De pronto, el diminuto agente,
tomó una inesperada decisión e ingresó abruptamente a través de ese largo y
oscuro corredor, metido debajo de esas dos casacas del uniforme tamaño XXXL,
más el viejo gabán que le cubría hasta las orejas y casi lo arrastraba; además,
de cargar dificultosamente sus enormes zapatos que, por dentro tenían unos
aumentos de 15 cm para aparentar una mayor talla y con ello, dotarlo de una
mejor presencia corporal. Quiso seguir adentrando a grandes zancadas, simulando
mostrar una actitud matonesca que causara un impacto aterrador, aunque el
lúgubre e inmundo pasadizo por donde avanzaba casi a tientas y la densa
penumbra tan solo dejaba entrever las cosas a 10 cm. de distancia; mientras
desde aquel lejano fondo, parecía reptar sigilosamente un silencio sepulcral;
cuando, de improviso, apareció una aterradora voz que rompía la quietud con un
vozarrón muy grave e intenso: ¡atención! Se escuchó quedamente y el nervioso
investigador, como si le hubiera pegado un rayo fulminante con increíble
precisión, quedó calcinado ipsopuchamente; deteniéndose en seco hasta quedar soldadas
sus inquietas pestañas y, sin saberlo, se quedó alelado en el sitio, esperando
algún ansiado milagro que lo sacara de ese embarazoso sopor que lo aquejaba
hasta convertirlo en un miserable perro que acezaba incontenible y su desmayo
parecía inminente.
-¡Atención… atención, atención Mandrake 3, aquí Mandrake 1… responda!
Al instante, recobró los perdidos
latidos y volvió a respirar, guardando la pistola en la cartuchera, pues como
acto reflejo, se había quedado listito para disparar como el mismito 007. Y
casi temblando, solo atinó a responder:
-¡A… aq… aquí, el sub oficial de 1ra… A… a… agente encu-bierto 003 y y
y medio… Si, si, sin cachita, porque estoy armado hasta los dientes con una
pistola-a-me-tra-lla-dora de 600 ti, ti, tiros por minuto… Ta, ta,ta, tá…tampoco
vayan a disparar… ni, ni, ni siquiera perdigones, po, po, porque no traigo mi cha,
cha, chaleco antibalas, ni mi ca, ca, camiseta a prueba de sablazos, menos mi bo, bo, bóxer
que se, se, se lo acaban de ti, ti, tirar…
-¡Atención! Volvió a gritar la misma grave voz desde el otro lado
del mundo y la reacción del súper-agente fue peor. No solo se quedó estático,
sino que, además, había perdido sus zapatos con garantía de impermeables, sin
embargo, poco a poco se iban encogiendo por los continuos charcos de agua hasta
desaparecerlos entre los dedos. A pesar del intenso frío que ahora sentía en
sus hidrofóbicas perras, empezó a percibir una infinidad de desesperados
chillidos que avanzaban como una tromba incontenible de ratas asesinas, guiadas
por ese fuerte olor a queso fresco, llenando el estrecho pasaje con una
inquietud delirante causada por esa amenazante avalancha de gigantescos
incisivos que seguían llenando la cueva hasta llegar a una total desesperación
del desfalleciente agente.
Seguramente había transcurrido un
buen rato, porque de pronto se le hizo la luz al casi occiso, pues se le
prendió la velita (porque esta no llegaba a foquito, menos a foco), para
percibir un conjunto de sombras humanizadas que giraban a su alrededor y el
bullicio propio de muchas voces entrecortadas que hablaban desaforadamente y
sin sentido, todos a la vez. Otra vez descubrió la palabra ¡Atención! Y trató
de incorporarse al toque. Se le doblaron las piernas, sentía desvanecerse y se
apagó la luz.
Ahora se hallaba metido en una
habitación llena de resplandeciente claridad, con grandes ventanales, muchas
cortinas; donde la cama era impecablemente blanca y, junto a ella, una pequeña
mesa metálica con una limpieza general envidiable. Intrigado al máximo, quiso
ver por la ventana dónde se encontraba, a pesar que solo vestía una bata
grandota como única prenda encima del lomo y sacó medio cuerpo para ver qué diablos
ocurría en el sitio de donde venía el vocinglero asunto...
-¡Con el batallón, atención!
Y una vez más se irguió al toque,
chocando estrepitosamente con la parte metálica de esa ventana que la había
corrido hacia arriba a media caña y se rebanó el 99.9% del cuero cabelludo,
desde el occipucio hasta la frente sin dejar nada en el trayecto. Iba a lanzar
un grito más potente que el de Tarzán estando con los cocos mordidos por la
curiosa Chita, que los confundió con los otros, cuando en el parlante del pasadizo
se hizo presente y escuchó este llamado:
-¡Atención… atención… atención a todo…
Fue suficiente oír dicho
estímulo, para que esta bestia (Yoni), condicionada por las constantes órdenes
de pararse, sentarse, inclinarse, saludar, escuchar, con la misma voz; hasta,
finalmente, quedar de una pieza como un soldado de plomo cada vez que escuchaba
la maldita orden; es decir, se disparaba en correcta posición de firmes, con la
cabeza en alto, la mirada de un búho y las extremidades perfectamente estiradas
y pegadas al cuerpo. Con el tiempo, si bien la mirada parecía perdida en el
infinito, muy en el fondo, se reía a carcajadas mirando la postura ridícula del
cabo que impartía esos gritos destemplados o mejor todavía, imaginando las
curvas sinuosas y provocativas de la Capitana, Jennifer Q. Lazo, para luego
quedarse virolo al contemplarla de frente o de perfil, con la lengua fuera y
con unas ganas incontenibles de… escuchar nuevamente la orden de ¡Atención! Y
este sujeto otra vez volvía a su estado catatónico: incapaz de pensar, sentir u
oler; tan solo quedaba el de reaccionar (previo patadón en los meros cocos), y
así pasar graciosamente o gratuitamente a quedar convertido en otro soldadito
de plomo.
Feliz y totalmente recuperado,
después de haber estado largos seis meses internado en la Unidad de Psiquiatría
y gracias a un novísimo método para eliminar el condicionamiento de atención
adquirido, en base a la aplicación de continuos toques eléctricos en los
mencionados cocos, he quedado zambo de arriba y calvo de abajo (me refiero a la
peluca); así como también, después de haber recibido, cada día, 10 baños seguidos de
asiento y doscientos con agüita a -5° y -10° de temperatura, eran cositas que
al inicio te los quema, pero con la práctica solo quedan pasados y un poco jaspeaditos
(los boxers). Cualquiera en mi lugar, hubiese tirado la esponja, debido a los desgraciados
shocks eléctricos, al punto que cuando escuchaba las palabras mágicas: ¡Atención,
alisten el desfibrilador de elefantes! Solito me ponía en atención. Mas
todo en esta vida tiene su recompensa y… con creses; especialmente, cuando ya
estás curado del maldito condicionamiento y no haces caso a nadie después de
escuchar la famosa palabrita; pero hay que tener mucho coraje para no dejar de
gozar, cuando ves a la cara de los jefes y te ordenan: ¡Atención! Y tú sigues
sentado, comiendo o charlando con las reclutas para enseñarles personalmente durante
las noches de luna llena, secretas estrategias de evasión conjunta y en
especial el ataque cuerpo a cuerpo; mientras que tu endiablado jefe, se pone
rojo, amarillo y verde por la indignación y el desplante recibido; y se muere
de ganas por expectorarte ipso facto del cuerpo de agentes por no saber acatar sus
órdenes. Vuelves a escuchar con más enérgica voz: -¡Atención!
Y tú, sigues impertérrito, como
si escucharas el Himno a la Alegría de… Mulder, ¿nooo? Y te meas de la risa.
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