Ya era de día, porque la fría luz
se filtraba fuertemente a través de los inmensos ventanales del Amsterdam Schiphol
Airport y todavía medio dormido estaba a punto de chorrearme de esa fila de
asientos que la tomé como desesperada cama en la Sala de Espera E-7; mas quise bajar el brazo
instintivamente para no pegarme un maldito contrasuelazo y solo pude abrir a
media caña una persiana de mis ojos; pues desperté rígido, hecho un témpano y
temía estirarme porque con seguridad terminaría trizado en mil pedazos. Terminé
de abrir ambos ojos y recién pude reparar que no tenía en mis muñecas las
hileras atadas; y lo peor, tampoco estaban las dos maletas, otra vez más…
Hice un gran esfuerzo y traté de
reincorporarme en mi dura cama; digo, sobre los estrechos y duros asientos. Me
traqueteó agudamente todo el esqueleto, como cuando tratas de arrancar un trozo
del pan seco y los pocos pasajeros de aquel momento, voltearon todos a mirarme,
extrañados por ese estridente lío de huesos tratando de volver a su sitio. Me
levanté a duras penas y, caminando como pude, llegué al Toilet y tomé un baño
de gato: unas cuantas salpicadas de agua y me sequé con un trozo de papel.
Ahora sí, ya despierto, tenía que encontrar los equipajes, sobre todo el de mi
gran ilusión perdida. Efectivamente, otra vez estuve por más de tres horas
tratando de hallar o la dependencia policial o la caseta de informes. Ya iba gateando
por la décima vuelta y siempre terminaba jadeando, pisándome la lengua junto al
puesto de tulipanes; los miraba, los remiraba y maldecía por mi falta de
orientación; pero en el fondo, sabía que era capaz de encontrarlas. Cansado y
hambriento a más no poder, sentía que el jugo gástrico se me escapaba por los
ojos y los doscientos bostezos no cesaban ni con los cinco litros de agua que
tomaba en cada vuelta. Cuando de pronto escuché una voz conocida venida de muy
lejos, creyendo que ya vivía los sorpresivos desvaríos que anunciaban un inminente desmayo propio
de una larga inanición y mi descomunal languidez:
-¡Hey, hey… you, Mr. Peruviano…! Anoche, dejarrte dorrmirr… tú dar
mucha pena… Quitarr equipajes… estar en la oficina!
-Gracias, muchas gracias Mery y quise acercarme a su lado para
saludarla, justo cuando partía raudamente su carrito para seguir con su
meticulosa inspección y… ¡suácate me vine abajo!
-¡Ouuu my Darling… ¡no hacerme estou!
He despertado con mis dos maletas
y en la mesita hay tres sándwiches triples con una taza de café y el único gendarmerie
del puesto me hace una seña para que coma. No espero una segunda invitación y
me voy con todo al ataque. Apenas termino la única comida tenida desde el día
anterior, el amable gorilón se me acercó y me leyó una nota que decía:
“Dear peruviano, tú estar trranquilou… ya tener tus dos maletas y… tu
chica dejar esta dirección: Universidad de Groningen… allí te espera… Tu negrrita
lindou.
Esta vez demoré menos de cinco
minutos en llegar a la lejana estación de trenes subterráneos halando una
maleta en cada mano. En el trayecto, había visto una y otra vez los luminosos carteles
que señalaban todas las estaciones, el nombre de cada paradero y el tiempo
exacto que llegaría cada unidad. Sin embargo, y para tener mayor seguridad de
ubicarme en la estación determinada, tanto como el sentido correcto de viaje
por realizar, volví a leer y releerlos una y otra vez. Aún más, para mejor
información, a un tipo que pasaba y parecía latino por su facha, le pregunté:
-¡Amigo, ¿esta es la estación correcta para ir a la Universidad de
Groningen?
-¡No, viejo, debes cruzar a la estación de enfrente y subirte en el
coche porta-equipajes…!
