sábado, 28 de septiembre de 2019

CHANCHO AL PALO



Como acontece todo el bendito año en estas tierras olvidadas por los gobiernos de turno durante los últimos 100 años, permanecemos jodidos donde más nos duele, o sea, en el bolsillo; y es que, hablando en oro, nuestro alicaído sol de oro (tan valioso para la numismática), solo te alcanza para parar un frugal desayuno los fines de semana: una taza de rala infusión más un pan con soledad de la semana anterior, y los demás días solo debes contentarte con tomar grandes cantidades de humo y smog; asimismo, únicamente te alcanza para costear un lavado de platos que semeja el almuerzo de algunos martes (cuando llegas temprano a la cola del comedor popular); pero a cambio, Diosito, (siempre Él y únicamente Él), viéndonos tan lacios todo el día, nos manda un millón de soles en energía pura; tanto así, que por estos rumbos, hay que colocarse necesariamente un poncho al mero lomo, un sombrero mejicano o una carpa lo suficiente grande para que te cubra de los malditos rayos UV, porque el Tata Lindo es tan dadivoso que de yapa, nos regala graciosamente una radiación que no baja de 19 o 20, dizque porque somos sus ardientes cucufas.
Pero pasando a otro tema, hoy tenía necesidad de trasladarme de un extremo a otro de esta ciudad a eso de las 10:30 a.m. pero más parecía de la p.m. (quiero decir de la noche, malhablados), cuando los endiablados rayos solares, justo cuando empiezan a quemar como si cargásemos una gigantesca lupa encima, multiplicándolos por mil amperios y apenas te cae un rayito de raspetón en la casposa, tienes tres posibilidades: a) que la cabellera entera se te achicharre y quedes mismo crolo, como si tuvieras pegado un gorrito ensortijado tipo borrego de luto; b) que si además, te caen en los brazos, quedes como una viuda negra lista para comerse hasta la prima; c) de llegar directo al mero puerco, te conviertas en un quemado pollo a la brasa en un santiamén. Entonces, como escapatoria de aquel infierno, subí a un bus que como siempre estaba recontra full y el cobrador seguía gritando:
-¡Dentren, dentren, pueee… el carro está vacío; avancen por el lado izquierdo… al fondo… ta´vacío!
Apenas subí, me hice el cojo y además me quejaba lastimeramente… pero nada. Tuve que esperar media hora para que me cedan un asiento porque todo el mundo estaba cabizbajo metido en su celu hasta las orejas. El asiento cedido estaba detrás del chofer, pegado a la ventana y humeando a más no poder, debido que allí caía el sol directamente todo el trayecto y apenas se paró el educado joven -quien ya se bajaba-, me atreví a ocupar dicho lugar. Apenas tocó mi trasero aquella hornilla al rojo vivo, saltó un metro y me choqué contra el techo.
Pasado este caluroso recibimiento potal, traté de acomodarme a la situación y me quité una de las casacas, pues había madrugado a la 4 de la mañana; a las dos cuadras, el chancho en mención (Yoni), estaba que reventaba, pues ya fluían quemantes gotas a raudales desde mi jokey; sin embargo, cuando me agaché un milímetro, se vino un sunami de sudores desde todos los lados de la cabeza que me nublaban la vista. Sentía que mi camiseta chorreaba en gruesos borbotones que se acumulaban en la bolsa que tenía por cintura, gracias a la correa y la pipa seguía creciendo; quise mirar mis zapatos, pues maliciaba que los líquidos que bajaban desde la ingle y los cocos que apenas aguantaban la inundación, se desbordaban por los agujeritos de los pasadores.
Para completar el maldito asado de chancho, pronto subió un escultural material de guerra, esos de cuerpo a cuerpo y todas las miradas convergieron debajo de la diminuta cintura al instante, porque la morenaza, con unos ojos claros y dominando su infartante cu…erpo, pegó un par de movidas y se hizo campo junto al chofer y casi frente a mis narices, dijo sensualmente, agitando las imponentes chichis:
-¡Buenos días, chamos  amigos míos! Seguramente ya saben que soy inmigrante venezolana y… solo les digo que no vengo con los pantalones vacíos, como podéis ver; digo, con las manos vacías… solo pido su ayuda… ¡no me ignoren! Les traigo este bombón…
Y se dio la media vuelta para sacar la mercadería ofrecida y un viejito que estaba muy hipnotizado en su imponente derrier, dio un gran suspiro justo cuando pasó por su lado, le pegó un suave caderazo y todo él, se cayó del asiento.
Ella, no llegó ni al medio salón del bus y acabó su rica oferta. Regresó cimbreante contoneando más las caderas y sacar más productos para ofrecerlos al resto de los pasajeros. Todos los demás parecían estar viendo un partido de ping-pong pues se movían conforme cacheteaba a un lado y otro el vaivén de sus caderas, menos yoni, que estaba concentrado en su diminuto pendiente (mentira). Nuevamente se agachó para sacar de su maletín otra porción de dulces para proseguir con su endiablada venta.
La situación se tornaba muy insoportable para mis adentros y mis exteriores. Mi corazón empezó a latir apresurado y mis devaneos ya me empujaban para querer tocar, por lo menos, aquel bocatto di cardinale y con la mano izquierda tuve que atrapar a la derecha, pues ya estaba a medio camino haciendo caso al Ángel de las Bolas de Oro, quien, pasándome sus suaves cachitos y casi llorando, me decía al oído:
-¡Oe, choche; saca la mano, que te puede acusar de acosador, agresor incontenible y son 4 años!
-¡Qué te importa! Total, con buen comportamiento salgo en dos…
-¡No, José Santos, avanti, bersaglieri! Sigue, sigue estirando tus ansiosos dedos, tú puedes hacerlo… mira que es único y muy potable… no seas tonto, casi llegas…
Ahora eran los consejos del diablillo y estuve decidido a seguirlos, pero pronto me di cuenta que mi musa de carne y más carne, hacía rato que había desaparecido y lo peor, el bus estaba estacionado pues habíamos llegado al terminal.






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