Después de haberme dado cinco
viajes completitos de ida y vuelta en el tren rápido, a pesar de haber tomado
mis precauciones que el caso ameritaba: a) salir a las 8 de la mañana por siaca
me perdía; b) ubicar la estación más próxima a mi hotel; c) tomar el tren que
me llevara en esa dirección y no al contrario, como lo hice por cuatro veces; y
d) ponerme un protector impermeable en la zona gris; por fin pude llegar a la
cita pactada con mi espectacular gendarmerí 10 minutos antes de las dos de la
tarde. Allí, a lo lejos estaba imponente, puesta en pie, desafiante y con esa
figura inconfundible: por demás atractiva y, sobre todo, estar esperándome así,
inmutable, por cientos de años. En ese mismo instante pensé: no cabe duda, esta
torre está hecha con Aceros Arequipa.
Las nubes habían descendido a ras
del piso y un helado viento azotaba mi rostro y toda mi piel; sin embargo, desde
allí podía contemplar al imponente monumento en medio de una gran explanada casi
blanca resguardada por un cerco de brumosos árboles. En su parte central
estaban desperdigadas una serie de vallas metálicas, donde destacaban dos
pequeñas casetas; una, para adquirir los billetes de subida a los dos niveles y
desde allí, poder contemplar todo Paguís; en dicha planicie destacaban
interminables columnas de chinos, cual hormigas hambrientas; y la otra, para
poder subir ordenadamente por sus ascensores inclinados, conservando la postura
de sus bases trapezoidales. Intrigado por aquel ordenado desorden, me acerqué a
uno de los quioscos que expendían bocadillos, helados y bebidas. No sabía cómo
pedir un helado y solo por señas me hice entender después de lidiar con mi
escaso lenguaje mímico por 20 minutos y ya el empleado estaba rojo de ira;
luego supuse que me estaba preguntando de cuántas bolas lo deseaba, porque me
hizo unas señas que me parecieron obscenas y al toque le repliqué:
-¡Tu ser won! Yo, neli, never, ¡Jamais!
En ese mismo instante se acercó
una apetecible e inconfundible franchutita; y cómo no iba a ser: cabellera
rubia, tacones altos, jean pitillo y unas botas que por poco le llegaban a la
cintura. En su atractiva figura destacaba su imponente delantera (el Cachete y
Cuesta, pensé) y se me prendió el foquito.
-¡Mon amí! Deme dos así; y señalé
las imponentes chichis de mi ocasional vecina y con mis dedos me dirigí hacia
el pecho de la afortunada visita; pero creo que no fui bien entendido por
ninguno de los dos; pues, al instante, ella me lanzó un sopapo que me volteó la
cara y el mozo me lanzó los veinte euros que le había alcanzado. Pero eso no
fue todo, no contento el joven asistente sacó un silbato de la nada y se puso a
tirar pito que daba gusto. De pronto hubo una invasión, no sé de dónde salieron
infinidad de voces, gritos y brazos amenazantes. La gringuita se mataba
explicando el ataque a mansalva (a sus integridades), lo cual iba siendo corroborado
por el desgraciado del heladero y la espectacular turba se me vino encima.
De pronto, en la explanada se
detuvo un carro policial, sonó la sirena como nunca y se bajó una imponente
figura, quien presurosa se acercó a la muchedumbre. Me cogió en vilo no sin
antes llamarme la atención, diciendo:
-¡Tenías que ser tú! ¿No podías esperarme tranquilo dos horitas?
-Pero…
-¡Nada! ¡Entra al carro y no digas nada! Pero si solo era cuestión de
unos momentos… (musitaba)
Sentado en el asiento de atrás me
hallaba sumamente indeciso, pues la sirena seguía llorando por todo el trayecto
sin parar; mientras ella manejaba a cien por hora el volante. Quise pedirle
disculpas por el bochornoso incidente del que me salvó y ya iba a decirle:
-¡Mon amour!...
-Shssst. ¡Ni te atrevas a abrir el hocico! Si solo era cuestión de
esperarme dos horitas… ¿Cómo voy a reportar este incidente? ¡Tenemos que ir
obligadamente a la delegación!
De improviso, giró a la izquierda
y paró secamente el patrullero.
-¡Baja! Mi depa está en el octavo piso y no hay ascensor…
Ha sido el presidio más hermoso
que he tenido por 7 días y mil noches; si es verdad no quería bajar a comprar
al mini-market y todo lo pedíamos por delívery, me olvidé del inmenso y
desgraciado Charles de Gaulle Airport, de los hermosos Camps Elísees, del incomparable
Arc do Triomp o de la Tur Eiffel hecha con Aceros Arequipa; porque aquel
monumento “que era mío”, no solo era hermoso, imponente; sino puro fuego, pura
pasión; hasta que un día salió a trabajar como de costumbre, pero no regresó.
Fui al aeropuerto y traté de indagar por su paradero.
-¡Ha sido trasladada a Orly!
Y la vida se me cayó a pedazos…
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