Los dos habíamos quedado varados accidentalmente
en el mismo aeropuerto, casi a la misma hora y en el mismo día, pero ya nos
habíamos visto reiteradamente al deambular ambos por los largos e innumerables pasadizos
atestados con cientos de caras somnolientas, cansadas y fugaces que iban y
venían, de aquí para allá, en pos de arribar a sus propios destinos. Ya nos
habíamos hecho un tanto conocidos y nos sonreíamos en esas constantes idas y
venidas de cuatro días escondidos entre los ambientes más solapados, a fin de
no ser descubiertos por las cámaras y puestos de vigilancia a disposición de la
policía interna.
-¿Voz te habéiz eztraviao… o no te han venío a recoger? ¿Habéiz perdío
vuestro vuelo? –me dijo-
-¡No! Lo único que he perdido son 10 kilos, pues desde hace dos días
solo tomo agüita de grifo y me trago los pocos restos que dejan los viajeros en
el comedor… ¿Y tú?
-Pozzz vine de Madriz… pero me han dejao sin valija… solo tengo mi
pasaporte y…
-¡Estamos en las mismas condiciones! ¿Qué podemos hacer?
Lo cierto era que después de tres
días de ayuno obligado y a punto de volvernos transparentes de perfil o de
frente, ´se nos presentó la Virgen´ hecha mujer y vestida con un gigantesco sobretodo
kaki, con un gorrito del mismo color y armada con un balde en la mano derecha y
un trapeador en la izquierda; la misma que viendo repetidas veces a este par de
sombies deambulando sin rumbo alguno, con las ropas chorreadas y sosteniéndonos
la quijada porque se nos caía de pura hambre; de un empujón nos metió en el
cuarto de servicio y generosa, nos ofreció un par de aplastados sándwiches a
cada uno -del día anterior- pero que nos supo a gloria. A la mañana siguiente
ya teníamos trabajo como ayudantes y, a los seis meses, figurábamos en
planillas. El idioma tuvimos que aprenderlo en dos patadas, porque como
incentivo, nos prometimos estudiarlo todas las noches, después de las tareas
encomendadas; caso contrario, recibiríamos dos patadones de nuestra
bienhechora, una gran mujer (1.75m, 99kg y talla 45 de zapatos); lo mejor, ya
sabíamos que lo cumplía: dos semanas de cúbito ventral para refrescar el poto.
Así pasaron tres años y pasó lo que tenía que pasar, pues recuperamos casi
inmediatamente las locas ganas… de vivir: y consecuentemente, teníamos que
casarnos porque era una tradición mortal en su familia, sobre todo por parte
paterna cuando el candidato a yerno rehuía su obligación después de haber
adquirido todas las posesiones (ojo posesiones) de esa irrefrenable pasión
femenina que hacía gala su inocente hija.
-¡Amorzzito, tenemo que ir a conocé a mic pares y too lo mío… er una tradizión
obligatoria! ¡No seai malito… ellos se buenísima gente, Chavalío!
-¡Con todo mi corazón, amorcito!
Ella era de Calcuta y portaba una
inmensa bondad debajo de esos intensos ojos negros y por encima, esa fogosa piel
canela que brindaba toneladas de chapes, se había abierto de par en par para
entregar todos sus feroces atributos reprimidos. En esos íntimos trámites, me
contó que siendo adolescente se fue a España con una beca de estudios y solo le
faltaba obtener su grado académico. Llegando a la populosa y ardiente ciudad de
la India, me advirtió:
-¡No os vayáizz a asustá de algunac cozzilla orientale, propia de mi
pueblo! Solo me mirai y yo hazzerle una señita muy disimulá…
Dio la dirección al taxista y
bajamos de la unidad con nuestras maletas llenas de regalos. Apenas estuvimos
frente a la entrada principal de su casa cuando ella, mirando al piso, me
indicó hacer lo mismo: quitarse los zapatos pata meterse en un par de sandalias
y mis calcetines estaban con un par de inmensos huecos que dejaban al aire los
10 dedos. Me las quité disimuladamente y las escondí dentro del bolsillo de mi
camisa…
-¡Good morning, dad!
E hizo una reverencia con ambas
manos juntas sobre el pecho. El saludo fue respondido, luego se abrazaron y yo
traté de imitar a mi hermosa Indira.
-¡Namastéee, dad!
E hice mi inclinación correspondiente…
siendo contestado al instante. El moreno patriarca, acicalándose la barba, nos
hizo pasar a otro ambiente muy elegante pero raro: no había muebles, y pronto
tuve que adoptar una postura de yoga para sentarme sobre unos bellos cojines
multicolor. Pronto ofrecieron unos pequeños cuencos de cristal para servirnos una
aromática infusión (té, suponía), y los tres teníamos que agradecer haciendo un
saludo agachándonos hacia adelante. Así lo hice, pero al inclinarme, se me
escapó aquella maldita bola inoportuna de mis calcetines y justó fue a caer
dentro de la “tetera” en el momento mismo que “mi suegro” quería servirme y
aquel líquido todavía hirviendo saltó sobre la mano de mi “apá”, y soltando de
golpe aquella vasija, fue a dar justo en mis partes con una precisión
milimétrica que me hizo saltar y aullar pidiendo:
-¡Agua, agua… agua helada, helada, please! ¡Quiero ir al baño, por
favor, al baño! ¿dónde…
Y ambos, desesperados, me
llevaron en vilo y me introdujeron a otro cuartito y cerraron la puerta. Estaba
con ambas manos dentro mi ropa interior tratando de hacer un poco de aire. Miré
a mis alrededores y estaba pasmado: en el piso, solo había una especie de hueco
en ese metro cuadrado de reluciente tasa; además, a su costado, había un cuenco
de porcelana con agua y una pequeña manguerita conectada a un pequeño grifo con
su llave. Me quité los pantalones y todo lo demás. Con el agua del cuenco pude
refrescar “mis partes íntimas” y cuando pensé que el asunto estaba solucionado
descubrí que no había ni rastros de papel higiénico; solo me quedaba sacrificar
la ropa interior; cuando de pronto, en mi interior, un ruido extraño e
inoportuno huayco se presentaba dando grandes alaridos y bramando en su loca
carrera desde mis entrañas… hacia afuera… Se desató la horrible inundación ¿y
cómo haría para limpiar mi… imagen?:
¿Y luego, cómo haría para presentarme totalmente pulcro ante mi futuro
suegro?
Ta, ta, ta, tannn…
(Continuará)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario