lunes, 16 de septiembre de 2019

LA GUERRA DE DOS MUNDOS



Con esa profunda convicción con la que se defiende una creencia por tenerla metida en la misma médula oblonga, y que generalmente rebota al toque convertida en estúpida certeza absoluta; tal como la que viven dos desesperados amantes, babeando por conseguir la rendición inmediata del inexpugnable fuerte del vecino, escondido entre ceder y no ceder ante los continuos asedios y tanteos de su ´amado pirata´ abandonado en el mar de los deseos por seis meses a pan y agua, y que muere por enterrar su espada en aquellas playas vírgenes de su costilla, cuyas malditas evasiones persisten, exacerbando más los locos devaneos por atracar solos en una misma isla; sin siquiera presagiar que puede terminar enterrando su amor en los tiempos del cólera.
Con esa misma creencia, estimado lector, trato de afirmarle al mundo entero que, dada tu vastedad en el campo literario, apenas leíste este título y algunas líneas iniciales del texto, lo primero que vino  corriendo, como garañón detrás de su potra alazana, y arribó a tu mente privilegiada fue: a este patín, realmente le está patinando la azotea, al haber cometido dos crasos errores de salida: 1. Que aquel ponderado choche H. George Wells tiene una obra… casi con el mismo título; 2. Que lo mismo ocurre con el nombre de la obra del célebre Gabo y que, lógicamente sugiere, propone y acusa una pobre imaginación de este bloggero para dar inicio a este increíble post, referido a las artes de la guerra entre sábanas.
Pero aquí no se trata de haber plagiado o por lo menos, haber parafraseado el nombre de ambas obras, dado que el tema en sí está referido a otro asunto, muy delicado, estruendoso y odorífico al extremo. Apunto y disparo; pues, believe it or not, resulta que mi dilatada naranja y media, hoy se maneja un hermoso perfil de sandía y su incontrolable ansiedad se transforma, ipso pucho, no solo en simples deseos de tragar como camionero, que sería lo más natural en una persona que se come hasta los kilómetros; por el contrario, en su caso, ella debe haber adquirido graciosamente el Síndrome del Hueco Negro y no porque alguna de sus grandes oquedades tenga dicho color; no, ello se debe a que todo lo que cae en sus fauces desaparece por efectos de la gravedad; es decir, por la grave edad que vive y empieza a devorar todo y que nunca le permite apagar el molino que guarda sagradamente en sus fauces por más de diez décimas de segundo.
Lo más extraño del caso es que, anoche, después de acostarnos, no pasaría ni tres horas, cuando este fiel servidor, ya estaba con las persianas a media caña, intentando cerrarlas completamente y mandarse una sesión interminable de hermosos sueños y, sin que medie aviso alguno, de pronto nuestras grandes y pesadas cobijas empezaron a cobrar vida, porque se elevaban de a pocos en medio de la penumbra. La presencia de aquel imposible espectáculo, que se zurraba en las leyes de la física, me llenó de pavor y opté por cubrirme con ellas “cabeza y todo”.
Realmente fue el acabose tomar esa maldita decisión, pues de inmediato pasé a integrarme voluntariamente y sin opción de regreso, como activo militante de Los Perros Bravos Sporting Club de Construcción Civil, metido en la peor manifestación contra la Tía María, creyendo sobrevivir a esa la lluvia de gases lacrimógenos que me impedía ver y respirar a 1mm de distancia. Pero seguía acostado en medio de esa peligrosísima manifestación. Traté de abrir los ojos y… se me cerró de golpe la nariz; me tapé la nariz y se me abrieron totalmente los esfínteres.
Espantado por lo que me ocurría, quise respirar y ese maldito ataque gasífero me lo impidió; era realmente mortal. Hice un esfuerzo sobrehumano y me volteé. Sin embargo, creí notar que las frazadas aplacaban su ahogo y volvían a su estado normal. Pero esta tregua de la Mujer Globo (mi redonda dama de compañía), fue pasajera  y muy breve; pues al instante, mi impetuosa mujer, estaba recargando su potente misilera; para ello, roncó estruendosamente y tomó nuevos bríos; suspiró profundamente y disparó sus cañones directo a mi nariz que andaba husmeando por los alrededores y quedé totalmente aturdido, pues los cañonazos se convirtieron en bombas atómicas y por la cercanía salían disparadas a todos lados y la pobre cama ahora parecía una carpa, pero no una personal, ni otra para cuatro personas; sino una de circo y ya me sentía volando desvanecido entre los trapecios, hasta que la fetidez abrumadora me arrojó al puro suelo que hizo las veces de un sólido e impenetrable colchón… y allí comenzó la verdadera tragi-comedia de mi calculada vendetta y me acordé de El Arte de la guerra de Sun Zsu y preparé una macabra estrategia:
Me senté sobre el piso calato (al igual que yoni), porque con los incesantes cañonazos quedé con el piyama hecho una reverenda m…ermelada. -¡No puede ser que este ataque a traición me coja desarmado! No podía pensar, pero adopté la pose fría y calculadora de Rodín y me dije:
-¡¿Vas a permitir esta afrenta a tu caballerosidad, a tu impecable limpieza y al respetable decoro que le haz guardado toda tu vida?! ¡No, carajo! Estás postrado en el piso como un miserable perro… ¡Tienes que hacer algo! Para eso tienes una gran imaginación y… esta injuria no puede quedar impune, sabiendo que ahora las vendettas están a la orden del día… ¿Te puedo sugerir el menú? OK. para el desayuno, te zampas dos paltas moqueguanas de kilo, junto con un jarro de leche recalentada, más tres huevos fritos y dos pasados; en el almuerzo, un plato de pallar iqueño del 2003 que venden de la Feria del Altiplano, dos fuentes de poroto panamito, que es el más rastrero  de todos y medio quilo de habas sancochadas; para el postre, otro jarrito de chocolate del Cusco, pero que lo hacen en el Cono Norte; finalmente, y lo más importante: para la cena, un buen recalentado del pallar, junto con el panamito y las habas con arroz. Me olvidaba, te acuestas al toque y lleva por si acaso una máscara anti-gas y… ¡Mañana destejamos tu Invasión a la Playa de Cochinos!


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