lunes, 8 de julio de 2019

UN PAN DE DOS CACHETES



Todo el mundo sabe o por lo menos, en algún momento de su vida, ha escuchado decir: “hay que guardar pan para mayo” y, dentro de esta afirmación –estamos casi seguros-, podríamos comprender al bueno de Juan, de quien su madre, desde que había puesto la pata en este mundo de lágrimas, siempre lo alababa diciendo: “mi Juancito es un pan de Dios… a la décima potencia”. A tal punto que su excelso querube express ya era candidato oficial a obtener una aureola de santo tamaño catedral en menos tiempo que un obispo se tira una fuente de frejoles.
Mas este dechado de virtudes, desde los 10 añitos, ya dejaba ver sus inclinaciones de fiel e ínclito puntero mentiroso del futuro equipo de Tata Lindo y particularmente pegado a las huestes del Saint Judas Football Club, pero del bueno; o sea, de San Juditas Tadeo y al toque, empezó su increíble ascenso sacerdotal, pues su mamita, en la primera misa que se presentó, lo inició colocándole una vieja túnica de monaguillo guardada discretamente para la ocasión y que, este aprendiz de cura, la arrastraba pesadamente por todo el altar mayor, jalando todo lo que encontraba a su paso: la gruesa alfombra roja y los candelabros; inclusive al viejo cura de 70 años y 120 kilos de panza, haciéndolo rodar estrepitosamente gradas abajo, llevándose de encuentro a los otros dos monaguillos, al padre guardián y tres beatas, despertando cientos de cuchicheos y risitas asolapadas entre los asistentes; hasta que, luego de un gran movimiento coordinado el Equipo de Emergencias integrado por dos beatas apoyadas con tres mojigatas lograron ponerlo en pie entonando loas al Creador mientras se lo llevaban en vilo a la Sacristía, para luego meterlo de cabeza en el tonel de  agua bendita en franca maceración; dizque, para espantar a sus demonios, a lo cual el miope y redondo curote solo atinó a  comentar todo magullado:
-Este pobre cuerpo mío, creo que ya está listo para abandonar este mundo… pero, Dios Mío, no seas malito, ni me lo estés quitando de a poquitos… Que duele como mier… ¡Perdóname, perdóname y perdonameeé! ¡Per secula seculorum!
Pasaron los años y el viejo orgulloso padre de Juan de Dios quería que su fuerte y bien desarrollado vástago fuese un alto militar del ejército pues condiciones no le faltaban; sin embargo, más pudo la insistencia maternal acicateada por las interminables novenas, los diarios rosarios de la mañana, tarde y noche; además de los efectivos retiros religiosos fielmente controlados por las 20 pías y solteronas beatas que conformaban la Cofradía de San Judas Tadeo, Patrono de las Causas Imposibles, cuyo centro de reunión siempre era la ejemplar casa de Juanito.
Pero, como siempre, ganaron las oraciones y pronto este impresionante mozo ingresó como una bula Papal en el Seminario Mayor y más rápido que inmediatamente, estaba celebrando a todo dar su primera misa con la asistencia impostergable del Prelado y la curia local, las tías solteronas y las demás cofradías del medio. Para dejar sentado que sus continuas preces y milagros solicitados al santo de su devoción habían sido muy bien escuchados.
Y después de un tiempo, el Padre Juancito, un muchachón muy fuerte y varonil, era nombrado párroco del barrio, por mayoría absoluta de la feligresía femenina que desde antes lo consideraba una versión superada del Ángel de las Bolas de Oro, la perfección andante o casi un nuevo San Panchito, a quien deseaban verlo calato y puesto de cabeza en sus altares para que les haga el milagrito; porque además, no había cura alguno que lo supere en recibir las confesiones más íntimas, pecaminosas o desgraciadas; las cuales recibían las penitencias más acertadas; razón suficiente para que todos los feligreses quisieran comulgar todos los domingos y la capilla quedaba chica para poder recibir a las devotas y pías multitudes.
Todo era tranquilidad en el apacible barrio que destacaba por su varonil párroco y la celebración de los buenos oficios religiosos para su comunidad; hasta que un sábado de tantos, siendo las cinco de la madrugada, el ahora recio y correcto Padre Juancito había madrugado para recibir un mayor número de confesiones. Tomó asiento dentro el confesionario, se subió la sotana y se remangó las mangas, dejando ver sus musculosos brazos; asimismo él había instituido que al confesor lo tenían ver en vivo y directo, pues había que confesarse face to face.
