Como siempre, durante los últimos
10 años habíamos hecho muchos esfuerzos para llevar a la family unos cuantos
días para gozar del sol, del mar y de un feliz relajamiento veraniego en las
soleadas y soñadas playas de años anteriores. Como comprenderás, caro amico,
los ánimos habían sido calentados desde el medio año; de tal modo que cuando
alistamos las chivas veraniegas (cinco gigantescas maletas, diez maletines King
size y veinte aparejos de pesca: diminutos shorts, bikines, tops; polos y gran
variedad de sombreros, sombrillas y bronceadores). La decisión fue unánime:
queríamos que fuesen unas vacaciones inolvidables y vaya que lo fueron:
1° La primera gran sorpresa que
recibimos fue en el mismo momento que nos acercamos a las tres únicas ventanillas
para comprar nuestros pasajes y la ajada vendedora metida entre un montón de
papeles y su vieja compu, nos miró cansada por entre sus remedados espejuelos y
nos espetó aburrida:
-La empresa este año tiene una
promoción para las familias con más de cinco integrantes…como es su caso,
señor… ¡cincuenta soles cada boleto! ¡Plop!
Cincuenta cocos del alma… por
este bus destartalado, sucio; informal y carente de buenos asientos, ni
cinturones de seguridad. Además, el único chofer de la ruta hacía las veces de
boletero, cobrador, inspector y guía turístico en cada parada; porque un viaje
de tres horas demoró cinco. Pucha, que parecía una vieja combi con treinta y
más paraderos en el trayecto. Pero esto no fue lo único. En el camino, subieron
15 pasajeros adicionalmente parados, con cerros de bultos, además de recibir
gratuitamente y con yapa a los reiterados vendedores de gaseosas, torrejas
guardadas y chancho malogrado; es decir, después de media hora, el ambiente se
había cargado de Chanel N°5 para gozarlo todo el viaje.
2° Ser desembarcados a la prepo, y
ya instalados en la casa veraniega que estuvo cerrada casi todo el año, la
encontramos húmeda, con tanta arena acumulada que parecía demolida y a media reconstrucción;
y las añejas puertas reventaban de puro tufo interior, repleta con full telarañas
y nidos de tarántulas en los baños. Sus pisos improvisados, habían sido
tragados íntegramente por los gigantescos huecos que hacían la veces de silos.
3° Al día siguiente, una vez en
la playa de 50m2, empezó la travesía: sí, era para verlo y no
creerlo: había cinco mil sombrillas, diez mil perezosas y treinta mil venecos, más
el millón de improvisados vendedores ambulantes acabaditos de bajar, junto con
quinientos selváticos andariegos, todavía envueltos en sus gruesas cushmas,
portaban cientos de plumas en la cabeza y huayruros mil en las manos; haciendo
de la esperada playa para el descanso y solaz esparcimiento un endemoniado
mercado persa, mezclado con una sucursal de la infernal parada. Sin embargo, a
pesar que no cabía ni un alfiler, todos tuvimos que replegarnos bajo una sola
sombrilla. Resultamos ubicados a un metro del embate de las olas; quedándonos
en pie (horas tras horas) pensando que, por la tarde, la muchedumbre se iría
retirando poco a poco. Pero no. Llegaron el triple de veraneantes en repletos
camiones venidos de todos los conos; buses interprovinciales y taximotos
locales.
Pero la expectativa llegó a su
clímax durante las primeras horas de la tarde. Recién pudimos disfrutar del
espectáculo en su máximo esplendor: los paisanos empezaron a destapar sus
atados de comida envueltos entre diez manteles para guardar sus aromas, que, en
determinado momento, nos pareció Mistura, pero en su versión chicha del Parque
Huaynaputina. Pronto debajo de las sombrillas se dio la largada y las fieras se
abalanzaron sobre las ollas, a mano limpia y a puro dedo. Era una visión antediluviana
de disputa mortal por la comida en los albores del tiempo. Luego vinieron las
chelas en ingentes cantidades y el descontrol, el desorden y la suciedad
convirtió la explanada en una jauría de insultos, peleas, jalones y amenazas:
-¡Oe… ¿Acaso eres misio? Te toca
tu par de joncas… al toque! ¡Anque no comas mañana!
-¿Tas tú…? Taviya tenemos dos
cajas… ¿Acaso no sabes ande estás sentao?
Serían las seis de la tarde y
todavía estábamos con un poco de luz natural y aquel campo de batalla quedó extrañamente
interminable, inmundo y bombardeado. Debajo de cada supuesta familia, quedaban
regados cúmulos de platos descartables con restos de comida, formando montones
de suciedad y miles de moscas; también podías apreciar desconsoladamente, toneladas
de cáscaras de frutas desafiantes como sacándonos la lengua por entre la arena.
Y un olor mortal a degradación física, psicológica y moral que todavía nos hace
maldecir el haber venido desde allá, lejos. Metros más allá, todavía algunos
cuerpos eran arrastrados por entre la arena, haciendo dobles surcos, junto con
los pies de aquellos parientes que tampoco podían mantenerse en pie.
Ya casi, a media luz, por fin pudimos
sentarnos y respirar un poco de tranquilidad. Tomamos asiento para podernos
recuperar del plantón sufrido y queríamos meternos como sea al mar para darnos
un buen chapuzón reparador. Sin embargo, una sola voz alcoholizada y tendida en
la arena nos alertó:
-¡Han chupao toda la tarde y…
tuaviya quieren meterse al mar… Inconscienteees!
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