domingo, 30 de diciembre de 2018

EL ANÍS, REMEDIO INFALIBLE



Últimamente estaba llevando una vida de perro o mejor diré: estaba sometido a disminuir drásticamente mis cuantiosas comilonas, hasta terminar solo probando una comida muy perra -en el peor sentido perruno-, gracias a la exigente y reiterada dieta recetada por los cinco gastrólocos del SIS, consultados en los últimos seis meses de ayuno: Metformina, fueron sus unánimes y científicas respuestas, en sus variedades: desayuno, almuerzo y postre. La razón causante de mi desgracia comilónica fue una fulminante diabetes grado 3, que me agarró desprevenido después de haber subido algunos kilitos demás (de 84 a 99, totalmente calato y con la manos en los bolsillos), lo que me había convertido en un voluminoso tanque que rodaba pesadamente, causando fuertes terremotos entre mis choches; los cuales, en menos tiempo que un cura renuncia a sus apetitos culi-narios, vieron que Yoni, un muchacho de 1.80m, atlético y bien parecido (a un viejo vecino nuestro), más semejaba un gigantesco balón de playa recontra inflado; a tal punto que mi chaplín sonaba en las esquinas como “El Won Zeppeling”,  o tan bien conocido como el popular “Lima Gas”. Y necesariamente tuve que acudir a un médico nutricionista:
-Oiga, joven, ¿qué diablos está comiendo para que en pocas semanas reviente de buena salud?
-Lo de buena salud… ¿lo dice en broma o por jo…lestar?
-No. No se moleste. Porque tengo una flaca, atendiéndola por casi 30 meses, que pesa 43 kilos… !Y no puedo hacerla subir un solo gramo! Bueno, veamos ¿en qué consiste su milagrosa dieta?
Y después de contarle un poco sobre mis preocupaciones, la ansiedad permanente en la que vivía y el desfile de viandas que circulaban durante todo el día -de todos los días-, me hizo un análisis de la insulina y vio que esta chica se había enamorado dulcemente hasta el poto, haciéndome perder las líneas verticales y convertirme en un imponente Michelín andante y me metió 6 tabletas de Metfor durante las 24 horas de cada día.
Todo hubiera estado de la más normal como cumplir al pie de la letra la clásica receta de: descontar harinas, restar chocolates y nada de embutirse como un oso quintales de azúcar industrial; más esto incluía también: olvidarse de los ricos chanchos, rechazar el infaltable trago y en cambio, hacer mucho ejercicio físico y mental. Sin embargo, después de 8 días, (¡imposible de olvidarme!). Pues, ¡maldita sea!, tratando de caminar más estirado que nunca, pude advertir un sorpresivo perfil altamente curvado, pues un inocultable embalonamiento  empezaba a llenarme tras una serie de ingratas e inoportunas extrañezas: fueron reventando uno a uno los botones de  cada nueva camisa que estrenaba y, para colmo, al quererme sentar en toda una ceremonia de graduación, donde llevaba un terno gris oscuro (negro presentimiento de lo que iba ocurrir), otra vez, salieron disparados los botones de la única camisa ceremonial, dejando descubrir unos vellos comprometedores por su apariencia, sobre  la inmensa pipa que estaba a punto de reventar.
 Y efectivamente, reventó; porque al instante, apenas me serví -discretamente- unos cuantos pastelillos dulces, rellenos con una cremita de leche entera; al instante, se desató una serie incontrolable de gases y, lo peor, no eran de los “patacalas” o silenciosos, sino, que parecía que, afuera, en el atrio, estuvieran reventando una estruendosa sarta de gigantes cohetes festivos y tuve que ir retrocediendo furtivamente paso a paso (mismo Michael Jackson y su paso lunar), para que no fueran escuchados los traicioneros disparos atacando directamente al círculo de íntimos amigos y amigas con los que departía solemnemente una tertulia muy amena. Traté de toser fuerte y en forma seguida para aplacar esa real furia intestinal, pero, con tal empeño, que se me cayeron mis lentes. No me quedaba otra cosa que agacharme para recogerlos y allí vino el acabose: un disparo de cañón habría ocasionado menor estruendo y menos víctimas: todos voltearon al unísono buscando el lugar de dónde partía el pedante disparo. Tuve que esconderme detrás de una señora muy gorda y encopetada, quien fue mi refugio y salvación momentánea, porque, unos segundos después todo el grupo extrañado y pálido, se dispersó en forma violenta tratando de cubrirse las fosas nasales gravemente heridas.
Así las cosas, seguían disparándose en reiteradas ocasiones, (incluyendo mi barra brava y su sensible hinchada), seguían igual o peor; pues me volvían un balón gigante de gas odorífero y aquella vida se tornaba insoportable e irrespirable. Recurrí a tantos especialistas y siempre me recetaban lo mismo: 10 gotitas de Gaseovet cada vez que no quisiera generar repentinas estampidas. Cada tres días, acababa la dotación comprada al por mayor. Luego, cambié tantos especialistas como sus atinadas rectas y nada. Realmente era un nuevo Zeppeling a punto de estallar en el peor momento. Asimismo, vinieron las hierbas: que el mate de coca es lo recomendable del caso; no, porque la hierba buena cumplía su cometido; pero mejor resultaba una buena infusión de Muña; pero sus efectos eran muy pasajeros.
Desesperado y cuidando de no herir susceptibilidades, en especial de aquellos inocentes, quienes iban a la retaguardia, después de algún tiempo me acordé de los remedios caseros de mi Abue Teresa: “El anís es lo mejor para curar los gases”. Y dicho y hecho, me compré un kilo de dichos granitos y efectivamente resultaron ser muy seguros tomados en infusión. Sin embargo, el “Loco Mateo”, mi choche del alma me dijo:
-Oye, Balón, y ¿por qué no te tiras una tacita de té con una copa de anisado? No ves que es el concentrado de dicha semillita… ¡Es mucho más efectivo… y si le metes 2 será mejor!
Muy atento a las recomendaciones de mi amigo empecé mi cura agregando una copita con el té del desayuno; igualmente, dos, después del almuerzo y tres más después de la cena. El asunto aerostático había mejorado significativamente; salvo cuando ingería algún producto lácteo, en cuyo caso, aumentaba la dosis a cuatro o diez copitas. Hoy creo que voy en camino a mi cura total: he invertido el asunto y por cada taza de anisado le echo una cucharadita de té y puedo agacharme con toda confianza y sin ningún peligro; aunque, por siaca, voy a duplicar la dosis, del anisado, me refiero…!Y que sea del puro!



No hay comentarios.:

Publicar un comentario