LAS IRAS (II)
Si bien desde la más remota antigüedad
se sabe que el uso de agua congelada o los baños con trozos de hielo eran una
forma de remedio casi exclusivo para cortar de hachazo aquella maldita fiebre,
donde el encendido paciente alquilaba su propio infierno y no solo se convertía
en una brasa de pollo express; sino, que este dragón humano, al intentar soplar
para hacerse un poco de aire, era capaz de volver cenizas su túnica o costal de
sebo incorporado; única pieza que hacía las veces de pijama, terno, mantel y
frazada; pues de no ser controlada a tiempo esta brava quemazón, con seguridad
causaría un incendio de la gran flauta, fundiendo hasta el mismo catre y sus
soportes de metal; sin embargo, la verdadera quema que alcanzaba gigantes proporciones
se daba a nivel nervioso y este sufrido carbón encendido entraba en shock
inmediato, con su respectivo delirium tremens, contando a voz en cuello secretas
intimidades propias y ajenas; sin olvidarse de acusar a sus oscuros demonios o sea,
generalmente a sus hermanos mayores,
primas, tíos y demás allegados.
La verdad que este remedio de mi
abuela no lo pude emplear por falta de recursos, pues casi siempre al cargar
los pedazos de hielo llegaban a su destino hechos agüita tibia, porque no podía
trasladar las 30 unidades con 600 kg. de peso. Después, al intentar movilizarlos
individualmente en varias bolsas, con la décima, el conductor del carro se
quedó congelado mostrando una blanca sonrisa fría e interminable;
posteriormente, quise trasladarlo en bloques rectangulares y, al cargar el
segundo bloque, (sin guantes), tuve que llamar urgentemente a los bomberos,
pues cada ampolla obtenida era de 20 cm. promedio en el mero lomo. Terco y tenaz
como siempre, ingresé a Internet para averiguar y cerciorarme de técnicas
actuales basadas en el mismo procedimiento de curación: la Crioterapia.
Sumamente entusiasmado –dije-
¡esto es lo mío! Si bien las especificaciones eran por demás claras y fáciles
de aplicar, solo hubo dos pequeños grandes inconvenientes: por un lado, la
cámara de refrigeración era muy difícil de obtener dado su costo, traslado y
mantenimiento; por el otro, comprar el oxígeno líquido evaporado a cien dólares
el cuarto de litro era un cubo de dinero. Sin embargo, quería conseguir una
curación definitiva a mis males respiratorios y la ira incontenible cada vez
iba en aumento; así que, persistente, el mulo, probé el modo tradicional; es
decir, llenar una tina con el 80% de agua y 20% de hielo. Terminados los
preparativos (casi calato), me quité el short y metí temerosamente el índice de
mi mano derecha para probar la temperatura de aquella masa inmóvil,
transparente y muy tranquila, pero…al instante, me pareció escuchar el mismo
ruido que surge cuando se pasa la plancha sobre una prenda mojada y el dedo se puso
morado, muy rígido y parecía fundirse, pues estalló una gran nube de vapor.
Esperé un buen rato, cual azulado
pensador de Rodín, sentado al filo de la tina: -¡No puede ser! Me levanté con
todo el ánimo puesto encima y el cuarto se nubló. Me aproximé a la inocente fuente
y, sin pensarlo, metí violentamente la pierna derecha. Solo recuerdo haber
tenido un corto circuito a nivel neuronal; el deslumbrante relámpago cruzó
desde la frente hasta el dedo gordo del pie izquierdo en un santiamén y luego
todo se hizo noche.
Hasta ahora no puedo saber cuánto
tiempo he permanecido solo, triste y abandonado en esa viña miserable del Señor
Frío; pues algunos curiosos, cuando lograron romper la puerta congelada del
baño, el lugar semejaba una cámara frigorífica; todo permanecía bajo una gruesa
capa de hielo y tuvieron que cortar con soplete la densa bruma que se había
solidificado y no dejaba ver absolutamente ni jota. Solo tuvieron que pasar 10
horas de recia lucha contra ese cubo gigantesco solidificado y por fin pudieron
divisar entre la bruma que cubría el piso, una figura con aspecto humano en
postura fetal. Aquellos voluntarios vecinos, al toque pensaron: “!A la gran
flauta, ¿es una momia?!” Mas el recio frío les cortó la imaginación. No les
quedó otra que iniciar un pequeño incendio y recién pudieron ubicarme.
Quisieron reanimarme por siaca: -No se pierde nada con intentar entibiarlo un
poco y me echaron agua hirviendo… pero no lograron hacerme mover ni una
pestaña. –“Ya fue este tío”… ¡No, no… -“Utilicemos el soplete! Tampoco. Solo
cuando de improviso se les cayó esta pistola de fuego entre mis propios… cachetes,
logré guiñar un ojo.
Si bien he pasado todas las IRAs,
-en vivo y en directo-, sigo en el hospital… ahora sí como una momia… Otra vez en la
Unidad de Quemados… ¡Pero le gané a la antipática!
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