jueves, 25 de octubre de 2018

EL TOILET



Hoy no me cabe la menor duda que vamos camino a una revolución en todos los sentidos de nuestra porca miseria y lo que ayer parecía tan solo una mera propuesta de los futurólogos para los próximos 30 años, como son: las Smart cities, la economía circular o la reinvención de los roles de género; estas solo parecían aproximaciones apocalípticas de lo que iba a ocurrir con nuestros semejantes (lobos X lobas y viceversa), con sus (bajas) acciones y pasiones en un futuro próximo. Tan próximo como el ser incluido en los avatares de los relatos de H.G. Wells y Asimov, parecía algo imposible de suceder; sin embargo, terco como una mula, (Yoni), seguía pensando que la cuestión del cambio de roles “Tal vez” se daría; pero aquello del “cambio de sexo”  estaba muy verde y pasarían mil años y muchos más para que se hicieran realidad “estas especulaciones de los expertos” en ese entonces.
Pero no, ya desde los 70´s,  y con la aparición de la Tercera Ola de Alvin Toffler o las publicaciones de Brockert y Braun, McCarty, etc. se empezó a determinar el surgimiento de aquellos cambios que iban a ocurrir en los siguientes años, lustros o decenios, con tal precisión suiza que hoy haría palidecer al mismito Tiresias, Cirse o Nostradamus; sin embargo, seguimos prestando oídos (y regalando dólares) a Mdme. Safo, al Chamán de las Huaringas o al publicitado Dos Santos; de quien se afirma que es un aficionado a la astrología, empedernido numismático y brillante hacedor mediático de tontos.
Lo cierto es que, el mes pasado, después de haber cruzado el charco y estando por lares franchutes para reconocer la Catedral de Notre Dame y su copia de La Pietá en vivo y en directo. Ya en el trayecto a Paguís, el bus tuvo que hacer un alto para bajarnos, estirar las piernas y aprovisionarnos de algunos bocadillos como soñamos reiteradamente en esas 4 horas de viaje que terminaron por soldarnos ambos cachetes: beber un galón de agua, comer cientos de chocolates, 20 helados con 14 paquetes de galletas más otro galón de líquido para que circule el atracón; surgiendo también otra alternativa por culpa del euro: una minúscula botellita de agua (más de 15 soles), la mitad de un delicioso croisant, más un croque-monsieur (con jamón y queso) o un croque-madame (jamón, queso y huevo). Aunque sus nombres me aparecían haber sido cambiados por la presencia del huevo, optaría por engullir ávidamente una única naranja guardada del desayuno que me supo a miel.
Mas, apenas se detuvo la inmensa movilidad, tanto el chófer como el guía volaron con dirección al TOILET, y ya sabíamos que dicho término correspondía a W.C, servicios higiénicos o baño; también ya estaba metido en el chip nuestro que, cada uno de estos petit-market, contaba su propio surtidor automático de gasolina; pero lo realmente preocupante, real y concreto era que en cada toilet, ya sea para damas o varones, siempre se encontraba colas o columnas gigantescas de aguantados viajeros que portaban cada cual su vejiga a punto de estallar y resultaba bastante divertido, ver por ejemplo, como la fila de damas siempre cobraba vida; es decir, mientras la cabeza de esa larga fila femenina estaba a punto de llegar a la meta, se movía muy poco; en cambio, conforme se alejaba de  la entrada, se retorcía hacia ambos lados y las facciones angustiadas de femme fatale, mostraban -de rato en rato- breves risas forzadas, con retortijones que las tenían a punto de llorar, escapando de su desesperación con destempladas carcajadas.
Sin embargo, cuando llegamos a la esperada puerta del toilet para el desagüe impostergable, pues ya quería escaparse por los ojos; grande fue la sorpresa de nosotros los pujantes porque no había cartelito alguno o menuda señal que indicara si era para damas o varones; es más, la espera era por orden de llegada y no por sexo; mejor diré por género, (porque sé de tus malos pensamientos). La cosa (la espera) iba de lo más bien porque –como nunca- la cuestión (el desembalse) fue un tanto irregular  porque las fulanas no se sentaban una hora cada una (increíble), y pronto solo quedamos una viejita sonriente que me antecedía y este galifardo que ya cruzaba no solo las piernas sino hasta los chicotes porque los riñones estaban conteniendo un sunami desde el aguado desayuno: dos litros de jugo de naranja; dos, de papaya, un kilo de uvas negras tamaño pelotitas de ping-pong, más tres litros de agua que me zampé en el trayecto. Por un instante, ella volteó sonriente sus ahuecados cachetes porque carecía de su casete dental. La doña, a media lengua, me dijo:
-¡No she preocupe, jovenchito; que sholo voy a tardar lo necheshario!
Un tanto tranquilo por sus palabras sentí un poco de alivio y desenredé mis piernas entrelazadas en un par de temblorosas trenzas. Me estiré un poco, adoptando una postura falsa de indiferencia. Traté de silbar La Marsellesa, pero al instante me surgía su letra en español y me perdí en mis divagaciones para ver si estaba en lo correcto o no. Silbé todo el himno nacional mientras recordaba la nueva estrofa y la repetí 10 veces. Solo un furibundo pinchazo en los bajos me hizo retomar la llamada del inminente sunami: pues hacía más de 25 minutos que la doña había entrado lentamente, pero muy oronda y feliz. Toqué desesperadamente la puerta y por poco la tumbo a la doña, quien toda campante salió con su paciencia a cuestas; me miró, me sonrió maliciosamente y entre risas musitaba:
-¡Yo no tengo la culpa… puesh. ¡No encontré nunca el papel higiénico! ¡No es mi culpa, puesss…
Y me dieron ganas de llorar a chorros… porque, allá, a la distancia, mi bus acababa de partir en ese mismo instante.


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