SORPRESA
Una fría brisa está meciendo
suavemente los árboles y esta mañana se ha despertado clara desde muy temprano
y el sol, supuestamente, no debe tardar en aparecer en toda su magnitud. Esas seguidas
ondas frescas son breves oleajes que nos besan los cachetes y los dejan un
tanto helados. Mas algo inusual parece venir tras esa amenaza inmediata de
garúa que ya desciende en pesadas nubes arrastrándose de improviso y abrazando
todo aquello que atraviese su camino, hasta cubrir el mismo suelo: “-Tan solo doy una vuelta más a mi diaria
rutina establecida en largos años y será suficiente para completar los 12 km.
que suelo recorrer cada día”.
Retomo nuevamente aquella trocha
cubierta de pasto gastado por el trajinar diario de cientos o miles de runners
mañaneros que acuden allí para realizar sus prácticas plácidamente, pues el
paisaje del rededor está siempre muy bien cuidado y al lado de los largos
senderos aparecen, cual cuidantes eternos, los grandes eucaliptos de aroma
agradable, los viejos molles con su ramaje un poco rosado, los morales
intensamente verdes cubiertos de follaje, así como la multitud de florecientes
jardines; y de trecho en trecho, aparecen otras pequeñas jardineras y las
cimbreantes acequias están cargando agua cristalina y juguetonas van saltando
alegres de piedra en piedra y siguen cantando a través de todo su trayecto.
Iba a tomar la esquina sur del
extenso recorrido, cuando, a lo lejos, una débil figura parecía venir
parsimoniosamente en sentido contrario; se iba aproximando y en sus desplazamientos,
dejaba entrever conocidas señales; salté un pequeño charco de agua y al querer
retomar aquella dudosa visión, alcé la vista hacia el lugar donde debería estar
y todo aquel espacio estuvo decididamente vacío.
-“Ha sido una simple imaginación
mía”, -me dije, y proseguí con el trote pausado, tratando de tararear unos
sones extraños sin reparar en la melodía misma; tampoco trataba de saber cuál
era la canción traída desde un viejo sabor a dulce nostalgia. Absorto en ello,
me detuve un instante para precisar el título de aquella supuesta canción que
inconscientemente estaba tarareando.
-¡Sí, es la clásica “Bésame
Mucho” versión de Ray Coniff…
Y al instante, doblé la esquina y
la tuve a tres metros; sí, era ella: estaba muy alta, resaltaba su acentuada
delgadez debajo del amplio buzo oscuramente gris. Se había amarrado sus
cabellos en una coquetona coleta que iba de un lado a otro mientras se
desplazaba; y unas inmensas gafas oscuras tapaban en gran parte su tez
blanquísima y se me vino una graciosa imagen de gigantesca avispa, con sus labios
que parecían sangrar. Volví a la realidad y vi asomar una tenue sonrisa. Paré
en seco y traté de disimular mi increíble sorpresa y cuando ya estaba
levantando ambos brazos para saludarla, pasó discretamente y prosiguió como si
nada.
Daré otra vuelta al perímetro
para cerciorarme de aquella fantasmal aparición. Me puse en marcha queriendo
saber si estaba loco o que aquel episodio reciente tan solo era producto de mi
exacerbada imaginación o estúpida extrañeza. Apuré el paso para encontrarme
cuanto antes con mi rara visión para así poder comprobar las mil hipótesis que
surgían a cada paso. Otra vez la divisé a lo lejos. Esta vez parecía que venía
ensimismada en su juguetona coleta que la sacudía a propósito hacia ambos
lados. Apenas estuvo frente a mí, le cerré el paso y súbitamente atiné a
decirle:
-¡Hola!, ¿ya no te acuerdas de
mí?
-¡Permiso! Déjeme pasar… a usted… A ti, no te conozco… hazte a un lado…
-¿Angie?
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Acabo de recibirme de adivino…
Angelita… ¡Soy… Pablo, tu amor, tu Pablo de siempre…
-¡No puede ser! Déjame verte… ¡Cómo has cambiado! ¿Dónde te metiste?
¿por qué me hiciste eso? Bien pudiste explicarme… Sufrí mucho por tu culpa… Te
he llorado mucho tiempo… Pero no es preocupante, ya no; soy diferente…
totalmente reacia al amor… ¡Soy otra! Perdón, ¿me deja pasar?
Y con un brazo me apartó
firmemente de su camino y paso a paso se fue diluyendo por entre ese sendero
cubierto de arbustos secos y amontonados, listos para ser quemados para luego
ser convertidos en abono de esos campos olvidados.
Pegué un inmenso suspiro que por
poco me destroza los pulmones y sus repercusiones llegaron hasta las dolidas
entrañas y el pecho se me inundó de congoja... hasta parecía ahogarse. Tomo,
necesitado, otro poco de aire y solo me queda reiniciar mi extenuante rutina;
pero ahora el sitio es diferente, ha cambiado mucho: bajo la vista y reparo que
muchos tramos del sendero están vacíos y no le llega el verdor y esa solitaria
tierra tiene un color blancuzco, desierto, sin vida. Más allá, hay muchas
flores que están marchitas; las pesadas nubes están rosando amargamente el
césped y las sedientas hojitas verdes del pasto muestran un repentino contagio
de conmiseración y duelo, al punto que están llorando y sus grandes lágrimas me
están mojando profusamente las zapatillas y las partes finales de mi buzo
pareciera que también están sollozando a chorros.
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