viernes, 6 de septiembre de 2019

UN CARNAVAL PARA LLORAR



El presuroso sujeto había subido al viejo bus en un descuido del cobrador, arrastrando trabajosamente un parlante negro bastante maltratado con el cual improvisaba un asiento,  cargando, además,  una increíble mochila que parecía toda una caja de pandora:
-¡Buenos días, amables señoras, señoritas y señores pasajeros… disculpen que interrumpa su placentero viaje. Yo no les voy a decir que acabo de salir en libertad o que me acaban de asaltar en el otro bus de esta empresa…je, je. ¡Mentira! Solo lo decía pa´que me presten un poquito de atención… Quien les habla, es un muchacho provinciano que quiere ganarse la vida honradamente, y la verdad es que estoy sin desayuno… desde ayer lunes que llegué a esta ciudad y estoy a punto de perder el sentido, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, gracias al exquisito ceviche de conchas negras… el que he repetido hasta por tres veces –en sueños-, voy a hacerles un poco más grato su viaje con unos alegres y movidos carnavalitos de mi tierra, Ayacucho; no espero que me acompañen con sus palmas, pero sí me gustaría, que al final, como un total reconocimiento a mis cualidades de extraordinario guitarrista y mejor cantor… me llenen este chullito con cheques no menores de cincuenta soles; además no se preocupen que tengo vuelto de sus billetes de 200 o también pueden hacerlo mediante tarjeta, ya que estoy preparado para recibir toda clase de sencillos…
Prendió su negro altavoz y lo conectó con el micrófono que sacó de la mochila; igualmente, sincronizó su celu con el playback adecuado y todo el mundo, motivado dentro de la unidad, esperaba iniciar movida y alegre pachanga. Inclusive, un borrachito que andaba cogido con sus dos manos del pasamanos, porque todo el viaje estuvo que se venía al piso, se soltó y, desafiante, sacó su pañuelo y gritó: ¡Suelta ese carnavalito, cuñaooo!
Y el improvisado artista, sin inmutarse, tomó tranquilamente su mochila y sacó una gigantesca antara. Moduló el volumen para que puedan gozar su interpretación hasta los pasajeros del fondo. De pronto, empezaron a sonar los primeros acordes bastante calmos, espaciados y muy tristes. Todo el mundo parecía estar en vilo, esperando un feroz ataque musical; porque por estas tierras, apenas se escucha la palabra carnaval, inmediatamente el corazón salta de alegría y los brazos se preparan para coger una pareja y las patas, desesperadas en el sitio, se mueren por tirarse un feroz chanca-papas.
Luego, el improvisado artista, tomó ese semicircular instrumento de cañitas ordenadas secuencialmente por el sonido y soltó de improviso una serie de chillidos agudos como un coro de gatos que les pisas la cola y aquello más parecía las sentidas lamentaciones de un velorio y el bus semejaba su carroza con irremediable dirección al cementerio. Consecuentemente, en el fondo, algunas muy sensibles matronas sacaban sus pañuelos y no para danzar o revolotear sobre sus asientos; todo lo contrario, sin quererlo, ya estaban moqueando bastante acongojadas y ese mar de lágrimas acudió profuso anegando el piso entero; mientras aquel “carnavalito de Ayacucho” más parecía un quejumbroso yaraví en joda. El chofer no pudo más, se secó los ojos con el dorso sucio de su mano sudorosa y estaba tan desesperado que lo hacían pujar sus escondidos sollozos y al no poder resistir más, paró en seco la unidad; haciendo gritar tristemente un sin fin las fajas de los frenos, para suplicar:
-¡Por favor, choche de Ayacucho, deja de tocar ese carnaval, que ahorita se muere el motor por tanta alegría que nos estás brindando! Buaaaaaa…
-¡No se preocupe, maestro; que ya viene lo bueno!
Y nuevamente empezaron a sentirse los desgarradores chillidos con mucha mayor emoción en ese extraño y doloroso lamento que invadía todo el ambiente; por ello, algunas criaturas, como adivinando nuestra agonía general, empezaron a gritar desconsoladamente, convirtiendo al bus en un móvil muro de las lamentaciones. Así pasaron cinco minutos más de suplicio chino. Me puse en pie con los ojos nublados y apenas pude ver que, más de la mitad de pasajeros ya estaban moqueando duro y parejo y sus gemidos se hacían cada vez más fuertes y sentidos, pues todo el bus estremecía al máximo, haciendo sonar su penetrante ulular como una desesperada ambulancia. Seguramente que estos signos señalaron al intérprete como que era una actitud colectiva de infinita satisfacción, después de haberlos conmovido hasta las lágrimas con su alegrón carnavalito:
-¡Señores pasajeros, muchísimas gracias por participar de mi extrema alegría y satisfacción; gracias por encontrarme ante un público tan inteligente y tan capaz de vibrar con las alegres notas de mi carnavalito… Como agradecimiento, les voy a interpretar otro carnavalito… un poquito más largo y sentid…
-Chofer, chofer. Chofer… ¡Pare, pare, por favor! Bajan… bajan…
Y el bus se quedó completamente vacío… y el ayacuchano también… porque todo el cortejo fúnebre se bajó en el siguiente paradero; pero, cosa curiosa, todos, absolutamente todos, se sintieron sobrinos, pues parecían haber escapado de una manifestación contra la Tía María.

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