viernes, 3 de mayo de 2019

¡OLÉ… POR LA TUYA!



Clavao como una banderilla junto al burladero y metío entero dentro del remendao y opaco traje de luces prectao, que má pareze una mortaja de talla agrandáa y con ecta gruesa capa en mano, regaláa por mi ssanta ssuegra la noche pasáa; contemplaba, jodío hacta lo cojone, que loc tendío ectaban recontra colmaos de aficionaos y depué de volvé a mirá po tercera vec ecte colossal ruedo; ahora, ma azustao qu´iun mozo d´ecpáa, estoy que sudo a chorross y ze me viene un pichi muy apresurao, ma tengo que salí a matá ar bicho:
-“Zeguramente que ar primé capotazzo, voy a hazé comé arena a toíta la primera fila”… y lo aplauso bajarán en tropelía decde toos los tendíosss… Pero, Dio mío, no zé qué diablo me passa… zigo clavao en er zitio, ecta zapatía parezen doc lancha y a caa naa me tropiezo; por ma que la hilera han dao doc vuelta a mic pie, sigo patinando en ella. Loc tirante si´an ectirao y la taleguilla la toy arrastrando por amboc lado. Mientrac camino elegante, disimulámente quiero sujetármela con el antebrazo. Que se me cae toíta ar suelo y lo tendío creen qu´es parte del ecpectáculo. Se´ctán riendo a carcajada limpia; siento que too er mundo me señala y siguen fectejando mi dessesperazión, porque ahora cassi he dejao en er camino una zapatía y por ello se desterníyan de la risa.¡Ec ahora o nunca! M´iazercaré ar Palco Oficiá, y por Dio que le vua ofrecé esta faena a eza maja qu´es la encarnazión de la micmita Virgen del Socorro y luego…
Ha salío er toro y ezta maldita beztia, ¡sia traío toa la cornamenta del infierno! ¡No puee zer… qué te hecho Dio mío! Este mardito bicho negro debe tar por lo 600 kilo… ¡Y ya se ha tumbao do veze al rejoneadó! Er caballo s´ia decvandao… ¡Dio mío que ete bicho e el micmito diablo! Mejó espero que salgan too lo capoteaore…
Ha terminado el Tercio de Banderillas y la bestia (el toro), bufando ferozmente, clava sus manos desesperadas en la arena y la arroja hacia atrás, siendo levantada por un inusual viento, que a manera de una tormenta del desierto está enterrando a todo el tendido bajo, pero sus tercos aficionados no quieren perder sus ubicaciones y prefieren tragar tierra por toneladas y quedar ciegos hasta que amaine la tormenta.
Desde el otro lado, el pobre matador, rezando a su Virgen de la Macarena, ingresa rengueando; quiere levantar la frente súbitamente, pero se le cae la montera hacia atrás; trata de recogerla de inmediato y siente que la chaquetilla se desarma; parece que se ha partido en dos, dejando ver más abajo de la endeble y desnuda cintura; pero sufrido e indiferente, sigue trotando con un paso fingido para que sea visto elegante y marcial, marcando ese tono desafiante de los toreros de buen trapío; mientras los prestos asistentes se animan con fuertes oleadas plenas de clásicos olé; sin embargo, la desesperada procesión del compromiso adquirido, apaga su alma desvalida que, muy angustiada, le camina hasta por los huesos y los siente quebrarse, más la función debe continuar.
-¡Por María Zantízima! Que ecta chaquetiya me yegaba acta el micmo culo ahorita ec una ventaniya que dejan pasá loc viento; y´ecta maldita  taleguíya (pantalón), se me ectá cayendo a pedazo… ¡Por Dio, que se mia olvidau colocarme lo tirantes… pero ya´stoy frente ar bicho… ¡Que sea lo que vo quiera Padre mío, ameeen…
En medio de una expectativa general, avanzó recelosos y empezó a citar al endiablado toro hacia el centro de la pista más pequeña y los sones de aquel pasodoble llamado “El Gallito” hoy parecían cantar de manera poco festiva, aunque los aplausos del generoso tendido no cesaban en su afán escondido de contar con una buena corrida:
-¡Ea, ea, ea… aquí… por aquí, mardita beztia! ¡Aquí tectoy esperando… ¡ea, vení que aquí oss ecpero!
Y aquella embestida salvaje, furiosamente negra, montada en esos enormes pitones que parecían abalanzarse para pegar su estocada mortal; fue recibida con un erguido y fijo desplante, seguido de un pase magistral que encendió toda la tribuna en estruendosos vítores e interminables olés. La brava faena del matador continuaba capoteando con sus mejores lances a pesar de su desgarbada figura, sin duda alguna, manejaba diestramente el pesado capote. Luego vinieron unas perfectas verónicas a dos manos, rematadas con los mil remolinos de chicuelinas asombrosas, para el deleite enervado del asistente. Pero en una siguiente embestida… ese magnífico espada, causante de espectaculares pases, quiso rematar su delirante faena con una espectacular Tafalera en medio de las ansiosas miradas del hechizado gentío y se puso de rodillas, agitó con sus dos brazos el capote y azuzó al empitonado diablo, antes de despedir su faena y prepararlo para darle la estocada final.
Solo escuchó un descontrolado avance de locas pezuñas que retumbaban todo el coliseo. El corazón se escapaba de su pecho tembloroso y luego vio cómo se le venían dos inmensos cuchillos negros en un santiamén; en ese mismo instante, el violento ingreso de un puñal quemante se metía por su costado, mientras el otro, le destrozaba la oreja y, de pronto, perdía aquellos bullicioso vítores que lo habían hecho sentir el dueño del mundo. Y viajando en brazos de la virtual realidad de ese sueño imposible, se veía volando por los aires una y otra vez y las sucesivas clavadas se detenían por breves instantes, para volver a sentirse flotando en las nubes y caer pesadamente al final de ese sufrimiento infernal. En ese trance, una idea fugaz cruzó por su mente, cual película muda, y lentamente se iba sumiendo en el más completo silencio, donde solo quedaba en su mente: “hoy se acaba este extraño ritual del espectáculo taurino”; pues en verdad, el público asistente ignoraba que después de muchos años, de corrida tras corrida, este joven diestro se había calzado el viejo traje de luces de su hermano mayor tan solo para cumplirle una promesa, pues aquel, con una enfermedad terminal, pronto dejaría de existir; y en esa brevísima visión, borrosamente se alejaba su pesado cuerpo arrastrado de los hombros a través de una fría y oscura arena venida en remolinos y solo dejaba  una estela manchada de rojo escarlata que, empujada por dos diabólicos toros, se perdía  allá dentro de esa lejana luz refulgente que ahora se perdía en la nada y lentamente le iba cegando la vida.



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