domingo, 11 de agosto de 2019

LAS IRAS (III)



Hoy, bastante recuperado, aunque sigo totalmente envuelto con múltiples vendajes, bañado en full cremas y mil ungüentos cicatrizantes, parezco una de las momias recientemente descubiertas en el centro de la ciudad. Solo me han dejado tres orificios en el vendaje; dos para los ojos, uno para la boca, más me estaba olvidando, en realidad son cinco, ahora que quiero ir al baño. También no sé cómo se las han arreglado las enfermeras, pero me han colocado unas gafas oscuras porque todavía no resisto ver de frente la luz del sol; sobre todo cuando, se olvidan y me dejan en el patio por más de tres horas seguidas bajo ese calor calcinante. La vez pasada, estando en ese mismo horno, mi instinto reaccionó y logré quitarme algunas tiras de tela, pero he quedado pintado como una cebra. Después de haber sido olvidado otras tres veces, el director de la Unidad de Quemados ha prohibido que me saquen al patio desnudo; es decir, solo con mi traje de momia.
Para no caer en una depre maldita, estuve haciendo ejercicios de concentración y relajación; dado que, postrado como un paquete de huesos y llagas, hasta el vuelo de un zancudo me dolía en el alma. Para tal caso, me recomendaron acudir al jefe de psiquiatría y todas sus terapias fueron pasajeras; es más, estoy convencido que este choche, también es loco de remate; dado que, de entradita, este loquero se presentó mismo faquir, con bigote, barba y turbante incluidos. Me dijo que la música era el mejor relajante para mi terapia; inmediatamente pensé en Mozart, Beethoven o Chopin, pero el convencido gurú puso el reagetón: “Vamos a Rompernos” y no solo ello, al toque se puso a bailar calato y desenfrenado, mas, en el colmo de su vibrante locura me jaló a bailar, sacándome violentamente de mi silla de ruedas y ¡zuácate! me vine de bruces.
Me pasaron a la Unidad de Traumatología y están tratando de reconstruirme la nariz porque con el tremendo clavado metido en el cemento ha desaparecido mi tabique, mis cornetes y los orificios nasales; también, de paso, he perdido la lucidez por quince días y mis rótulas están bien rótulas. Dado el diagnóstico de estar camino a ser un charqui andante y al haber adquirido la categoría de INTOCABLE, me han dejado las mismas vendas por una semana entera; pero se han secado las cremas y los ungüentos. Me han puesto en Baño-maría todo un día para poder despegarme las tiras y al primer intento me han dejado totalmente calvo, sin cejas y han perdido una oreja; sin embargo, una de las más antiguas enfermeras, presa de Alzheimer y una miopía al 100%, quien era la encargada de quitarme el vendaje, me ha asegurado que es posible encontrarla más abajo; caso contrario, hoy existe la Medicina Reconstructiva –y puedo recomendarlo, me dijo-.
Ha pasado un año entero y después de haber visitado todas las unidades clínicas, el hospital ya parece mi casa; los médicos me llaman cariñosamente “Al-Kenatón” y me hacen sentir todo un príncipe egipcio. Al principio, tal chaplín me hizo pensar que estaba en camino a ser embalsamado y para colmo en mi cuarto dejaron una caja vacía de embalaje para refrigerador que me hizo tamblar: ¡Me jodí; ya está listo el sarcófago! Aunque… debe ser por la reciente campaña de austeridad impuesta en este hospital…
Sin embargo, como el periodo de recuperación es bastante largo, me han expectorado de la Unidad de Quemados por necesidad de camas, porque hubo un incendio en el asilo local y todos sus beneficiarios estaban altamente combustibles y me han depositado en el sótano. Un cuartito limpio, con una cama y su mesita. Solo hay luz eléctrica y estoy junto a la morgue: empero, el director me dijo: -“Solo hay que te tener miedo a los vivos”. Efectivamente, durante todo el día he tenido una tranquilidad absoluta y la atención ha sido impecable. Solo que por la noche el trajín ha sido insoportable, idas y venidas del personal, gritos, imprecaciones y maldiciones por doquier, más el traqueteo constante de las camillas malogradas no han dejado pegar una pestaña. Para colmo, hacia las tres de la mañana, hubo un silencio sepulcral por una media hora en la que logré dormir un poco. De pronto, han tocado mi puerta y pregunté adormitado ¿quién es? Y no obtuve respuesta alguna. Luego, volvieron a tocar con más insistencia tres veces seguidas y con más fuerza. He vuelto a preguntar ¿quién anda ahí? Y una voz de ultratumba me respondió con voz grave: ¡Soy yo, tu consciencia! Y solo hubo una larga pausa silente. Ya iba a chapar nuevamente el sueño y… con más insistencia golpearon, creo que fue con el pie porque la puerta sonó como queriéndola desprender tétricamente. Me senté de improviso. Cogí un bastón metálico y sacando fuerzas de mi tembladera, inquirí: ¿qui… qui…quiéeen esss? ¡Tu cochina consciencia! Y solo se oyó el estampido de una puerta cerrándose de golpe. Respiré profundamente, traté de levantarme y quise ponerme la bata y estaba al revés. No encontré mis sandalias. Luego entraron por el piso inmensos lamentos y ayes descomunales; por Dios que se taparon todos mis orificios con la desesperación y, ya en el piso, me sentía desfallecer. Se apagaron las luces y parecía que estaba con un tremendo Parkinson y solo recuerdo que temblaba todo el cuarto oscuro como un túnel.
Han pasado 18 meses; por fin he vuelto a mis aposentos reales y me veo en un espejo: ¡todavía sigo rayado como una cebra! Pero con un par de asoleadas en el techo quedo como nuevo. Por fin se fueron las IRAs y a cambio he conseguido una tersura única en todo el cuerpo y quiero reír de felicidad, pero al intentarlo se me ha subido el pipute (ombligo) a la garganta; luego de un rato, reparo que toda mi piel ha quedado en talla M sin saber que soy XXL. Para confirmarlo, trato de cerrar un solo párpado y el ano quiere guiñarme; entonces, tengo temor de sentarme y lo hago poquito a poquito, no vaya a ser que… vuelvan las ochenta arrugas que colgaban en los cachetes… ¿Agacharme? ¡Misión Imposible!


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