Estando a punto de terminar los
primeros 20 años del SXXI se puede sostener con mucho énfasis que hoy, como
nunca, no solamente persisten las diferencias sociales en general, y las económicas
en particular, sino que están aumentando en forma exponencial; como lógica
consecuencia del neoliberalismo económico y su despiadado consumismo, impelido
por el avance tecnológico y por el merchandising propio del ritmo empresarial.
Es decir, que en el momento actual el sistema económico determina la realidad
social de un pueblo, de una nación o de una persona.
Tal vez solo esté reiterando lo
manifestado por J.C. Mariátegui, quien sostenía que un estudio social serio
debe partir de un buen análisis económico. Bueno, y una de las formas más
palpables de confrontar este principio lo podemos apreciar a cada instante,
donde la capacidad económica del ser humano establece, de antemano, el grupo
social, su estatus con su respectiva “calidad de vida”. Tanto así que, para
buscar y obtener su diferenciación (que muy poco tiene que ver con el color de
piel), sigue atiborrado de ideas falsas, tanto como el gran número de
creencias, que le permite convertirlas en fijaciones que exigen hasta lo
imposible por conquistar los niveles más altos de remuneración y constituirse
en las altas excepciones del común denominador llámese: trabajador, obrero,
técnico o ayudante; ojo que no merecen ser consideradas otras categorías
menores o menos pudientes; hablamos del informal, ambulante o ama de casa.
Dejando de lado o ignorando aquellas otras ocupaciones, recursos o encargos que
lindan con lo prohibido, lo sucio o no apto para vivir en sociedad:
prostitución, vandalismo, robo, narcotráfico, estupro, sicariato y asesinato.
Del otro lado, socialmente
hablando, la clase media tan solo es aceptada por ser la mayoría y por
constituir el colchón donde se duermen todos los descalabros del gobierno; y
para colmo, la clase media alta, siente pertenecer a la escala adinerada o con
mayor poder económico; empero, sus advenedizos saben perfectamente que no son
aceptados por la exclusiva capa opulenta, y suelen ser rechazados por los de
abajo; y por lo mismo, de sentirse desubicados, son los inconformes que peor
hacen gala de su anhelante y supuesto estatus social, creando a su alrededor
una explotación sin límites y mucha sobre explotación, generando las mayores
muestras de racismo, de desprecio y segregación; teniendo como apoyo y empuje
los medios amarillos, en particular, la TV.
Al respecto, podría señalarse que
el origen o causa sigue siendo las escisión o brecha económica en permanente
ahondamiento que repercute en el hogar (?) inexistente o adulterado en su
constitución, administración y formación. Que la mujer habiendo sido el eje
sustancial de apoyo y trascendencia, se ha visto necesitada de abandonar sus
“obligadas labores hogareñas” para contribuir con el sostenimiento parcial o
total de la familia; y al no contar con su presencia ancestral y básica, el ser
humano se siente cada vez más desvalido, frustrado y postergado, recurriendo a
la abue, a la nana, la TV o el candado como una forma de conseguir seguridad; y
la invalidez moral crece y se acentúa.
Y como solución inmediatista,
surge la natural respuesta de algunos padres que quieren o desean brindar un
futuro algo certero a su prole sin importar el medio ni el coste por poseer
terreno propio donde sea; edificar una casa; matricular a sus hijos en una
institución educativa particular, porque las estatales son sinónimo de
abandono, de retraso y frustración. La lucha paterna continúa y deberá ser un
centro privado para la secundaria, no importando la misión ni la visión del
colegio, sino, que tenga algún tipo de renombre; suponiendo que el monto de la
pensión es acorde con la calidad educativa. Aún más, todavía en algunos hogares
se sigue creyendo que un título profesional universitario es sinónimo de
seguridad o estabilidad económica futura, de allí que la preocupación será
seguir a palos una de las carreras con mayor aceptación o consideración social.
Resultando: que la mentalidad comercial sustituye a la vocación y aptitud del
postulante; obviamente que el trato de doctor es más ponderado que el de simple
profesor o licenciado.
Aún más, el estado tan mal
organizado y administrado por los gobiernos de turno dan prioridad a la abulia,
el desinterés por sacrificarse por la mejora social (incluyendo a las
religiones), por una condición de vida más justa y equitativa. Por el
contrario, con cada elección se tienen que pagar favores: regalando plazas,
prefiriendo su personal en lugares claves aún sin las condiciones o requisitos
pertinentes. Tanto es así que, hay puestos de gerentes o administradores
públicos que ganan más de 50 000 soles mensuales, secretarías que perciben 20,
000 soles o más (fuera de muertos y heridos), trabajadores ingresantes al
servicio público con más de 3 000 soles… y la cola no termina.
¿Acaso una determinada profesión
debe tener una remuneración de acuerdo a los años de estudio? Un verdadero profesional sabe que no
importa la cantidad de años que demore su graduación, titulación o
especialización y no lo hace porque sabe de antemano que su sueldo deberá ser
el mayor; lo hace porque le gusta la especialidad escogida y su más grande
satisfacción es contribuir al mejoramiento de su sociedad… Pero, es el
consumismo reinante, la carencia de equidad, el celo profesional, la
competencia desleal, la envidia y los años de discriminación, aislamiento,
segregación, repulsión y rechazo, los que juegan este campeonato mundial sin
medir consecuencias y solo gozar el presente, avanzando atropelladamente, sin
importar que lo hizo sobre muertos y heridos; porque, además está programado
para repetir el círculo vicioso propiciado por las grandes potencias
económicas.
Y lo peor, las múltiples fábricas
de profesionales siguen en esa loca producción incesante de titulados que
sobrepasan largamente las reales necesidades del país, a pesar de ser los
agentes rectores del desarrollo nacional, mas también han sido succionadas por
la vorágine comercial y mercantil haciendo que sus miles de egresados aumenten
cada año las huestes de desocupados, de informales o de simples comerciantes de
su especialidad. ¿Y por qué no aprendemos de los países del norte de Europa? La
tendencia es que haya una sociedad organizada y las remuneraciones no sean la
causa de las diferencias sociales entre profesionales, técnicos y obreros.
¿Será que nos falta por vivir tantos años como ellos para poder aprender?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario