Que soy un elefante de 120 kilos
no es un secreto que lo pueda ocultar, tal como pretendía hacerlo mi digno y
peludo abue Toto, un poderoso mamut de 800 kilos portador de una esbelta figura
que, con su larguísima trompa, alcanzaba tranquilamente las copas de los
gigantescos árboles a más de 30 metros del piso. Y es que esta buena bestia
descomunal, a diferencia del resto, era bien sapiens; pues le bastaba pegar una
chisgueteada previa con su jugo de riñones y, al toque, se venían abajo los más
desafiantes troncos. Yo recuerdo, hace como quinientos años atrás, que lo vi
hacer tal cosa y me dejó perplejo y más estúpido que de costumbre; quise hacer
lo mismo, y apenas solté el primer chorrito, no me fijé que allí descansaba una
feroz boa constrictora que me agarró como chicle e intentó tragarme colmillos y
todo. Sin alarmarse, vino mi abue y repitió el baño y, luego, desapareció
zigzagueante un delgado espinazo, silbando desesperada, Adiós Pampa Mía.
Pero volvamos a lo nuestro; mejor
digo a la escapada que se pegó mi iracundo abue, quien se entrenaba con los
iguanodontes y practicaba en serio con los tiranosaurios Rex, sin embargo,
apenas sentía el bramido de mi inocente abuela, corría a esconderse detrás de
una flaca y enana higuera; allí, se tapaba los asustados ojllos con sus
inmensas orejas para sentirse totalmente invisible. Al llegar allá la santa
señora mamuta, se le pasaba la cólera al ver la estupidez mayúscula que
pretendía su machucante de 50 toneladas:
-¡Oe, Totazo o tontazo de la porcata, ¿quién te ha dicho que escondido así, nadie te puede ver? ¡Abre los
ojos que te puedo ver desde 50 km de distancia… ¡Como eres tan chiquito… web…
azo!
-A, a, amor… ¿por qué he de
querer esconderme del amor de mis amores? Si vos sos lo más bueno de este
paraíso; nadies (así decía) nadies podrá compararse con lo más dulce y humilde
que me ha podido tocar como orejuda pareja… Tú, mi débil y abnegada hembra…
-¡Oe, won, ¿qué es eso de débil hembra? ¿débil? ¡Tu madre! Que todavía
sigue aguantando las cueras constantes de ese viejo rabo verde de tu padre…
además de soportar las miles sacadas de vuelta con todas esas chuchupiresas
trompudas del clan…
-Bueno, mujer, cálmate; que para
nada me he referido a tu santa madrecita… a quien acabo de verla con un grupo
de cien machos haciendo cola… ¡Qué gran aguante de tu madre! ¿Y cómo tú no…
-¡Cierra la trompa y bájame ese tonito unos 200 decibeles… si es bien
sabido y mucho más comentado por los tucanes, los macacos y las hienas, que
siempre se mueren de risa, cada vez que la miran a tu madre, estirada y pisando
huevos de tiranosaurio, cuando, fingida inocente, visita los nidos de
avestruces para robar sus huevos y después hacerse la santita; cuando es una
completa loba de lomo caliente y que se pierde por semanas enteras con los…
-¡Para, para m´ijita! Ya estuvo
bueno. ¡No sigas hinchándome las bolas! Porque me olvido que todavía te guardo
un poco de respeto; todo mi cariño y mucha pasión de por medio…
-¡¿De por medio?! De por medio no hay nada… Solo un viejo y arrugado
chorizo ahumado en medio de un par de bolas gastadas y que están por
las puras bolas; en otras palabras, solo te queda el floro, el galanteo y los
trompazos que sigues ofreciendo a tus incautas trompudas…
-¡Tal vez… porque el material de
abajo está muy pisado y ya no llama la atención o porque no queda ni michi de
aquellas poderosas grupas que enardecían a la mitad de la manada…!
-Y hablando de pisados… sabes si alguno de tus hermanos haya sacado el
poco carácter de tu viejo y, como aquel, se dejen crecer la lana al punto de parecer
unos sacos-largos sin derecho a pataleo y, calladitos, tengan que recorrer la
jungla entera para buscar el combate que les ordenan sus hembras; porque
resulta que las fulanas madres se han cortado a propósito la leche para no
perder sus esbeltas figuras…¿sabes?!Contesta!
-¡Última advertencia! Cierra el
hocico y humedece esas 200 pacas de heno seco y caliéntame la madriguera de 40x60m,
porque tengo mis patitas heladas y quiero calentarlas un poquito… Que no sea
contigo…
-¡Anda y has callar a tu madre…!
A la mañana siguiente había otra
alfombra gigantesca secando a pleno sol frente a la cueva, toda vez que las
primeras heladas ventiscas anunciaban un infierno muy pero muy crudo.
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