Seguramente que, al leer
semejante título, estás pensando que he cambiado de ocupación o que por
necesidad de sobrevivir (porque esto de la pluma solo es para las aves y no
quisiera convertirme en una de rapiña, como algunos…); he cambiado, cual Judas
characato, las letras por las papas o las cebollas y me he vuelto un verdadero
chacarero. Y no porque ganas y lampa me falten; si no porque los tópicos agrícolas
solo podría cultivarlos dentro de mis terrenos especulativos. Lo que ocurre es
que, preocupado por la aparición espontánea de pequeños síntomas: mocos y babas
en cantidades embarrables, sarpullido en toda la espalda (y más al sur son
carachas); y solo consigo un poco de calma después de tres horas seguidas que
me escarmeno el lomo con un rastrillo de fierro hasta tocar las tripas; además,
de aguantarme estoicamente una fiebre tan cariñosa y fiel que solo baja cuando
escucho que se está retomando soluciones de la Medicina Ancestral o
Alternativa, pero no sé, a ciencia cierta, en qué diablos me voy a meter.
Arañado al 100% como un terreno
de cultivo y congelado en mis eternas cavilaciones, he salido a la calle para
calentarme un poquito, porque (consejo de mi comadre Ryna), acabo de salir, hecho
un chupete de hielo, después de haber estado acostado dentro de una tina con full hielo por cinco minutitos que
me han parecido cinco mil años, a fin de bajar la fiebre (recomendación de mi
comadre Rina) y ahora estoy tan rígido como un cristal y temo estornudar y me
vayan a recoger con espátula; pero el sol está tan desgraciado que apenas
camino una cuadra he empezado a derretirme y estoy dejando una larga estela líquida
detrás de mí; sin embargo, serio y decidido continúo arrastrándome, pero ya
estoy botando vapor por las orejas y ya están camino a convertirse en
parrillada; mas, el excesivo calor me ha exacerbado la comezón y estoy
caminando dando saltitos como un acordeón tratando de hallar una superficie que
me arranque el pellejo. Empecinado, sigo avanzando cual abrelatas metido en la
vereda y me he perdido entre las subidas y bajadas de unas calles angostas.
Siento que las miradas me están matando no sé si de pena o de burla. Hasta que
casualmente a mi izquierda descubro un edificio de tres pisos. Frente a la
puerta principal hay un aviso gigantesco que reza: Clínica de Medicinas
Tradicionales y luego presenta una lista de terapias (deben ser); y su sola
lectura me conmueve hasta las lágrimas por su afortunada presencia e intuyo que
es el principio de una serie de acontecimientos favorablemente positivos; es
decir, que me cambiaría esta maldita suerte y me arrimé a la reja para pegarme
una última raspadita. Iba a continuar mi saltarina marcha, cuando una atenta
voz, procedente del interior, me dijo:
-¡Buenos días tenga usted en esta casa del señor!
- Perdón, ¿de cuál señor…?
-¡De nuestro amado creador! ¡Del Señor que todo lo puede! ¿En qué
podemos servirlo? ¿Amarres, digo angustias, depre, soledad, abandono,
desesperanza y muchas ganas de mat…?
-¡No! ¡No! No… vea usted, lo que sufro es…
-!Ah, ya! ¡No se preocupe, ha caído al centro especializado en toda
clase de sufrimientos… ¡pase por aquí…
Y me condujo por un sendero
oscuro tapizado con alfombras rojas escoltadas por filas de gastadas velas
encendidas en el piso y un olor entre agradable y penetrante que me iba
despertando una encendida curiosidad. Entré en una habitación a todas luces
misteriosa, con una mesa de tres patas debajo de un paño negro, donde se podía divisar
un pequeño altar con la Virgen de Los Remedios; dispuesta ordenadamente con una
serie de objetos esotéricos: bols pavonados en diversos tamaños; signos
cabalísticos colgados extrañamente; pirámides transparentes, así como una serie
de raros animalitos asiáticos y una música suave se veía venir del fondo. Al
momento, una figura femenina mayor, ataviada con una toga azul eléctrico, plena
de astros refulgentes y con una fina malla atada en la cabeza. Tomó asiento
frente a mí y me invitó a recostarme en una larga camilla gris cercana.
-¡Ahora, buen hombre, dígame ¿en qué podemos ayudarlo?
-Yo solo pasaba por aquí y me invitaron…
-¡Dios nos lo ha enviado! ¡Cuénteme qué le sucede! ¡Aquí le vamos a
alinear sus chacras!
-¡Madame… yo no tengo chacras! Lo que yo tengo es un sarpullido de la
gran flauta, una fiebre de mil demonios tirando un ritmo del diablo y un
catarro que…
-Precisamente, en este milagroso centro lo vamos a dejar como nuevo… A
ver, señorcito, ¡recuéstese nuevamente en la camilla y denúdese completamente!
-¿Todo? ¿todito? ¿Es decir, tal como me parió mi santa madre?
-¡Usted lo ha dicho! Tal como vino al mundo… ¡calatito! Cierre sus
ojitos… no se preocupe por nada… somos profesionales… y ¡Empezamos!
Suavemente colocó su delicada
mano sobre mis ojos; quedé sumido en un limbo maldito, pero desesperadamente
asustado porque una serie de fuertes pasos seguidos se aproximaban.
En medio de esa oscura noche,
pronto descubrí (por sus voces), que se trataba de tres mujeres asistentes, no
sin antes haberme colocado unas pequeñas piedras redondeadas y frías sobre los
párpados; luego sobre las clavículas, el pecho y, finalmente, en la zona
púbica. De pronto una de ellas se retiró violentamente gritando:
-¡Mi profesor de Comunicación!
Y hasta la fecha estoy tratando
de descubrir a quién pertenece esa linda vocecilla… pero, por Dios, que ese
alineamiento me ha ordenado las Chakras y estoy por empezar a sembrarlas.
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