Ese día las inmensas escaleras
mecánicas de subida estaban en reparación, por lo tanto, había que mandarse a
pura pata y con seguridad que aquella valija de mi compañera llevaba plomo
porque pesaba unos 50 kg. Salí a la calle, entre un mar de pasajeros que
pugnaban por llegar lo más rápido posible a su destino. Una vez en la vereda,
quise cruzar la pista y 20 personas gritaron a la vez: ¡No! Me tomaron por ambos
brazos y me llevaron en vilo hasta el cruce peatonal y solo me soltaron cuando
el semáforo señalara que podíamos hacerlo con toda seguridad. Sumamente
agradecido seguí caminando muy tranquilo por la cortesía recibida y caminé y
caminé sin sentido… Cuando traté de ubicar la entrada opuesta del Metro. El
poco sol había desaparecido avergonzado por la serie de estupideces cometidas
por este decidido amante… amante del lejano amor, quien seguramente ya estaba
terminando de almorzar, mientras yo seguía deambulando con mis dos maletas a
cuestas y ya veía que algunos uniformados me observaban maliciosamente cada vez
que pasaban a mi lado.
A las diez de la noche he
arribado a Groningen después de haber sorteado mil escaramuzas, pero no podía
dejarme abrumar por mi total y absoluta ignorancia del idioma neerladés, ni por
la inmensidad del ese aeropuerto de porquería; ni por sus transformers azules;
mucho menos por esa serie de estaciones, desvíos y conexiones nada familiares
como las que tenía en mi querida patria. ¡No! Yo tenía que llegar a la bendita
universidad de miércoles esa misma noche porque sabía que todas sus cosas
(incluyendo ropa interior y piyama) estaban en su maleta y me hacía mil
conjeturas por verla desnudita toda esperándome en la puerta de su dormitorio
para que le ayude a ponérsela, arroparla y acariciarla hasta que se duerma
plácidamente: ¡Tengo que tomar un taxi!
Estiré el brazo y se detuvo un
atento chofer. Algo me dijo en su idioma y solo atiné a decirle:
-¡A la Groningen Universidad, please! Y subí las dos maletas.
-¡Okey, Mr.! Bye, bye… y se alejó a toda prisa mientras trataba de
alzar la pata para subir al taxi…
-¡No solo son los malditos de Lima! Aquí también estos hijos de Holanda
hacen lo mismo y…
El taxi retrocedió a toda prisa y
el atento chofer me dijo:
-¡Come in, quicly, quicly…
He llegado a la universidad y en
portería creen que soy otro estudiante del extranjero venido para seguir los
estudios del postgrado.
-¡Hey, Mr. Your Passport, please… and your Student Card, please…
-Mister, I´m not a student… I need you call please to Miss Anggie del
Poto; no, no, Anggie del Pozo, from Perú… she´s a peruvian student… she arrives
this morning… please…
El hombrecito del grueso uniforme
plomo cogió el intercomunicador, apretó un botón y después de una serie de
conversaciones en neerlandés, me dijo:
-¡Mister, you´re lucky… One momento, please… she´s coming now!
-¡Por fin, Dios mío! Sumamente contento por haber logrado cumplir
con la promesa hecha a mi choche Perico, me sentía feliz y seguramente ya
estaba con una sonrisa de oreja a oreja, sentado en esa pequeña banqueta dentro
de la caseta que servía de protección al cuidante de la entrada principal. De
pronto, me pregunté: ¿Y dónde diablos me voy a quedar? No creo que la negrita
quiera hacerme un campito en su… Mejor le dejo su maleta aquí y ahora mismo me
regreso al aeropuerto…
-¡Bye, bye, mister; thank you!
Y dejé la maleta. Tomé
resueltamente la mía y empecé a caminar lentamente y sin esperar nada de nada:
“Me voy donde el destino me lleve; porque en mi bolsillo solo tengo
contados euros para pagar mi regreso en el subte… y no sé hasta qué estación
alcance”. Bye, bye, bye… Y solo me iba
musitando ¡Hasta la vista, babie!
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