Cualquiera podría creer que hacer
la descripción de esta espirituosa y muy agradable bebida sería pan comido; como
quien dice, tirarse un buen pan bollo en un santiamén o zamparse de un bocado
el cachete de tres puntas; mas tampoco ha sido tan imposible, como hallar una
botella de genuino Chuchuhuasi en una feria de barrio o una copita del poderoso
Rompecalzón en el mall de la esquina.
Sin embargo, para que la cosa
“siapegue a la verdá” tampoco he tenido que destapar varias encubiertas cavas
de los buenos bebederos religiosos, hasta tener una muestra de este ancestral elixir
de exigente paladar; sino, la vaina era
que, para obtenerlo directamente, al pie de la teta de tan inmaculados surtidores,
su supuesta dueña debería estar a punto o haber dado a luz recientemente;
cuestión que sería muy rara de hallar en cualquiera de los conventos, iglesias,
instituciones sociales o colegios del medio. Consciente de ello, también sabía
que casi sería imposible obtener una autorización, con el permiso respectivo,
para tratar de ingresar a los secretísimos claustros monacales, generalmente en
retiro permanente (dicen), para hallar tan especial ejemplar de hermana o monja
que quisiera acceder a mi pedido; salvo que se tratase del obispo quien tiene
todas las prerrogativas para mandarse de hocico; mucho menos si es que se lograba
el permiso de tocar tan delicada prenda cuya turgidez y suavidad resultaban ser
tan bien ponderadas por quienes conocemos de sus bondades de tibieza, calidad y
belleza… habida solo en los viejos anales de un tipo literatura apócrifa o de
dudosa reputación.
-¡Entonces, Inge, ¿cuál es la verdad de esta leche?
-¡Tan solo es la denominación de
un trago antiquísimo que se prepara por estos lares!
-¿Y por qué de ese nombre tan comprometedor… correspondiente a un
sector de la anatomía femenina considerado tan personal, inmaculado o acaso sagrado?
-Pues cuentan las malas lenguas
(de todos los priores que desfilaron por el Convento de San Panchito) que no
hay aperitivo más delicioso, capaz de hacer parar hasta los pelos del ombligo,
que beber la Leche de Monjas del Monasterio de Santa Catalina… aunque las de
Santa Teresa le ponían una mejor presentación… al natural, sin ningún tipo de
sostén o envoltura…
-Inge, ¿y por qué no vamos y nos pedimos un jonca para probarlo?
-¡Porque ahora –dicen- que su
producción en masa es exclusividad de arzobispado!
Sin embargo, el celoso clero,
para que el populorum no quede desairado por la supuesta desaparición de este
boccato di cardinale, a través de la curia characata, más un grupo de bartenders
locales, han tratado de crear un supuesto similar llamado Cóctel de Piña Colada
y lo presentan con si fuera la incomparable leche… Mas, para el paladar
exigente que sabe de lo bueno, este exquisito licor de los dioses solo se
presenta a la muerte de un obispo. Quedando solo como una ingrata reminiscencia
en nuestro paladar, al punto que cuando nos encontramos en la típica barbería,
cada vez que el viejo Fígaro nos pregunta:
-Y la barba, ¿Cómo la quiere? Seguramente tersa y muy suave…
-¡Claro, mi estimado Fígaro; como
teta de monja!
-¡Así quedará! Y para celebrarlo, nos metemos una incomparable Leche de
Monjas!
Y al punto se nos hace agüita los
labios, acordándonos de la incomparable Leche de Monja; sobre todo de aquel
surtidor palpablemente imaginado.
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