martes, 27 de agosto de 2019

¿MALA PATA? (I)


Me había tirado de corrido toda esa larga noche a media luz porque el corte de energía eléctrica fue de improviso y tuve que recurrir al uso de tres velitas, lo que dificultó aún más desarrollar la tarea ineludible de Propedéutica Intelectual; toda vez que en primer control había obtenido 07/20 puntos y no podía darme el lujo de intentar una disculpa por razones ajenas  a mi voluntad; mucho más, si para solventar el pago de mis pensiones universitarias seguía trabajando como cobradora en la vieja combi de mi tío sin importarme los diarios sacrificios que incluían sábados y domingos. Para ello, tenía que levantarme siempre a eso de las tres de la mañana para iniciar el día limpiando completamente la unidad por fuera y por dentro; y luego salir para cumplir el primer viaje.
Esa madrugada estaba muy fría y tuve que colocarme encima una delgada vestimenta que aún continuaba bastante húmeda ya que la había lavado al finalizar la tarde de ayer; empero, solo vivía metida en una inmensa preocupación, anhelando que todo ese esfuerzo efectuado para que la información y su respectiva bibliografía consignadas estuviesen correctas. Una vez limpia la gastada movilidad, acomodé mi mochila en la parte delantera del salón, frente a asiento del copiloto, cuidando no estropear los files allí guardados; pero, sobre todo, aquel artículo académico cuyo tema esencial era: El Desayuno y su trascendencia fisiológica en el Rendimiento Intelectual, coincidente con los habituales ayunos mañaneros de las alumnas del salón.
Unos ronquidos conocidos anunciaban que había sido encendido el motor y ronroneaba de a pocos, apurando el ánimo del viejo chofer, quien semejaba un ovillo redondo de lana al estar recontra abrigado con dos chompas, chalina y un corto gorrito rojo manchado de grasa que se lo acomodó antes de partir. Se persignó tres veces y partió rumbo a completar la primera vuelta, que valgan verdades, estuvo floja, casi como de costumbre. Solo algunos pasajeros madrugadores subían apresurados, guardando una compostura sumisa, agachada y confundida entre sus gruesas prendas con las frías manos metidas en los bolsillos. La segunda, fue mucho mejor porque ya se notaba la presencia de obreros y colegiales de todas las edades y uniformes que subían presurosos y, debido a sus urgencias, la desesperación y el amontonamiento de los apurados pasajeros hacía que permanecieran doblados en cuatro empujados en el pequeño salón; haciéndolos sudar profusamente y las ventanillas pronto se cubrían de rápido vapor que nublaba toda visión de los exteriores y unas temblorosa gotas empezaron a caer, cual lágrimas que podrán anunciar malos presagios.
Durante el trayecto, cuidaba mucho los bolsillos un tanto raídos de mi viejo suéter que tenía puesto debajo de mi casaca de trabajo, pues allí guardaba los billetes que iba juntando tras cada vuelta del gran circuito. Del mismo modo, no perdía de vista mi escuálida mochila donde estaba mi preciado tesoro de investigación consultado en la cabina de internet de junto a la casa de mi tía. Felizmente todavía estaba allí.
De improviso, saltaron unos fuertes y claros ayes femeninos dentro del carrito atestado y todos voltearon a ver qué era lo que estaba aconteciendo.
-¡Pare, pare, señor chofer! Me acaban de sacar mi monedero del bolsillo… pues no aparece por ninguna parte y no tengo dinero ni para pagar el pasaje… ¡Por favor, devuélvanme mi monedero… no sean malitos… que es todo lo que tengo! ¡Pare, pare, por favor…
El viejo carro se estremeció todito y gimiendo terriblemente sus llantas se detuvo. Todos se miraron entre sí, absortos por lo sucedido. Luego, volvieron a cruzar miradas de reojo… Sintiendo más desconfianza…
-¡Vamos, maestro, que se me hace tarde pa´la chamba!
Junto al chofer estaba una señora con su hijito en sus brazos, dándole la mamadera o biberón. El pequeño mamón hizo para un lado su cabecita y su madre, puso paradito el biberón en la parte superior del tablero, junto a mi mochila. Partió rápidamente la unidad y llegamos a la esquina de aquel colegio donde se bajaba más de la mitad de pasajeros. Un rato después, llegamos a mi paradero, cerca de la universidad. Entregué la bolsita de dinero a mi tío y otra amiga se hizo cargo de la cobranza. Me despedía apurada, estiré el brazo y tomé mi mochila. Rápidamente me la coloqué al hombro y fui presurosa por aquella vereda completamente repleta de alumnos que apurados tratábamos de llegar a clases, antes de las 7:15.
Ingresé al salón y los chicos de mi grupo, mostrando unas caras alegres, me recibieron con unas sonrisas agradables y dejaban escuchar sus gratos saludos. Los holas y los qué tal brotaron casi al unísono y fue un bonito recibimiento. Iba a tomar asiento en la carpeta que había separado mi choche Frida, cuando ella, muy sorprendida me dijo:
-¡Oe, sonsa, ¿te has olvidado de tapar tu tomatodo? Mira, ¡cómo está chorreando tu mochila!

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