domingo, 30 de junio de 2019

¡HASTA EL KEKE!



En honor a la verdad debo confesar que antes de haberme graduado como Doctor en Artes y Ciencias Manuales, doy gracias al hado y mi buena estrella que me destinaron una serie de aventuras dignas de ser enmarcadas en los anales de la posteridad, al haberme permitido destacar (involuntariamente, muchas veces), en diversas artes y oficios a lo largo de mi juventud, donde cada cual pecó de espectacular, increíble e insólito.
Es así que, huerfanito, apenas a los 30 añitos, era expectorado de la casa paterna por ser el que menos aportaba, pero era el que más comía y carcomía a dos cachetes como un óxido viviente,  metiéndole diente hasta al mismo fierro, dado que lo único que tenía encima era una extraordinaria anemia galopante… que corría a 100 por hora y me tiré hasta las servilletas que me recomendaron, pues las vi de color rojo-sangre.
Mas, lo singular de este pechito me ocurrió apenas a los 33, en plena flor de mi orfandad. Resulta que, por esos avatares de mi perra vida, estaba solano pateando latas por tres años seguidos y no tenía aliento ni para decir ¡hola! Realmente me hallaba desamparado y deambulando como un zombi sin rumbo fijo; pero, para suerte mía, de pronto, levanté la vista -lo único que podía levantar- y pude descubrir, con los ojos desorbitados, un gran cartel que decía: Masajes Manuales Medicinales. ¡Esto es lo mío, por lo menos, miraré carne fresca… yo mismo soy! Y le rogué, ser su ayudante, al invidente que tenía a cargo dicho Centro de Rehabilitación. Después de pegarme una mirada profunda y muy fija me dijo: -Solo te puedo dar desayuno y almuerzo… cuando haya clientes… ¿OK?
El asunto de la masajeada resultaba de lo más divino porque, por lo menos podía ver montones de carne a diestra y siniestra; además mi tarea específica era la limpieza de los habitáculos, el cambio de toallas, la preparación de lociones y perfumes, para el final, ayudar a recostar o cambiar de postura al/a paciente. Pasaron semanas para restablecerme física y moralmente, a tal punto que, con la práctica alcanzada durante los descansos del jefe, las entusiastas asistentes no solo concurrían a la función de la mañana, sino, también lo hacían por la tarde y por la noche y cada vez era más solicitado para realizar los benditos masajes.
Pasaron quince días y pude recuperar mi estado atlético y ahora atendía con una camiseta bien ceñida, metido en un short cortito y calzando zapatillas de marca, sabiendo que podía despertar una mejor impresión entre la clientela, sobre todo en ese grupo cautivo de 30 a 50 abriles que hacían largas colas para buscar mis turnos, era una obligación mejorar la fina estampa hasta causar sensación. Dicho sea de paso, el administrador, ni tonto ni perezoso, pronto se dio cuenta de nuestros avances, pues tenía una gran visión (para los negocios), me duplicó el sueldo y cada fin de semana me daba una bonificación equivalente a dos días de trabajo.
Indudablemente que las cosas habían cambiado significativamente. Se había modernizado las instalaciones: habitáculos de vidrio templado con sobrias cortinas de seda, nuevas camillas, suave música ambiental y un sinfín de agradables aromas que hacían más placenteras las sesiones de tratamiento; en suma, inolvidables. Ahora nuestro local se había convertido en uno de los más ponderados Centros de Rehabilitación y Quiropraxia.
Un día miércoles, que bien recuerdo, se presentó a primera hora una hermosa chica de unos 17años, por demás curvilínea, exótica y exigente:
-Doctor, me han recomendado este centro por el respeto, seriedad y garantía que ofrecen a la exclusiva clientela…tengo problemas en el Cóxis ¿puede curarme?
-¡Por supuesto! Es el mejor del medio. ¡Tendré que hacerle una revisión a fondo para poder hacer un buen diagnóstico… Vaya desvistiéndose y suba a la camilla, mientras me alisto…
Corrí a módulo contiguo y llamé al jefe: -¿qué puedo hacer, jefe?
-Para poder examinarla tienes que ir hasta mismo nacimiento del queque, lo tocas a profundidad por 5 seconds y te retiras…
No me dijo que corría el peligro de ser abofeteado, revolcado, ni terminado hecho un costal de huesos… por dejar las cosas a medias… ¡Hoy sigo asistiendo al Centro, pero como un asiduo cliente…  para que me rearmen… Y apenas me recupere, estoy tentado a terminar mi capacitación en Técnicas Básicas de Masaje Manual Profundo para Espalda; mientras yo seguía con la convicción de haber terminado el Curso de Técnicas Básicas en Masaje Manual para Espalda Profunda.



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