lunes, 22 de octubre de 2018

MALA PATA



Una serie de seguidos y desagradables acontecimientos rompieron mi tranquilidad al empezar el día, pues para empezar, llegué con una hora de atraso al aeropuerto y desesperado subí por las escaleras mecánicas con una hilera suelta y por poco me quedo sin mi pata izquierda metida  hasta la rodilla entre los dientes de esa cremallera maldita que hambrienta, seguía subiendo y subiendo; sin imaginar siquiera que solo era el preámbulo de una serie de frustraciones seguidas empezando por los malditos controles de aduana internacional pues, al ingreso dejé olvidado mi cel. queriendo mostrar la confirmación de mi vuelo para cumplir con el checking board, motivo por el cual regresé al primer piso, hecho un energúmeno, enfilando directamente mis pasos hacia el mostrador para reclamarlo a la empleada, quien, indiferente y burlona, me advirtió:
-¡¿Cómo no se da cuenta de sus olvidos… además, como yo no sabía de quién era, lo tenía en mi bolsillo esperando… ¿porque un teléfono como este no se puede dejar por dejar, nooo?!
Más tranquilo, con mi alter ego Ultra X en el bolsillo quise volver a la Sala de Espera, pero ni por asomo imaginaba lo que me esperaba en ese maldito puesto de control que ya había pasado anteriormente:
-¡Oyga, ¿dónde cree que va?! Tiene que pasar nuevamente para el registro… así que no se haga…
Con la presión sanguínea en 180° preferí morderme la lengua y casi me la parto. Separé todo lo metálico y levanté los brazos al pasar por el escáner; mas, el detector pegó un grito de mil demonios y aquella morena de 1.80m X 120 kilos me fulminó enérgica de arriba abajo y me gritó:
-¿Otra vez por aquí y con la misma vaina? ¡Regrese nuevamente y quítese los zapatos!
Me los quité y el celular lo puse en la bandeja. Volvía a la carga y la alarma volvió a quejarse, pero esta vez llamando la atención del jefe, el que se acercó inmediatamente y me increpó:
-¡Quítate el reloj pueee, papito! Segunda vez por aquí y todavía… no puede ser, Dios mío… si hay cada est… y preferí no escuchar el resto.
Ya estaba por abandonar el dichoso ambiente y no tenía el celular otra vez. Tuve que aguantar otro sermón después de esperar por 30 minutos y traté de hallar la sala E-13. Después de muchas subidas y bajadas de escaleras interminables, por fin logré hallar el mostrador respectivo donde ya estaban llamando a los pasajeros de mi vuelo. Iba caminando por la manga y por Dios, sentí que me llamaban, volteé y, al avanzar sin ver, tropecé con una hinchada cabinera que se quedó decomisada y me pequé un porrazo que me mandó justo hasta los pies de la azafata, no sin antes, prenderme con uñas y dientes de su corta falda y la dejé en plena tanguita. Sorprendido hasta las lágrimas, quise pedirle perdón, pero un jalón del capitán me devolvió la razón y yo le devolví los restos de la falda que todavía tenía entre mis garras. Ingresé en el avión y todos ya estaban sentados y noté que en su nerviosismo se cuchicheaban y unas carcajadas ahogadas recibían mi raudo ingreso. Solo cuando estuve sentado pude darme cuenta que no traía la correa del pantalón y el calzoncillo estaba dejando adivinar todas mis miserias. Avergonzado hasta las uñas del pie derecho, subí la cremallera y me abroché el cinturón.
Para desgracia mía me había tocado el lugar de junto a la ventana y al iniciar el rápido impulso para levantar el vuelo, vi que el piso de deslizaba violentamente bajo mis pies y me mareé al toque. Sentí profundas náuseas y el estómago se me revolvió violentamente y por poco baño (es un decir) a mis compañeros de fila y a los del asiento anterior. Tocaron el timbre para que acuda la auxiliar de vuelo y entre dos me llevaron al baño, pero fue tarde, el desayuno se quedó temblando por el camino.
A esas alturas (5 000 pies), creía que ya había pasado esta mala racha y que ahora me tocaría estar entre nubes de blancura y comodidad. Quedé un tanto dormitado y perdí la noción del tiempo. El viaje había sido programado para 14 horas de duración. Pronto por los parlantes anunciaron en tres idiomas seguidos:
-¡Su atención, por favor, señores pasajeros, en breve se servirá el desayuno; así que, señores, preparen sus mesitas y coloquen rectos sus asientos para comodidad de sus vecinos!
Una rara sensación de hastío y dolor se filtraba por mis entrañas; pero como el hambre es muy hombre, enderecé mi espaldar, preparé mi mesita y brindé una sonrisa a mis compañeros de viaje.
-¡Señor, ¿ya está bien? Lo veo con otro semblante. ¿Desea tomar un jugo o prefiere té; acaso un cafecito bien caliente?
Y solo asenté mecánicamente con la cabeza y le brindé una sonrisa de oreja a oreja.
Antes me había entregado una toallita caliente para la limpieza de las manos y una bolsita plástica con frutos secos y pasas; ya estaba por pasarme el café cuando un fuerte vacío hizo que la gran nave descendiera violentamente y la octogenaria que estaba junto al pasillo pegó un grito desesperado y levantó ambos brazos, chocando fuertemente con la azafata justo cuando me alcanzaba la bebida caliente, con tan mala suerte que el quemante líquido, todavía despidiendo vapores, cayó justo sobre mis piernas y al tratar de esquivar la avalancha, volteé el jugo, el té y el agua de mi vecino.
Ahora me encuentro en el puesto policial del aeropuerto a la espera de poder levantar los cargos calificados como desacato a la autoridad, agresión física y descontrol agravado.
-¡Pero si solo quería una tacita de café! Y hasta ahora sigo en ayunas desde ayer por la mañana, cuando entusiasmado imaginaba toda la comida que iba a recibir en este largo vuelo…


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