lunes, 3 de diciembre de 2018

¡QUÉ INDIA!



Los dos habíamos quedado varados accidentalmente en el mismo aeropuerto, casi a la misma hora y en el mismo día, pero ya nos habíamos visto reiteradamente al deambular ambos por los largos e innumerables pasadizos atestados con cientos de caras somnolientas, cansadas y fugaces que iban y venían, de aquí para allá, en pos de arribar a sus propios destinos. Ya nos habíamos hecho un tanto conocidos y nos sonreíamos en esas constantes idas y venidas de cuatro días escondidos entre los ambientes más solapados, a fin de no ser descubiertos por las cámaras y puestos de vigilancia a disposición de la policía interna.
-¿Voz te habéiz eztraviao… o no te han venío a recoger? ¿Habéiz perdío vuestro vuelo? –me dijo-
-¡No! Lo único que he perdido son 10 kilos, pues desde hace dos días solo tomo agüita de grifo y me trago los pocos restos que dejan los viajeros en el comedor… ¿Y tú?
-Pozzz vine de Madriz… pero me han dejao sin valija… solo tengo mi pasaporte y…
-¡Estamos en las mismas condiciones! ¿Qué podemos hacer?  
Lo cierto era que después de tres días de ayuno obligado y a punto de volvernos transparentes de perfil o de frente, ´se nos presentó la Virgen´ hecha mujer y vestida con un gigantesco sobretodo kaki, con un gorrito del mismo color y armada con un balde en la mano derecha y un trapeador en la izquierda; la misma que viendo repetidas veces a este par de sombies deambulando sin rumbo alguno, con las ropas chorreadas y sosteniéndonos la quijada porque se nos caía de pura hambre; de un empujón nos metió en el cuarto de servicio y generosa, nos ofreció un par de aplastados sándwiches a cada uno -del día anterior- pero que nos supo a gloria. A la mañana siguiente ya teníamos trabajo como ayudantes y, a los seis meses, figurábamos en planillas. El idioma tuvimos que aprenderlo en dos patadas, porque como incentivo, nos prometimos estudiarlo todas las noches, después de las tareas encomendadas; caso contrario, recibiríamos dos patadones de nuestra bienhechora, una gran mujer (1.75m, 99kg y talla 45 de zapatos); lo mejor, ya sabíamos que lo cumplía: dos semanas de cúbito ventral para refrescar el poto. Así pasaron tres años y pasó lo que tenía que pasar, pues recuperamos casi inmediatamente las locas ganas… de vivir: y consecuentemente, teníamos que casarnos porque era una tradición mortal en su familia, sobre todo por parte paterna cuando el candidato a yerno rehuía su obligación después de haber adquirido todas las posesiones (ojo posesiones) de esa irrefrenable pasión femenina que hacía gala su inocente hija.
-¡Amorzzito, tenemo que ir a conocé a mic pares y too lo mío… er una tradizión obligatoria! ¡No seai malito… ellos se buenísima gente, Chavalío!
-¡Con todo mi corazón, amorcito!
Ella era de Calcuta y portaba una inmensa bondad debajo de esos intensos ojos negros y por encima, esa fogosa piel canela que brindaba toneladas de chapes, se había abierto de par en par para entregar todos sus feroces atributos reprimidos. En esos íntimos trámites, me contó que siendo adolescente se fue a España con una beca de estudios y solo le faltaba obtener su grado académico. Llegando a la populosa y ardiente ciudad de la India, me advirtió:
-¡No os vayáizz a asustá de algunac cozzilla orientale, propia de mi pueblo! Solo me mirai y yo hazzerle una señita muy disimulá…
Dio la dirección al taxista y bajamos de la unidad con nuestras maletas llenas de regalos. Apenas estuvimos frente a la entrada principal de su casa cuando ella, mirando al piso, me indicó hacer lo mismo: quitarse los zapatos pata meterse en un par de sandalias y mis calcetines estaban con un par de inmensos huecos que dejaban al aire los 10 dedos. Me las quité disimuladamente y las escondí dentro del bolsillo de mi camisa…
-¡Good morning, dad!
E hizo una reverencia con ambas manos juntas sobre el pecho. El saludo fue respondido, luego se abrazaron y yo traté de imitar a mi hermosa Indira.
-¡Namastéee, dad!
E hice mi inclinación correspondiente… siendo contestado al instante. El moreno patriarca, acicalándose la barba, nos hizo pasar a otro ambiente muy elegante pero raro: no había muebles, y pronto tuve que adoptar una postura de yoga para sentarme sobre unos bellos cojines multicolor. Pronto ofrecieron unos pequeños cuencos de cristal para servirnos una aromática infusión (té, suponía), y los tres teníamos que agradecer haciendo un saludo agachándonos hacia adelante. Así lo hice, pero al inclinarme, se me escapó aquella maldita bola inoportuna de mis calcetines y justó fue a caer dentro de la “tetera” en el momento mismo que “mi suegro” quería servirme y aquel líquido todavía hirviendo saltó sobre la mano de mi “apá”, y soltando de golpe aquella vasija, fue a dar justo en mis partes con una precisión milimétrica que me hizo saltar y aullar pidiendo:
-¡Agua, agua… agua helada, helada, please! ¡Quiero ir al baño, por favor, al baño! ¿dónde…
Y ambos, desesperados, me llevaron en vilo y me introdujeron a otro cuartito y cerraron la puerta. Estaba con ambas manos dentro mi ropa interior tratando de hacer un poco de aire. Miré a mis alrededores y estaba pasmado: en el piso, solo había una especie de hueco en ese metro cuadrado de reluciente tasa; además, a su costado, había un cuenco de porcelana con agua y una pequeña manguerita conectada a un pequeño grifo con su llave. Me quité los pantalones y todo lo demás. Con el agua del cuenco pude refrescar “mis partes íntimas” y cuando pensé que el asunto estaba solucionado descubrí que no había ni rastros de papel higiénico; solo me quedaba sacrificar la ropa interior; cuando de pronto, en mi interior, un ruido extraño e inoportuno huayco se presentaba dando grandes alaridos y bramando en su loca carrera desde mis entrañas… hacia afuera… Se desató la horrible inundación ¿y cómo haría para limpiar mi… imagen?:
¿Y luego, cómo haría para presentarme totalmente pulcro ante mi futuro suegro?
Ta, ta, ta, tannn…
(Continuará)





No hay comentarios.:

Publicar un comentario