domingo, 11 de noviembre de 2018

QUÉ PASÓ CON MIS CHACRAS



Seguramente que, al leer semejante título, estás pensando que he cambiado de ocupación o que por necesidad de sobrevivir (porque esto de la pluma solo es para las aves y no quisiera convertirme en una de rapiña, como algunos…); he cambiado, cual Judas characato, las letras por las papas o las cebollas y me he vuelto un verdadero chacarero. Y no porque ganas y lampa me falten; si no porque los tópicos agrícolas solo podría cultivarlos dentro de mis terrenos especulativos. Lo que ocurre es que, preocupado por la aparición espontánea de pequeños síntomas: mocos y babas en cantidades embarrables, sarpullido en toda la espalda (y más al sur son carachas); y solo consigo un poco de calma después de tres horas seguidas que me escarmeno el lomo con un rastrillo de fierro hasta tocar las tripas; además, de aguantarme estoicamente una fiebre tan cariñosa y fiel que solo baja cuando escucho que se está retomando soluciones de la Medicina Ancestral o Alternativa, pero no sé, a ciencia cierta, en qué diablos me voy a meter.
Arañado al 100% como un terreno de cultivo y congelado en mis eternas cavilaciones, he salido a la calle para calentarme un poquito, porque (consejo de mi comadre Ryna), acabo de salir, hecho un chupete de hielo, después de haber estado acostado dentro de  una tina con full hielo por cinco minutitos que me han parecido cinco mil años, a fin de bajar la fiebre (recomendación de mi comadre Rina) y ahora estoy tan rígido como un cristal y temo estornudar y me vayan a recoger con espátula; pero el sol está tan desgraciado que apenas camino una cuadra he empezado a derretirme y estoy dejando una larga estela líquida detrás de mí; sin embargo, serio y decidido continúo arrastrándome, pero ya estoy botando vapor por las orejas y ya están camino a convertirse en parrillada; mas, el excesivo calor me ha exacerbado la comezón y estoy caminando dando saltitos como un acordeón tratando de hallar una superficie que me arranque el pellejo. Empecinado, sigo avanzando cual abrelatas metido en la vereda y me he perdido entre las subidas y bajadas de unas calles angostas. Siento que las miradas me están matando no sé si de pena o de burla. Hasta que casualmente a mi izquierda descubro un edificio de tres pisos. Frente a la puerta principal hay un aviso gigantesco que reza: Clínica de Medicinas Tradicionales y luego presenta una lista de terapias (deben ser); y su sola lectura me conmueve hasta las lágrimas por su afortunada presencia e intuyo que es el principio de una serie de acontecimientos favorablemente positivos; es decir, que me cambiaría esta maldita suerte y me arrimé a la reja para pegarme una última raspadita. Iba a continuar mi saltarina marcha, cuando una atenta voz, procedente del interior, me dijo:
-¡Buenos días tenga usted en esta casa del señor!
- Perdón, ¿de cuál señor…?
-¡De nuestro amado creador! ¡Del Señor que todo lo puede! ¿En qué podemos servirlo? ¿Amarres, digo angustias, depre, soledad, abandono, desesperanza y muchas ganas de mat…?
-¡No! ¡No! No… vea usted, lo que sufro es…
-!Ah, ya! ¡No se preocupe, ha caído al centro especializado en toda clase de sufrimientos… ¡pase por aquí…
Y me condujo por un sendero oscuro tapizado con alfombras rojas escoltadas por filas de gastadas velas encendidas en el piso y un olor entre agradable y penetrante que me iba despertando una encendida curiosidad. Entré en una habitación a todas luces misteriosa, con una mesa de tres patas debajo de un paño negro, donde se podía divisar un pequeño altar con la Virgen de Los Remedios; dispuesta ordenadamente con una serie de objetos esotéricos: bols pavonados en diversos tamaños; signos cabalísticos colgados extrañamente; pirámides transparentes, así como una serie de raros animalitos asiáticos y una música suave se veía venir del fondo. Al momento, una figura femenina mayor, ataviada con una toga azul eléctrico, plena de astros refulgentes y con una fina malla atada en la cabeza. Tomó asiento frente a mí y me invitó a recostarme en una larga camilla gris cercana.
-¡Ahora, buen hombre, dígame ¿en qué podemos ayudarlo?
-Yo solo pasaba por aquí y me invitaron…
-¡Dios nos lo ha enviado! ¡Cuénteme qué le sucede! ¡Aquí le vamos a alinear sus chacras!
-¡Madame… yo no tengo chacras! Lo que yo tengo es un sarpullido de la gran flauta, una fiebre de mil demonios tirando un ritmo del diablo y un catarro que…
-Precisamente, en este milagroso centro lo vamos a dejar como nuevo… A ver, señorcito, ¡recuéstese nuevamente en la camilla y denúdese completamente!
-¿Todo? ¿todito? ¿Es decir, tal como me parió mi santa madre?
-¡Usted lo ha dicho! Tal como vino al mundo… ¡calatito! Cierre sus ojitos… no se preocupe por nada… somos profesionales… y ¡Empezamos!
Suavemente colocó su delicada mano sobre mis ojos; quedé sumido en un limbo maldito, pero desesperadamente asustado porque una serie de fuertes pasos seguidos se aproximaban.
En medio de esa oscura noche, pronto descubrí (por sus voces), que se trataba de tres mujeres asistentes, no sin antes haberme colocado unas pequeñas piedras redondeadas y frías sobre los párpados; luego sobre las clavículas, el pecho y, finalmente, en la zona púbica. De pronto una de ellas se retiró violentamente gritando:
-¡Mi profesor de Comunicación!
Y hasta la fecha estoy tratando de descubrir a quién pertenece esa linda vocecilla… pero, por Dios, que ese alineamiento me ha ordenado las Chakras y estoy por empezar a sembrarlas.





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