Como si desde el majestuoso
Olimpo, el fronterizo Zeus, lanzara un relampagueante y desdichado castigo, así
llegó el maligno nacimiento de Polifemo, tan espectacular como horrible hijo del
dios Poseidón, cargando una imagen decididamente delirante en dimensiones
grotescas: con diez veces el tamaño humano y para colmo, para vivir totalmente
desgreñado, escondido detrás de una hirsuta barba colosal y con un ojo
descomunal habido en medio de la frente, dándole una fealdad absoluta al bruto;
pero como para el amor no hay impedimento alguno, esta gigantesca bestia se
enamoró hasta las patas de la ninfa o nereida (mataburros urgente), Galatea;
rogándole su amor a cambio de darse un baño diario, peinarse y usar un antifaz
para no seguir causándole desmayos. Inclusive, Polito, aprendió a tocar la
cítara y todas las noches le cantaba amorosas coplas, pidiéndole
desesperadamente que soltara la cosa (sic.).
Terco como su madre, Polito no
escuchó al vidente Telemo, quien le había advertido:
-“Mi gran señor Polifemo, jefe de todos los cíclopes de esta isla,
¡Deja de estar tocándole el instrumento a la hermosa Galatea, porque ella ya
tiene su macho oficial (M.O. Acis) y además, arribará un extranjero llamado
Odiseo que te dejaría ciego”. Pero Polito siguió dándole al instrumento.
Un día de tantos, según el Canto
IX de la Odisea, Ulises, urgido de alimentos, atracó en la dichosa isla de
Polifemo y deambulando con sus hambrientos compañeros, descubrieron una cueva
inmensa: allí había comida en grandes cantidades, pero… de increíbles
dimensiones; aturdidos y muy asombrados tuvieron que esconderse rápidamente
porque los pasos que sintieron venir retumbaban en las paredes de la cueva y
los gigantescos quesos se caían y las descomunales ovejas balaban
desesperadamente. Allí entró el monstruo y descubrió el olor a carne humana y
se comió a varios de los compañeros de Ulises no sin antes haber trancado la
gruta totalmente con una inmensa roca.
-¿Cuántos sois vosotros y qué queréis aquí en mi isla… en la Isla del
gran Polifemo?
-¡Somos amigos griegos, asomó Ulises temerariamente… y ¡venimos en son
de paz!
-Pues encerrados como estáis, seréis mi cena… ¡y vos Ulises, por ser el
más atrevido, seréis mi postre!
-Oh, gran Polifemo, dueño y señor de esta isla, antes, permítenos prepararte
el néctar de los dioses… solo tenéis que dejarme salir un momento con unos
pocos compañeros para traer el fruto de la vid…
-¡Nika! Fue la lacónica respuesta de Polito y se despachó un par
más de griegos.
Homero cuenta que el mismo
Polifemo fue a conseguir las uvas asegurando la tranca. Al rato, estaban
temerosos pisando los hermosos racimos y fabricaron grandes odres de fuerte
vino.
-Oh gran Polifemo, aquí tenéis el manjar divino… te lo ofrecemos por
nuestra amistad…
-¿Cómo os llamáis, osado aventurero venido allende los mares?
-¡Yo soy Outis… no lo olvidéis, Outis… Outis…
Y después de beber cantidades
navegables de vino el gigante borracho cayó pesadamente en el suelo. Mientras
tanto los demás compañeros de Odiseo habían fraguado una inmensa lanza incandescente
en la punta y todos juntos se la clavaron en el único ojo. Al toque, este
empezó a gritar para que acudiesen los demás cíclopes:
-¡Outis me quiere matar! ¡Outis me ha herido!
Y la isla entera retumbaba con
los gritos de su jefe Polifemo, pero él dejaba entrever que nadie, (equivalente
a Outis), lo estaba castigando; luego, todo ello era un castigo de los dioses.
Luego de la brutal resaca,
Polifemo herido, sabía que sus gigantescas ovejas tenían que salir a pastar y a
tientas destapó la cueva. Durante la noche anterior, Ulises, ideó una brillante
estratagema: en el vientre de cada oveja iría amarrado uno de sus compañeros y
él iría atado a la última. Efectivamente, el ciego Polito, a fin de no dar
tregua a los responsables de su desgracia, tocaba el lomo de cada animal. Y los
griegos solo así pudieron escapar de su cautiverio. Estando ya en su nave,
Ulises le gritó al furioso Polifemo:
-Si tu padre Poseidón te pregunta quién te dejó ciego… ¡dile que fue
Ulises, Ulises, Ulisesss…!
Polifemo, a punto de reventar de
indignación, cogió la inmensa roca y se las lanzó, cayendo casi junto a la
nave. Mas al enterarse el Gran Poseidón lo hecho por Ulises con su hijo,
preparó una serie de mortales peripecias en su travesía por llegar a Itaca:
-Perverso Ulises, tú y tu desgraciada flota maldecirán hasta la
eternidad el haberle hecho esto a mi hijito, un poco feíto, pero siempre fiel a
sus principios y a su padre… ¡Ya van a ver aqueos del averno!
Y se tiró una huacacha (clavado)
hasta las profundidades del Mediterráneo.
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