska no salió de su habitación todo el día, incluyendo la noche.
-¡Jorge, -me dijo-, tenía que suceder! ¡Nunca quiso escuchar a nadie! ¡Este sería su destino! Pensé que este viaje lo haría cambiar… ¡Que Dios se apiade de su alma! Jorge, antes de irme, enséñame a robar alfalfa…!Quiero cachir alfalfa!
-¡Vamos, enseguida! Coge el poncho y ponte tus botas… ¡Vamos!
Yo sabía que en ese momento había una tablada enterita de alfalfa madura y lista para cortar. Cruzamos varias chacras, trepamos “bordos” y chimbamos acequias. Pronto estuvimos a un paso de sortear una chuclla, atalaya o torre de control de los cuidantes. Estando echados, le enseñé a rampar sobre los codos; luego, ella fue mi campana y nos trajimos un buen atado de fresca alfalfa para los cuyes. He perdido la noción del tiempo transcurrido, pero creo que han sido 20 tardes con sus respectivas noches y mi Aleska ya era una experta cortando la fresca yerba solo con las manos y se sentía totalmente satisfecha y muy feliz.
Hoy, estoy casi sin albergue, sin provisiones y sin mucho aliento, pues ella regresó más potable que nunca a Polonia. Acaba de mandarme un whatsapp: vendrá con dos primas. Estén atentos, amigos; porque voy a necesitar mucha ayuda para recuperar mi hostal, recuperarme plenamente de mi hemiplejia inferior, así como tratar de recuperar el habla después de esta insinuante noticia.



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