En honor a la verdad debo
confesar que antes de haberme graduado como Doctor en Artes y Ciencias Manuales,
doy gracias al hado y mi buena estrella que me destinaron una serie de
aventuras dignas de ser enmarcadas en los anales de la posteridad, al haberme
permitido destacar (involuntariamente, muchas veces), en diversas artes y
oficios a lo largo de mi juventud, donde cada cual pecó de espectacular,
increíble e insólito.
Es así que, huerfanito, apenas a
los 30 añitos, era expectorado de la casa paterna por ser el que menos aportaba,
pero era el que más comía y carcomía a dos cachetes como un óxido viviente, metiéndole diente hasta al mismo fierro, dado
que lo único que tenía encima era una extraordinaria anemia galopante… que
corría a 100 por hora y me tiré hasta las servilletas que me recomendaron, pues
las vi de color rojo-sangre.
Mas, lo singular de este pechito
me ocurrió apenas a los 33, en plena flor de mi orfandad. Resulta que, por esos
avatares de mi perra vida, estaba solano pateando latas por tres años seguidos
y no tenía aliento ni para decir ¡hola! Realmente me hallaba desamparado y deambulando
como un zombi sin rumbo fijo; pero, para suerte mía, de pronto, levanté la
vista -lo único que podía levantar- y pude descubrir, con los ojos desorbitados,
un gran cartel que decía: Masajes Manuales Medicinales. ¡Esto es lo mío, por lo
menos, miraré carne fresca… yo mismo soy! Y le rogué, ser su ayudante, al invidente
que tenía a cargo dicho Centro de Rehabilitación. Después de pegarme una mirada
profunda y muy fija me dijo: -Solo te puedo dar desayuno y almuerzo… cuando
haya clientes… ¿OK?
El asunto de la masajeada
resultaba de lo más divino porque, por lo menos podía ver montones de carne a
diestra y siniestra; además mi tarea específica era la limpieza de los
habitáculos, el cambio de toallas, la preparación de lociones y perfumes, para
el final, ayudar a recostar o cambiar de postura al/a paciente. Pasaron semanas
para restablecerme física y moralmente, a tal punto que, con la práctica
alcanzada durante los descansos del jefe, las entusiastas asistentes no solo
concurrían a la función de la mañana, sino, también lo hacían por la tarde y
por la noche y cada vez era más solicitado para realizar los benditos masajes.
Pasaron quince días y pude
recuperar mi estado atlético y ahora atendía con una camiseta bien ceñida, metido
en un short cortito y calzando zapatillas de marca, sabiendo que podía
despertar una mejor impresión entre la clientela, sobre todo en ese grupo
cautivo de 30 a 50 abriles que hacían largas colas para buscar mis turnos, era
una obligación mejorar la fina estampa hasta causar sensación. Dicho sea de
paso, el administrador, ni tonto ni perezoso, pronto se dio cuenta de nuestros
avances, pues tenía una gran visión (para los negocios), me duplicó el sueldo y
cada fin de semana me daba una bonificación equivalente a dos días de trabajo.
Indudablemente que las cosas
habían cambiado significativamente. Se había modernizado las instalaciones:
habitáculos de vidrio templado con sobrias cortinas de seda, nuevas camillas, suave
música ambiental y un sinfín de agradables aromas que hacían más placenteras
las sesiones de tratamiento; en suma, inolvidables. Ahora nuestro local se
había convertido en uno de los más ponderados Centros de Rehabilitación y Quiropraxia.
Un día miércoles, que bien
recuerdo, se presentó a primera hora una hermosa chica de unos 17años, por
demás curvilínea, exótica y exigente:
-Doctor, me han recomendado este centro por el respeto, seriedad y
garantía que ofrecen a la exclusiva clientela…tengo problemas en el Cóxis
¿puede curarme?
-¡Por supuesto! Es el mejor del
medio. ¡Tendré que hacerle una revisión a fondo para poder hacer un buen
diagnóstico… Vaya desvistiéndose y suba a la camilla, mientras me alisto…
Corrí a módulo contiguo y llamé
al jefe: -¿qué puedo hacer, jefe?
-Para poder examinarla tienes que ir hasta mismo nacimiento del queque,
lo tocas a profundidad por 5 seconds y te retiras…
No me dijo que corría el peligro
de ser abofeteado, revolcado, ni terminado hecho un costal de huesos… por dejar
las cosas a medias… ¡Hoy sigo asistiendo al Centro, pero como un asiduo cliente… para que me rearmen… Y apenas me recupere,
estoy tentado a terminar mi capacitación en Técnicas Básicas de Masaje Manual
Profundo para Espalda; mientras yo seguía con la convicción de haber terminado
el Curso de Técnicas Básicas en Masaje Manual para Espalda Profunda.
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