Todo el mundo sabe o por lo
menos, en algún momento de su vida, ha escuchado decir: “hay que guardar pan para mayo” y, dentro de esta afirmación
–estamos casi seguros-, podríamos comprender al bueno de Juan, de quien su
madre, desde que había puesto la pata en este mundo de lágrimas, siempre lo
alababa diciendo: “mi Juancito es un pan
de Dios… a la décima potencia”. A tal punto que su excelso querube express
ya era candidato oficial a obtener una aureola de santo tamaño catedral en
menos tiempo que un obispo se tira una fuente de frejoles.
Mas este dechado de virtudes,
desde los 10 añitos, ya dejaba ver sus inclinaciones de fiel e ínclito puntero
mentiroso del futuro equipo de Tata Lindo y particularmente pegado a las
huestes del Saint Judas Football Club, pero del bueno; o sea, de San Juditas
Tadeo y al toque, empezó su increíble ascenso sacerdotal, pues su mamita, en la
primera misa que se presentó, lo inició colocándole una vieja túnica de
monaguillo guardada discretamente para la ocasión y que, este aprendiz de cura,
la arrastraba pesadamente por todo el altar mayor, jalando todo lo que
encontraba a su paso: la gruesa alfombra roja y los candelabros; inclusive al
viejo cura de 70 años y 120 kilos de panza, haciéndolo rodar estrepitosamente
gradas abajo, llevándose de encuentro a los otros dos monaguillos, al padre
guardián y tres beatas, despertando cientos de cuchicheos y risitas asolapadas
entre los asistentes; hasta que, luego de un gran movimiento coordinado el
Equipo de Emergencias integrado por dos beatas apoyadas con tres mojigatas
lograron ponerlo en pie entonando loas al Creador mientras se lo llevaban en
vilo a la Sacristía, para luego meterlo de cabeza en el tonel de agua bendita en franca maceración; dizque,
para espantar a sus demonios, a lo cual el miope y redondo curote solo atinó
a comentar todo magullado:
-Este pobre cuerpo mío, creo que ya está listo para abandonar este
mundo… pero, Dios Mío, no seas malito, ni me lo estés quitando de a poquitos…
Que duele como mier… ¡Perdóname, perdóname y perdonameeé! ¡Per secula
seculorum!
Pasaron los años y el viejo
orgulloso padre de Juan de Dios quería que su fuerte y bien desarrollado
vástago fuese un alto militar del ejército pues condiciones no le faltaban; sin
embargo, más pudo la insistencia maternal acicateada por las interminables
novenas, los diarios rosarios de la mañana, tarde y noche; además de los
efectivos retiros religiosos fielmente controlados por las 20 pías y solteronas
beatas que conformaban la Cofradía de San Judas Tadeo, Patrono de las Causas
Imposibles, cuyo centro de reunión siempre era la ejemplar casa de Juanito.
Pero, como siempre, ganaron las
oraciones y pronto este impresionante mozo ingresó como una bula Papal en el
Seminario Mayor y más rápido que inmediatamente, estaba celebrando a todo dar
su primera misa con la asistencia impostergable del Prelado y la curia local,
las tías solteronas y las demás cofradías del medio. Para dejar sentado que sus
continuas preces y milagros solicitados al santo de su devoción habían sido muy
bien escuchados.
Y después de un tiempo, el Padre
Juancito, un muchachón muy fuerte y varonil, era nombrado párroco del barrio,
por mayoría absoluta de la feligresía femenina que desde antes lo consideraba
una versión superada del Ángel de las Bolas de Oro, la perfección andante o
casi un nuevo San Panchito, a quien deseaban verlo calato y puesto de cabeza en
sus altares para que les haga el milagrito; porque además, no había cura alguno
que lo supere en recibir las confesiones más íntimas, pecaminosas o
desgraciadas; las cuales recibían las penitencias más acertadas; razón
suficiente para que todos los feligreses quisieran comulgar todos los domingos
y la capilla quedaba chica para poder recibir a las devotas y pías multitudes.
Todo era tranquilidad en el
apacible barrio que destacaba por su varonil párroco y la celebración de los
buenos oficios religiosos para su comunidad; hasta que un sábado de tantos,
siendo las cinco de la madrugada, el ahora recio y correcto Padre Juancito
había madrugado para recibir un mayor número de confesiones. Tomó asiento dentro
el confesionario, se subió la sotana y se remangó las mangas, dejando ver sus musculosos
brazos; asimismo él había instituido que al confesor lo tenían ver en vivo y
directo, pues había que confesarse face to face.
Eran las doce menos cinco y el
Rvdo. estaba más amarillo que un papel asoleado y en el estómago tenía una
jaula de leones rugiendo a más no poder y ya había tratado de calmar sus
hambres bebiendo algunos sorbos de agua bendita, pero la angustia continuaba;
sin embargo, pudo divisar que al final de la fila, destacaba la figura de una
dama y de pronto cesaron sus ardores y por el contrario, el pecho le dio un
brinco inusual. Retornó a su labor de pastor y despachó uno a uno los siervos
confesados otorgándoles el perdón solicitado. Solo faltaban atender a dos
ancianos y aquella figura inquietante que cerraba la asistencia de ese día.
