lunes, 15 de abril de 2019

MUY, PERO MUY VERDE



Todavía seguía recontra cansado y continuaba bostezando desesperadamente, pues estaba sin pegar una miserable pestaña, a las tres horas de haberme metido al sobre con la intención de poder dormir un mísero instante; pues todo el santo día estuve tan cargado de full chamba,  arrastrando penosamente todo mi desbaratado puerco por donde iba, porque ya no aguantaba ni un segundo más seguir en pie. Tanto así que, al llegar a mi casa, traté de tocar el timbre justo cuando abrían la puerta y me fui de bruces y casi caigo en los brazos de mi adorada suegra; porque no bien reconoció mi fina estampa (120 kilitos), hizo el quite y ¡zuasss! La bestia (yoni), bajó los mil escalones de cemento dando cincuenta botes en cada uno.
Solo mi hermanita de 17 añitos se acomidió a recogerme, tratando de amontonarme en un solo montón de huesos, moretones, chichones y verdes magullados que seguían latiendo como un bombo a punto de reventar. Pasadas las tres horas, todavía seguía saltando mi cuerpo inerte. Tiempo en el cual, mi atenta hermanita trató de aquietarme delicadamente con un feroz garrotazo en plena nuca para poder arrastrarme hasta mi lejano dormitorio, ubicado afuera, detrás del gran patio empedrado, que presentaba miles de grandes hoyos llenos de barro espeso formado por la lluvia incesante de días anteriores. No sé cómo lo hizo, pero resulté metido en mi cama. Al instante, como si obedecieran a un botón de encendido, miles de dolores en todo el cuerpo se disputaban cuál era el más intenso y tuve que tomar tres analgésicos al hilo para poder darme un breve respiro.
Ya creía estar a un paso de chapar el sueño junto con esa tranquilidad tan esperada, cuando, a la hora, todos los malditos dolores ahora se agolparon en el lado izquierdo de mi cara, cual estrepitoso y mortal rayo caído sobre esa muela que no solo me hacía sumario juicio, sino que me condenaba metiéndome un taladro hidráulico hasta el cóxis y las ganas de dar grandes alaridos se ahogaron en la almohada babeada porque la tenía toda metida en la boca. Tampoco sé cuánto tiempo estuve revolcándome de dolor de un lado al otro de la cama. A esas alturas ya estaba calato, con una fiebre que despedía llamaradas a cien leguas y deambulaba como loco por las cuatro paredes incluyendo el techo. Solo me quedaba ir a la conocida clínica de la familia.  
Apenas ingresé al pequeño consultorio, me pareció haberme equivocado de lugar, puesto que, en ocasiones anteriores, nunca había sido recibido por aquella hermosa y despampanante “gata” vestida con un uniforme color verde esmeralda y no, como antes, por aquel viejo gruñón que de un solo tacle en el paladar me dejaba boquiabierto por una hora y para sacarme un recio canino que más tiraba a lobo, tuvo que meterse de medio cuerpo para conseguirlo.
De solo verla, me pareció estar en el cielo y mis dolores se espantaron como por encanto; luego disparó una voz muy suave y melodiosa que tiernamente dijo:
-Ven, acércate y toma siento por aquí… ¿qué es lo que te sucede? ¿Cómo puedo ayudarte?
Y suavemente me acomodó en la silla y me hizo abrir las fauces… con sus dos manos.
-¡Aquí tienes un cráter! Seguramente es la que te está causando molestas… ¿nooo?
Ahora ella estaba a diez cm y solo cinco de mis labios. Disponía de una tez sonrosada, envuelta delicadamente en un arreglado cabello sumamente claro y hermoso, sus pestañas eran largamente negras y adentro… oh, qué hermosura, guardaba el tesoro de Aladino: unos intensos ojazos verdes… extrañamente lindos. E inmediatamente vino a mi mente aquella colección obsequiada por algunos celosos cuñados que como ceremonia de bienvenida me dejaron los párpados hinchados como carpas de circo; pero verdes al fin y más verdes aún, los que dejaron en mi alma. De pronto mi hermosa y angelical visión, sin avisar, me metió una gigantesca lanza en el paladar que, al toque, me dejó frío, rígido y estúpido.
Sí, muy estúpido, porque aprovechando la cercanía de sus lindos labios rojos, no solo perdí la sensibilidad; sino que perdí la cabeza, me abalancé y traté de besarla.
Hoy, después de 15 días de haber dejado la Unidad de Traumatología, Sección Moribundos Intensivos, y todavía amarrado de pies a cabeza en una silla de ruedas -porque no encuentran mi Atlas ni la segunda vértebra cervical-, me acabo de enterar que esta “gata odontóloga”… es cinturón negro en Kárate y me dejó verde hasta las muelas.

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