lunes, 30 de abril de 2018

ARENA, SOL Y CHICHA…RRONES



Como siempre, durante los últimos 10 años habíamos hecho muchos esfuerzos para llevar a la family unos cuantos días para gozar del sol, del mar y de un feliz relajamiento veraniego en las soleadas y soñadas playas de años anteriores. Como comprenderás, caro amico, los ánimos habían sido calentados desde el medio año; de tal modo que cuando alistamos las chivas veraniegas (cinco gigantescas maletas, diez maletines King size y veinte aparejos de pesca: diminutos shorts, bikines, tops; polos y gran variedad de sombreros, sombrillas y bronceadores). La decisión fue unánime: queríamos que fuesen unas vacaciones inolvidables y vaya que lo fueron:
1° La primera gran sorpresa que recibimos fue en el mismo momento que nos acercamos a las tres únicas ventanillas para comprar nuestros pasajes y la ajada vendedora metida entre un montón de papeles y su vieja compu, nos miró cansada por entre sus remedados espejuelos y nos espetó aburrida:
-La empresa este año tiene una promoción para las familias con más de cinco integrantes…como es su caso, señor… ¡cincuenta soles cada boleto! ¡Plop!
Cincuenta cocos del alma… por este bus destartalado, sucio; informal y carente de buenos asientos, ni cinturones de seguridad. Además, el único chofer de la ruta hacía las veces de boletero, cobrador, inspector y guía turístico en cada parada; porque un viaje de tres horas demoró cinco. Pucha, que parecía una vieja combi con treinta y más paraderos en el trayecto. Pero esto no fue lo único. En el camino, subieron 15 pasajeros adicionalmente parados, con cerros de bultos, además de recibir gratuitamente y con yapa a los reiterados vendedores de gaseosas, torrejas guardadas y chancho malogrado; es decir, después de media hora, el ambiente se había cargado de Chanel N°5 para gozarlo todo el viaje. 
2° Ser desembarcados a la prepo, y ya instalados en la casa veraniega que estuvo cerrada casi todo el año, la encontramos húmeda, con tanta arena acumulada que parecía demolida y a media reconstrucción; y las añejas puertas reventaban de puro tufo interior, repleta con full telarañas y nidos de tarántulas en los baños. Sus pisos improvisados, habían sido tragados íntegramente por los gigantescos huecos que hacían la veces de silos.
3° Al día siguiente, una vez en la playa de 50m2, empezó la travesía: sí, era para verlo y no creerlo: había cinco mil sombrillas, diez mil perezosas y treinta mil venecos, más el millón de improvisados vendedores ambulantes acabaditos de bajar, junto con quinientos selváticos andariegos, todavía envueltos en sus gruesas cushmas, portaban cientos de plumas en la cabeza y huayruros mil en las manos; haciendo de la esperada playa para el descanso y solaz esparcimiento un endemoniado mercado persa, mezclado con una sucursal de la infernal parada. Sin embargo, a pesar que no cabía ni un alfiler, todos tuvimos que replegarnos bajo una sola sombrilla. Resultamos ubicados a un metro del embate de las olas; quedándonos en pie (horas tras horas) pensando que, por la tarde, la muchedumbre se iría retirando poco a poco. Pero no. Llegaron el triple de veraneantes en repletos camiones venidos de todos los conos; buses interprovinciales y taximotos locales.
Pero la expectativa llegó a su clímax durante las primeras horas de la tarde. Recién pudimos disfrutar del espectáculo en su máximo esplendor: los paisanos empezaron a destapar sus atados de comida envueltos entre diez manteles para guardar sus aromas, que, en determinado momento, nos pareció Mistura, pero en su versión chicha del Parque Huaynaputina. Pronto debajo de las sombrillas se dio la largada y las fieras se abalanzaron sobre las ollas, a mano limpia y a puro dedo. Era una visión antediluviana de disputa mortal por la comida en los albores del tiempo. Luego vinieron las chelas en ingentes cantidades y el descontrol, el desorden y la suciedad convirtió la explanada en una jauría de insultos, peleas, jalones y amenazas:
-¡Oe… ¿Acaso eres misio? Te toca tu par de joncas… al toque! ¡Anque no comas mañana!
-¿Tas tú…? Taviya tenemos dos cajas… ¿Acaso no sabes ande estás sentao?
Serían las seis de la tarde y todavía estábamos con un poco de luz natural y aquel campo de batalla quedó extrañamente interminable, inmundo y bombardeado. Debajo de cada supuesta familia, quedaban regados cúmulos de platos descartables con restos de comida, formando montones de suciedad y miles de moscas; también podías apreciar desconsoladamente, toneladas de cáscaras de frutas desafiantes como sacándonos la lengua por entre la arena. Y un olor mortal a degradación física, psicológica y moral que todavía nos hace maldecir el haber venido desde allá, lejos. Metros más allá, todavía algunos cuerpos eran arrastrados por entre la arena, haciendo dobles surcos, junto con los pies de aquellos parientes que tampoco podían mantenerse en pie.
Ya casi, a media luz, por fin pudimos sentarnos y respirar un poco de tranquilidad. Tomamos asiento para podernos recuperar del plantón sufrido y queríamos meternos como sea al mar para darnos un buen chapuzón reparador. Sin embargo, una sola voz alcoholizada y tendida en la arena nos alertó:
-¡Han chupao toda la tarde y… tuaviya quieren meterse al mar… Inconscienteees!  


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