Levantó nuevamente la vista y comprobó que había una chica alta y seguramente
muy joven, dada la lozanía de su talle, envuelta en un velo fino y negro que le
cubría la cabeza y casi todo el dorso. Parecía estar llorando, pues de rato en
rato, se sacaba las gafas oscuras y delicadamente se llevaba un diminuto
pañuelo a los ojos, para volver a su postura contrita y muy recatada. El
sacerdote más intrigado que nuca, volvió a observarla con mayor atención y… por
Dios que le pareció ver La Madonna, quien aún compungida se aproximaba lenta y
muy apesadumbrada. Por fin, ella se hincó suavemente y casi tocaba su rostro;
un grato aroma lo terminó de despabilar y sin quererlo, su corazón empezó a
emprender una loca carrera:
-¡Ave María Purísima, hija!
-¡Sin pecado concebido, padre!
Y esa delicada voz penetró hasta
su alma y lo dejó frío, congelado. Hizo acopio de energía y la rutina lo obligó
a decirle:
-¿En qué te puedo ayudar, hija
mía?
-¡No creo que pueda hacerlo! Pero me he arriesgado a poder contarle
que…
-¡¿Tan grave es tu pecado, hija
mía?! Voy a hacer todo lo posible por ayudarte… Así hayas cometido un crimen… ¡Lo
prometo! Dime, ¿cuál es tu pecado? Y… deja de llorar… que me estás partiendo el
alma. ¡Toma mi pañuelo y sécate esas lágrimas… que son suficientes para que Dios
te escuche y este pastor pueda conseguir tu perdón!
Y otra vez volvió aquel aroma tan
suave y agradable que envolvía a todo el confesionario, se bajó el velo y
apareció un fino y delicado rostro. Luego se quitó delicadamente las gafas;
surgieron unos párpados muy enrojecidos e hinchados por el llanto. Pero seguía
asumiendo una actitud recelosa con la cabeza siempre baja y los ojos cerrados.
-Hija, no debes sentir vergüenza,
menos temor, solo estás hablando con un representante del Señor, con una
persona como tú, de carne y hueso; que vive y sufre tanto como tú… que peca
tanto o más que tú. Dime, ¿cómo te puedo ayudar? ¿Acaso has matado?
-¡Yo me quiero matar! ¡Ya no resisto vivir un minuto más!
-¡A ver, mírame de frente! Y…
Subieron mortalmente esas
pestañas interminables y sin un solo aleteo clavaron sus inmensos garfios
verdes en las sorprendidas pupilas del ansioso cura y este quedó paralizado sin
poder emitir sonido alguno.
-¡Padre, usted me conoce desde siempre, tengo solo diecisiete años,
pero no deseo vivir… porque lo mío es un imposible… lo mío, solo lo saben mis
almohadas… y ellas me han aconsejado que no venga, porque… ¡Usted es el que
menos podrá ayudarme! Estoy… estoy perdidamente enamorada desde que tengo
trece… y ya no puedo más…
-¡Así es, María, yo te he tenido
en mis brazos aquel día que te bautizaste… además sé lo buena de chica que
eres… El amar no es un pecado, por el contrario, es una bendición de Dios. En
este caso, tienes mucha razón, ¡no te puedo ayudar!... porque es una decisión
del corazón y en él, ni siquiera se manda… Solo te pido una cosa, dame tiempo
para meditarlo y poderte dar la mejor solución o consejo que pueda corresponder
a tus necesidades de amor, de entrega y de cariño; gracias por tu sinceridad y
confianza, mas ten la certeza que Dios nunca te va a abandonar, ni yo tampoco;
aún en estos aciagos instantes que parecieran ser un obstáculo y no una
acertada respuesta de un siervo de Dios. ¡Querida María, prométeme que vienes
sin falta esta noche!
Al día siguiente, domingo en
particular, no sonaron las alegres campanadas madrugadoras que llamaban a la
misa y ello hizo que desde las primeras horas del día el pueblo se había
despertado inusualmente solícito y muy intrigado por los comentarios de la
noche anterior, pues las noticias que parecían imposibles, mezcladas con los
clásicos chismes corroboraban supuestas fugas ocurridas en las últimas horas;
las mismas que fueron soltadas como un secreto a voces por un buen número de
beatas que cual incrédulas hormigas iban y venían sin rumbo alguno porque la
iglesia del pueblo permanecía con las puertas cerradas; además, conforme
pasaban las horas, grupos de parroquianos se apostaban en el pequeño atrio, mas
no lo hacían por mucho tiempo. Realmente el vecindario estaba conmovido.
Ese lunes, fue un día muy
recordado, pues desde las primeras horas cundió la noticia del siglo gracias a
las lenguas afiladas de las beatas y sus incondicionales mojigatas que hacían
de ecos y amplificadores, dejaron un chisme que rezaba algo así: “entre gallos y medianoche, una joven pareja
(ya se imaginan), fue vista escapando furtivamente de la mano por el camino
viejo del pueblo hasta perderse en el infinito y posteriormente, se descubrió
una sotana junto con unas gafas colocadas amorosamente en uno de los
confesionarios de nuestra querida iglesia dedicada a la celebración de los
buenos oficios… ¡Qué Dios los bendiga, Amén!
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