Todavía con los ojos cerrados y
una modorra de los mil diablos hasta en mi mochila, bajé semidormido por las
escaleras del gigantesco avión, para tomar el bus con dirección al edificio del
Charles De Gaulle Airport a las tres de la madrugada y bajo una penumbra reinante
que me obligó a buscar un sitio para poderme guarecer del viento helado y de
los mil chinos que me seguían; para luego quedar, tal como lo hacía casi todo
el mundo, acurrucado buscando abrigo dentro de la recargada movilidad; mas, en
mi mente, todavía seguían rebotando las lejanas palabras del capitán:
-Dear pasengers, we´re in Paguís, oh la lá; welcome and good luck!
Pronto llegamos al edificio circular
de la Terminal 2 y al rato estábamos frente a los controles de migraciones. Un
tanto somnoliento, hice mi colita y solo la presencia de grandes colotas me
despertaron totalmente para poder apreciar las bondades anatómicas de las
franchutes en toda su magnitud. Embebido en mis disquisiciones comparativas ya
iba a entrar en una etapa de proponer alternativas, cuando una voz de soldado
raso metida en una ventanilla, acabó por despertarme de un tirón:
-¡Bon jour, Monsieur! Comment allez vous? Your Passport, s´il vous
plait…
-¡Guat chu chei yu?!
-Hummm… ¿tú tenec poblems? Tú sec problem vegy gande, nooo?... ¿Poc qué
sec deteniro en Amstecdam Aicport?
-¿Detenido yooo? ¡T´as loco, choche! Solo me quedé un rato… conociendo
el Moulin Rouge y el Barrio Rojo; pero… no hice uso de aquellas chicocas que estaban
de re…
-¡Tú tenec que espedac en el Police Depactament! Yaaa? Y me señaló su
ubicación con ese dedo inflexible; pero la inmensa mole colorada me selló el
pasaporte.
Lo recogí al toque junto con mi
fiel mochila y volando, hice que mis pasos pareciesen ir en dirección del
puesto policial, pero busqué disimuladamente la serie de flechas que decían Exit.
Una vez en las afueras, me dirigí apresuradamente hacia los trenes rápidos.
Compré una tarjeta para 10 viajes y rápidamente me escabullí entre ese gentío
multirracial, desesperado y aparentemente desordenado, para luego tomar aquel
coche que nos llevara al centro de Paguís. Sí, en la cartelera interna de ese
coche tenía que buscar la estación del Arc de Triompe o la famosa Place de l´e
toile. Pero en el trayecto veloz de esa huida, reparé que nos estábamos
acercando a la Place Charles de Gaulle. Una duda interna se filtró caleta hasta
el ombligo y me ombligó a “preguntar” a un tipo metido en un gabán beige, tras unas
gafas oscuras y con las solapas levantadas. Felizmente entendió mis señas; se
agachó mirando hacia ambos lados y me murmuró, cubriendo con su sombrero mi
oreja:
-Antes era la Place de l´e toile, ahora es la Place de Gaulle… Apúrese
que es la siguiente.
Sin pensarlo dos veces y contando
con la seguridad de haber escogido al choche correcto, me bajé en la estación y
pude ver que casi se vaciaron por completo todos los coches, creando una
estampida presurosa, ensimismada; que con gran celeridad subían las escaleras
para posteriormente, distribuirse en hileras apretadas tomando diversas
direcciones.
-Mademoiselle, si vu plé, ¿el Arc do Triomp?
-Yea, yea! Let´s go!
Y me tomó del brazo para llevarme
por una de las 12 largas y hermosas avenidas escoltadas por largas filas verdes
de interminables árboles y solo por señas íbamos acompañados de lo más bien.
Sin embargo, aquel gabán beige creía haberlo visto escabullirse furtivamente ya
por tres veces seguidas, pero luego desaparecía. Un temor empezaba a crecer
dentro de mis largas experiencias escapistas, pero primero era tenderla, digo,
atender a la solícita y exuberante rubia –imaginaba-; pues la suponía estaba
bien proporcionada debajo del abrigo que lo iba dejando conforme nos
acercábamos al portal gigantesco. Sin duda alguna, aquel bendito arco era
grandioso, imponente y toda la gente apostada en su derredor se quedaba
maravillada y los cientos de imágenes y tomas, quedaban registradas en los
miles de teléfonos y cámaras disparadas. Creo que allí estuvimos como dos horas
contemplando las enormes figuras adosadas artísticamente, así como la tumba del
soldado desconocido (que ahora ya lo conocía); luego, nos fuimos caminando
alegres y satisfechos por los Campos Elíseos. Le hice una seña con los dedos para
ir a comer y pronto nos sentamos junto a una mesita de fierro forjado alistada
con individuales de papel; todo al aire libre. Vino el correcto garzón y ella
en perfecto francés, pidió dos tazas de café con cuatro croisants; mientras
tanto, ella seguía empeñada, tratando de explicarme con señas, en un mapa de la
ciudad, los sitios más concurridos para el deleite de los turistas; luego, más
animados, pedimos dos sándwiches con dos copas de vino Sauvignon. Al rato me
tenía de su mano y sus carnosos labios rojos se me estaban metiendo hasta
encender bajas pasiones. De pronto, ella se puso en pie repitiendo la palabra
toilet y lentamente se perdió sonriente entre las pequeñas mesas interiores de
aquel inmenso restaurante.
Sin embargo, otra vez pude
descubrir aquel traje beige una vez más quiso pasar inadvertido por la acera de
enfrente con las manos metidas en los bolsillos y lanzando una maliciosa mirada
de soslayo, la que rompió mi serena quietud de esa larga espera... Hasta que
vino el mozo por dos veces y me hizo una seña como que escribía algo sobre su
mano para el pago de la cuenta. Cancelé el monto y me retiré un tanto
ensimismado en mis locos pensamientos sobre los recientes acontecimientos.
Seguía caminando un tanto distraído por las bondades del paisaje, pero por
sobre todo la belleza de la mujer parisina y ya quería hacer planes, cuando me
saltó una preocupación y… ¿la rubia de la estación? ¿y su desaparición
repentina? ¿Había sido tan solo una mera ilusión? ¿Cómo haría pa…
-¡Mesié, ¿gueconocec esta imagen?!
-¡Claro, tha´s me, mon amí!
-Entonces… ¡Usted acompañacme a la Gendacmerí del Chals de Gol!
(Continuará)
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