Eran las doce menos cinco y el Rvdo. estaba más amarillo que un papel asoleado y en el estómago tenía una jaula de leones rugiendo a más no poder y ya había tratado de calmar sus hambres bebiendo algunos sorbos de agua bendita, pero la angustia continuaba; sin embargo, pudo divisar que al final de la fila, destacaba la figura de una dama y de pronto cesaron sus ardores y por el contrario, el pecho le dio un brinco inusual. Retornó a su labor de pastor y despachó uno a uno los siervos confesados otorgándoles el perdón solicitado. Solo faltaban atender a dos ancianos y aquella figura inquietante que cerraba la asistencia de ese día. Levantó nuevamente la vista y comprobó que había una chica alta y seguramente muy joven, dada la lozanía de su talle, envuelta en un velo fino y negro que le cubría la cabeza y casi todo el dorso. Parecía estar llorando, pues de rato en rato, se sacaba las gafas oscuras y delicadamente se llevaba un diminuto pañuelo a los ojos, para volver a su postura contrita y muy recatada. El sacerdote más intrigado que nuca, volvió a observarla con mayor atención y… por Dios que le pareció ver La Madonna, quien aún compungida se aproximaba lenta y muy apesadumbrada. Por fin, ella se hincó suavemente y casi tocaba su rostro; un grato aroma lo terminó de despabilar y sin quererlo, su corazón empezó a emprender una loca carrera:
-¡Ave María Purísima, hija!
-¡Sin pecado concebido, padre!
Y esa delicada voz penetró hasta su alma y lo dejó frío, congelado. Hizo acopio de energía y la rutina lo obligó a decirle:
-¿En qué te puedo ayudar, hija mía?
-¡No creo que pueda hacerlo! Pero me he arriesgado a poder contarle que…
-¡¿Tan grave es tu pecado, hija mía?! Voy a hacer todo lo posible por ayudarte… Así hayas cometido un crimen… ¡Lo prometo! Dime, ¿cuál es tu pecado? Y… deja de llorar… que me estás partiendo el alma. ¡Toma mi pañuelo y sécate esas lágrimas… que son suficientes para que Dios te escuche y este pastor pueda conseguir tu perdón!
Y otra vez volvió aquel aroma tan suave y agradable que envolvía a todo el confesionario, se bajó el velo y apareció un fino y delicado rostro. Luego se quitó delicadamente las gafas; surgieron unos párpados muy enrojecidos e hinchados por el llanto. Pero seguía asumiendo una actitud recelosa con la cabeza siempre baja y los ojos cerrados.
-Hija, no debes sentir vergüenza, menos temor, solo estás hablando con un representante del Señor, con una persona como tú, de carne y hueso; que vive y sufre tanto como tú… que peca tanto o más que tú. Dime, ¿cómo te puedo ayudar? ¿Acaso has matado?
-¡Yo me quiero matar! ¡Ya no resisto vivir un minuto más!
-¡A ver, mírame de frente! Y…
Subieron mortalmente esas pestañas interminables y sin un solo aleteo clavaron sus inmensos garfios verdes en las sorprendidas pupilas del ansioso cura y este quedó paralizado sin poder emitir sonido alguno.
-¡Padre, usted me conoce desde siempre, tengo solo diecisiete años, pero no deseo vivir… porque lo mío es un imposible… lo mío, solo lo saben mis almohadas… y ellas me han aconsejado que no venga, porque… ¡Usted es el que menos podrá ayudarme! Estoy… estoy perdidamente enamorada desde que tengo trece… y ya no puedo más…
-¡Así es, María, yo te he tenido en mis brazos aquel día que te bautizaste… además sé lo buena de chica que eres… El amar no es un pecado, por el contrario, es una bendición de Dios. En este caso, tienes mucha razón, ¡no te puedo ayudar!... porque es una decisión del corazón y en él, ni siquiera se manda… Solo te pido una cosa, dame tiempo para meditarlo y poderte dar la mejor solución o consejo que pueda corresponder a tus necesidades de amor, de entrega y de cariño; gracias por tu sinceridad y confianza, mas ten la certeza que Dios nunca te va a abandonar, ni yo tampoco; aún en estos aciagos instantes que parecieran ser un obstáculo y no una acertada respuesta de un siervo de Dios. ¡Querida María, prométeme que vienes sin falta esta noche!
Al día siguiente, domingo en particular, no sonaron las alegres campanadas madrugadoras que llamaban a la misa y ello hizo que desde las primeras horas del día el pueblo se había despertado inusualmente solícito y muy intrigado por los comentarios de la noche anterior, pues las noticias que parecían imposibles, mezcladas con los clásicos chismes corroboraban supuestas fugas ocurridas en las últimas horas; las mismas que fueron soltadas como un secreto a voces por un buen número de beatas que cual incrédulas hormigas iban y venían sin rumbo alguno porque la iglesia del pueblo permanecía con las puertas cerradas; además, conforme pasaban las horas, grupos de parroquianos se apostaban en el pequeño atrio, mas no lo hacían por mucho tiempo. Realmente el vecindario estaba conmovido.
Ese lunes, fue un día muy recordado, pues desde las primeras horas cundió la noticia del siglo gracias a las lenguas afiladas de las beatas y sus incondicionales mojigatas que hacían de ecos y amplificadores, dejaron un chisme que rezaba algo así: “entre gallos y medianoche, una joven pareja (ya se imaginan), fue vista escapando furtivamente de la mano por el camino viejo del pueblo hasta perderse en el infinito y posteriormente, se descubrió una sotana junto con unas gafas colocadas amorosamente en uno de los confesionarios de nuestra querida iglesia dedicada a la celebración de los buenos oficios… ¡Qué Dios los bendiga, Amén!





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