lunes, 10 de junio de 2019

PREFERENCIAL



La semana pasada, junto con una nueva colega, fuimos enviados en comisión para dar una charla en la institución educativa de más renombre en la ciudad. Para cumplir dicho compromiso, el Director de nuestra institución hizo que me acompañara esta guapa profesora quien fuera calificada como excelente durante aquella lejana presentación ante el Personal Docente del Plantel; sin embargo, debajo de su hermosa presencia y singulares cualidades, parecía esconder algo muy especial; pues desde un inicio mostró un comportamiento un tanto raro, indefinido, aparte de su nombre, María José Dudamel Enciso; aunque solo era llamada María y no María José. Mas ese pequeño tufillo a cosa rara, o acaso el ser una tipa muy especial, también fue percibido en el nuevo Centro Educativo donde nos hallábamos listos para la conferencia; creando una especial impresión en el alumnado; tanto como entre los otros colegas que conformaban el público asistente de ese día. Y recién que reparo, pues ella vestía el oscuro terno impecable de siempre y, con los pantalones puestos, presentaba una figura muy delgada; además, estando con su pelo bien cortito y sin una traza de maquillaje aumentaba una marcada y sugerente duda. Por lo demás, era fina, delicada y muy puntual, pero cortante.
Instantes previos a la realización del Evento de divulgación, pude advertir, desde la mesa directiva donde se hallaba completo el panel expositor, que en todo el salón se había desatado un cuchicheo general acompañado de una serie de sonrisas maliciosas que generaba una marcada inquietud y desasosiego inusual en mi persona. Tal vez esto podría ser un mal presagio, -pensaba-.
La profesora presentadora tocó delicadamente, con su dedo índice, tres veces el micrófono y cesaron los ruidos en el salón y procedió a abrir el Programa; encendió el equipo multimedia e invitó a Ma. José para que dé por iniciado la primera parte de la Conferencia. Ella, empezó muy segura y acaso impresionó favorablemente, pues todo el mundo se quedó absorto por largos momentos, hasta aplaudió entusiasta en repetidas oportunidades. Sin embargo, al poco rato, se produjo un bache en la sucesión de diapositivas; la profe, desesperada por querer reprogramar el puntero de control se le cayó al piso, pegando tal alarido que todo el público gritó sobresaltado en sus asientos. Y peor, al querer recoger el control caído, se agachó violentamente y se oyó un clásico pedido desgarrador de auxilio en medio del silencio absoluto: se le partió el fundillo del pantalón dejando ver toda su desnudez, ya que carecía de prenda íntima.
Al instante, ocurrieron varias situaciones por demás inesperadas: la víctima, que estaba con los cachetes al aire, más tardó en levantarse, darse la vuelta y quererse tapar con su blazer sus partes blancas y ampulosas, gritando a más no poder y tratando de esconderse detrás de mi persona. Este pechito, tuvo un ataque de “inmovilidad absoluta” y al toque quedé petrificado. La presentadora, desfalleciente, se vino abajo cuan larga era y el estruendoso golpe causado sobre el piso del proscenio hueco –dado que era bastante cabezoncita- conmovió al auditorio entero, que inquieto y desesperado, hizo que se espantaran gritando todas contra todas y ya subían en tropel para tratar de hacer algo en esos momentos tan alterados.
No sé de dónde saqué algunas fuerzas ocultas y estando aún con la tembladera encima, la misma que hacía crujir sin cesar a toda la mesa directiva. Me puse en pie y dando algunos pasos de costado, me apoyé en el atril que me pareció también temblaba; cogí el micrófono y solo atiné a gritar:
-¡Señoritas, señoritas, seño…! Y veía que la avalancha de uniformes se me venía encima.
-¡Alto, he dicho! ¡siéntense en sus sitios iniciales y presten atención!
Y la masa se calmó y pronto estaba volviendo a sus lugares.
Señoritas, pónganse en pie! No, no, nooo… a ustedes señoritas alumnas, no. Digo, en pie, a estas dos señoritas profesoras.
Volteé la cabeza para ubicar a mi colega la expositora, quien había desaparecido tras el gran telón rojo del fondo. Mientras, la otra docente del plantel, todavía en el piso, trataba de acomodarse rápidamente la gran peluca postiza que le había servido de amortiguador en su feroz caída y, arreglándose el mandil, pues se había reventado en varios sitios de la pechera y del derrier, se lo quitó rápidamente, se puso en pie y me pidió el micro:
-Señoritas… esto solo ha sido un pequeño accidente inesperado y… ya ven ustedes, ya estamos en condiciones de proseguir la charla contando con la grata presencia de nuestro gran invitado el doctor Sebastián Mayorga Picón, lo invitamos, pues doctor… y estoy segura que no habrá ninguna otra interrupción…
Y en ese mismo momento, al querer dar el primer paso, tropecé con la cartera gigantesca de mi colega que en su loca desesperación la había dejado tirada en el piso y no la vi. Hubo un grito general en el auditorio… porque me agarré fuertemente de la mesa, casi cayendo; pero pude avanzar…
Revisé la secuencias de las diapositivas y otra vez, había una omisión antes de las dos últimas  placas por proyectar. Lo solucioné verbalmente y di por concluida la primera parte. Inmediatamente, quise comenzar la segunda y al querer acomodar el proyector para obtener un mejor enfoque de la imagen, la conexión eléctrica se soltó y produjo un leve chasquido, luego se escuchó una serie de chisporroteos seguidos de un estallido seco pero contundente y el ambiente quedó en tinieblas. Fue el acabose, porque instintivamente traté de ubicar a mi colega, la cual hizo lo mismo y chocamos fuertemente cara contra cara tratando de disculparnos mutuamente; nos tomamos las manos como viejos amigos aún sumidos en la oscuridad, pero luego, algo incómodos, nos soltamos. Estiramos los brazos para tantear las butacas que nos llevaran a la salida; mas, al hacerlo con mis dos manos estiradas como dos brazos mecánicos tropecé con otros dos bultos: estos eran un tanto blandos y cónicos; y pronto comprobé de qué se trataba, luego de recibir una feroz cachetada invisible, aunada a un grito descomunal, pero que cayó justo en mi cachete, a la vez que gritaba a todo pulmón:
-¡Imbécil, qué se ha creído, se aprovecha de mi inocencia…
-¡Soy, yo, Sebastián… colega, disculpe pero estoy tratando de encontrar las butacas…
-¿A esa altura? Doctorcito, hummm… creo que lo hizo a propósito… Pero sigamos buscando las butacas.
Volteé instintivamente, y me sentía azorado y granate hasta las pupilas; más seguía tanteando. Esta vez bajé las manos y nuevamente tropecé con dos bultos blandos, casi cónicos, pero más grandes. Y escuché una susurrante y melodiosa voz que me dijo casi al oído:
-Sebitas, ¿Cómo adivinaste que iba venir volando a tu lado? Pues, apenas me enteré en la Dirección que estabas solo aquí, vine a buscarte.





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