Clavao como una banderilla junto
al burladero y metío entero dentro del remendao y opaco traje de luces prectao,
que má pareze una mortaja de talla agrandáa y con ecta gruesa capa en mano,
regaláa por mi ssanta ssuegra la noche pasáa; contemplaba, jodío hacta lo
cojone, que loc tendío ectaban recontra colmaos de aficionaos y depué de volvé
a mirá po tercera vec ecte colossal ruedo; ahora, ma azustao qu´iun mozo
d´ecpáa, estoy que sudo a chorross y ze me viene un pichi muy apresurao, ma
tengo que salí a matá ar bicho:
-“Zeguramente que ar primé capotazzo, voy a hazé comé arena a toíta la
primera fila”… y lo aplauso bajarán en tropelía decde toos los tendíosss… Pero,
Dio mío, no zé qué diablo me passa… zigo clavao en er zitio, ecta zapatía
parezen doc lancha y a caa naa me tropiezo; por ma que la hilera han dao doc
vuelta a mic pie, sigo patinando en ella. Loc tirante si´an ectirao y la
taleguilla la toy arrastrando por amboc lado. Mientrac camino elegante, disimulámente
quiero sujetármela con el antebrazo. Que se me cae toíta ar suelo y lo tendío
creen qu´es parte del ecpectáculo. Se´ctán riendo a carcajada limpia; siento
que too er mundo me señala y siguen fectejando mi dessesperazión, porque ahora
cassi he dejao en er camino una zapatía y por ello se desterníyan de la
risa.¡Ec ahora o nunca! M´iazercaré ar Palco Oficiá, y por Dio que le vua
ofrecé esta faena a eza maja qu´es la encarnazión de la micmita Virgen del
Socorro y luego…
Ha salío er toro y ezta maldita beztia, ¡sia traío toa la cornamenta
del infierno! ¡No puee zer… qué te hecho Dio mío! Este mardito bicho negro debe
tar por lo 600 kilo… ¡Y ya se ha tumbao do veze al rejoneadó! Er caballo s´ia
decvandao… ¡Dio mío que ete bicho e el micmito diablo! Mejó espero que salgan
too lo capoteaore…
Ha terminado el Tercio de
Banderillas y la bestia (el toro), bufando ferozmente, clava sus manos
desesperadas en la arena y la arroja hacia atrás, siendo levantada por un
inusual viento, que a manera de una tormenta del desierto está enterrando a
todo el tendido bajo, pero sus tercos aficionados no quieren perder sus
ubicaciones y prefieren tragar tierra por toneladas y quedar ciegos hasta que
amaine la tormenta.
Desde el otro lado, el pobre matador,
rezando a su Virgen de la Macarena, ingresa rengueando; quiere levantar la
frente súbitamente, pero se le cae la montera hacia atrás; trata de recogerla
de inmediato y siente que la chaquetilla se desarma; parece que se ha partido
en dos, dejando ver más abajo de la endeble y desnuda cintura; pero sufrido e
indiferente, sigue trotando con un paso fingido para que sea visto elegante y
marcial, marcando ese tono desafiante de los toreros de buen trapío; mientras
los prestos asistentes se animan con fuertes oleadas plenas de clásicos olé;
sin embargo, la desesperada procesión del compromiso adquirido, apaga su alma
desvalida que, muy angustiada, le camina hasta por los huesos y los siente
quebrarse, más la función debe continuar.
-¡Por María Zantízima! Que ecta chaquetiya me yegaba acta el micmo culo
ahorita ec una ventaniya que dejan pasá loc viento; y´ecta maldita taleguíya (pantalón), se me ectá cayendo a
pedazo… ¡Por Dio, que se mia olvidau colocarme lo tirantes… pero ya´stoy frente
ar bicho… ¡Que sea lo que vo quiera Padre mío, ameeen…
En medio de una expectativa
general, avanzó recelosos y empezó a citar al endiablado toro hacia el centro
de la pista más pequeña y los sones de aquel pasodoble llamado “El Gallito” hoy
parecían cantar de manera poco festiva, aunque los aplausos del generoso
tendido no cesaban en su afán escondido de contar con una buena corrida:
-¡Ea, ea, ea… aquí… por aquí, mardita beztia! ¡Aquí tectoy esperando…
¡ea, vení que aquí oss ecpero!
Y aquella embestida salvaje,
furiosamente negra, montada en esos enormes pitones que parecían abalanzarse
para pegar su estocada mortal; fue recibida con un erguido y fijo desplante,
seguido de un pase magistral que encendió toda la tribuna en estruendosos
vítores e interminables olés. La brava faena del matador continuaba capoteando con
sus mejores lances a pesar de su desgarbada figura, sin duda alguna, manejaba
diestramente el pesado capote. Luego vinieron unas perfectas verónicas a dos
manos, rematadas con los mil remolinos de chicuelinas asombrosas, para el
deleite enervado del asistente. Pero en una siguiente embestida… ese magnífico
espada, causante de espectaculares pases, quiso rematar su delirante faena con
una espectacular Tafalera en medio de las ansiosas miradas del hechizado gentío
y se puso de rodillas, agitó con sus dos brazos el capote y azuzó al empitonado
diablo, antes de despedir su faena y prepararlo para darle la estocada final.
Solo escuchó un descontrolado avance
de locas pezuñas que retumbaban todo el coliseo. El corazón se escapaba de su
pecho tembloroso y luego vio cómo se le venían dos inmensos cuchillos negros en
un santiamén; en ese mismo instante, el violento ingreso de un puñal quemante
se metía por su costado, mientras el otro, le destrozaba la oreja y, de pronto,
perdía aquellos bullicioso vítores que lo habían hecho sentir el dueño del
mundo. Y viajando en brazos de la virtual realidad de ese sueño imposible, se
veía volando por los aires una y otra vez y las sucesivas clavadas se detenían
por breves instantes, para volver a sentirse flotando en las nubes y caer
pesadamente al final de ese sufrimiento infernal. En ese trance, una idea fugaz
cruzó por su mente, cual película muda, y lentamente se iba sumiendo en el más
completo silencio, donde solo quedaba en su mente: “hoy se acaba este extraño
ritual del espectáculo taurino”; pues en verdad, el público asistente ignoraba
que después de muchos años, de corrida tras corrida, este joven diestro se
había calzado el viejo traje de luces de su hermano mayor tan solo para
cumplirle una promesa, pues aquel, con una enfermedad terminal, pronto dejaría
de existir; y en esa brevísima visión, borrosamente se alejaba su pesado cuerpo
arrastrado de los hombros a través de una fría y oscura arena venida en
remolinos y solo dejaba una estela
manchada de rojo escarlata que, empujada por dos diabólicos toros, se
perdía allá dentro de esa lejana luz
refulgente que ahora se perdía en la nada y lentamente le iba cegando la vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario