Esta es una exclamación extrema
(o in extrema res) que, sin lugar a dudas, en cualquier parte de este jodido
espacio terrestre, resulta del espanto, desesperación o angustia que van camino
a una Extremaunción segura; al punto que
cualquier hijo de vecina pública (Ud. no, mi estimado; porque solo a veces es
una res); después de haber recibido el asesino soplo de tan felina escapada;
solo le quedará poner sus patas en polvorosa, meter el rabo entre sus piernas y
ajustar al máximo, hasta llevar al infinito ese pedazo de leopardo en que se ha
convertido su calzoncillo, el que alguna vez fue blanco; pero dada su urgente necesidad
de hacerse humo aquel hijo de la desesperación, es capaz de esconderse bajo las
faldas de una monja y permanecer allí todo el día esperando que culmine la
cacería de la bestia y que a él se le pase la fiebre por haber hallado el más rico
escondite, tan solo por urgencia de sus necesidades.
Pues bien, resulta… que mi
exigente enamorada, muy inclinada a los circos quiso que la lleve a ver el Cirque
Du Soleil, ignorando, como siempre, que este esqueleto parlante (pero muy
amante) era incapaz de llevar siquiera sencillo en los bolsillos, disponiendo tan
solo de una docena de tarjetas clonadas y que, cuando fuimos a comprar los
billetes para la Zona Bip, (no llegaba a la Vip), la despachadora de tickets,
se despachaba una increíble delantera y cuando le insistí que eran mías las 10
tarjetas de las 11 rechazadas, hizo un
giro violento y me pegó un par de embestidas con sus poderosas chichis que
me dejaron sin habla y mi flaca tardó 30 minutos en darme respiración boca a
boca para reanimarme:
-¡Amorcito… amor, mi vida, ¿ya
has vuelto en sí?
-What? ¿en sí? No, en mí…
Pero… ¿acaso eres la potente despachadora? A ver… ¡déjame tocar…!
¡Y zuácate! Me llovió otro combo
a dos manos con la botella de agua de azar que todavía permanecía en su poder…
-Por manolarga… Amorcito, eso
solo se mira ¿ya?
Total, al día siguiente pude
convencerla que los depósitos en mi cuenta desde Las Islas Caimán recién
llegarían en una semana; luego, solo podía llevarla al circo del barrio:
-Mi Chinita linda, esta vez,
solo lo hago para calentar motores… y te acostumbres a los rugidos de los
leones… aunque creo que este circo de barrio solo dispone de uno y esta mañana
les he llevado un burro viejo… no sé para qué; pero a cambio, me regalaron dos
entradas a la Zona Vip… Casi es igualito… vas a ver…
Efectivamente, estábamos sentados
en primera fila, casi junto a la jaula de los leones, pero solo salió uno de
los tantos –dijeron. El animalito apenas caminaba azuzado por el látigo de su
domador y con la melena gacha casi rosaba el piso de aserrín. El fulano
chasqueó su largo azote sin percatarse que la punta le cayó en pleno hocico de
la bestia. El dolor la hizo reaccionar y pegó tal rugido que su controlador
espantado se apoyó violentamente en la vetusta jaula y por poco la tira al
piso.
-¡Amorcito, no me digas… ¿es
tu estómago, otra vez?! ¡Qué fuerte te está sonando!
-¡No seas tonta, mamita! Es el
estómago del… domador; pues, este no come hace una semana entera, porque quiere
enflaquecer más… para que no lo vea el león… Y nuevamente lo coja para chuparlo
como chicle todo el día… ¡Solo por consideración a la familia… ya que es su
íntimo!
-¡Ahhh… ya veo!
Después salieron los ancianos
payasos, con full vestimentas multicolor, pero muy llevadas por el tiempo y con
un sinfín de huecos. Eran muy raros, pues no calzaban sus clásicos zapatotes;
en cambio, mostraban unos huesudos pies y esto era lo que causaba más risa.
Pronto empezaron los chiflidos de la galería porque los autollamados clowns no
disponían ni siquiera de micrófonos ligados a equipo alguno de difusión y el
número fue terminado antes de los debido.
Para calmar los ánimos, pronto el
animador vestido con frac casi blanco y sombrero de copa negruzco, anunció la
presencia de las fabulosas Águilas Humanas y sus mortales intercambios aéreos
en los dos raídos trapecios que parecían desprenderse al menor esfuerzo y eso
sí que causaba realmente mucha ansiedad. El número no fue del todo desagradable
y ya anunciaron el último acto circense: triple mortal en el aire y con cambio
de parejas. Sonaron los redobles de tambores creando mucha expectativa en el
público asistente. Cuando, en ese instante de sumo silencio, ingresó espantado
un payaso por el centro de la pequeña pista, gritando a todo pulmón:
-¡El león se ha escapado!
¡Corran por sus vidas! Que hace tres días que no come…
Y sin soltarme de mi novia,
tuvimos que meternos en la primera jaula que encontramos; es decir, fuimos a
dar justo en la pequeña jaula donde dormía el felino todas las noches, pensando
que estaba vacía… Nos miró de arriba abajo, quiso lanzar un feroz rugido y de
solo ver nuestras esqueléticas figuras, bostezó amargamente y seguramente para
sus adentros estaría diciendo:
-¡Maldita sea mi suerte! Otra
vez solo esqueletos de burro…
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