La luz rojiza del neón
fosforescente iluminaba por momentos una parte del taxi del cual habíamos descendido
alborozadamente en medio de un bullicio estrepitoso: -Sí, aquí es el sitio; -No,
no creo que este sea el hueco; -¡Bajen, nomá, troludos… y saquen sus verdes…
porque el coronel de la puerta no deja meterse a los chibolos; con las ladies…
¡No pasa nada! -Ya saben todos… digan que se han olvidado sus DNI… y si no
quiere atracar el zambo, le metemos un verde de 50 coquitos en su brillante uniforme
y se acabó la requisa…
Luego de conseguir la visa,
ingresamos torpemente por un sendero enteramente verde- amarillento que hacía
destacar las plantas colocadas a lo largo del apretado sendero. Ahora los
rostros parecían un desfile grotesco de máscaras que se confundían entre las
sombras recortadas fugazmente por las plantas de ese largo zaguán. Nuestra
curiosidad iba en aumento por cuanto, de pronto, chocamos con una abertura, a
manera de cueva subterránea, que hacía las veces de una inmensa boca que nos
iba tragando uno por uno hasta desaparecer todos por una rústica escalera,
cuyos peldaños chirriaban a cada paso como quejándose de nuestra presencia.
Dentro de esa oscura visión
inicial del ambiente, apenas se podían distinguir algunos grupos, seguramente
sentados, pues a media luz, parecían grupos de enanos que se movían
frenéticamente de un lado al otro, al compás de los golpes bajos que se metían
hasta el estómago; había parejas tomándose las manos y los cuerpos sin reparo
alguno y, alrededor, una serie de borrosos sujetos que, apostados junto a los
postes o las paredes del local, estaban fumando ansiosamente, forjando figuras
desgarbadas a punto de chorrearse hasta llegar al piso. Solo las diminutas
luces se color seguían girando interminables, haciendo que cobren vida sus
asistentes dentro de ese espectáculo lóbrego, humeante y libertino; pero que,
todos los fines de semana exigían una devoción y pleitesía a forro. Era pecado
mortal el no asistir al “Cadalso” para romperla con los choches del barrio y
algunos de la universidad.
Pero eso no era todo. Desde que
estábamos “arreglando” nuestro pase, los contagiosos sones se hacían sentir y
retumbaba hasta la vereda. Este era el llamado de la selva que se estaba
esperando toda la semana. Adentro, junto a la invisible pista y casi metidos
con los bebedores insaciables, arrimados a cada lado de la concurrida barra, había
dos juegos de parlantes gigantescos, Unos dedos mágicos controlaban
magistralmente los embriagantes ritmos que te metían disimuladamente al baile;
sin duda, giraba despabilado, fumado hasta las tapas; le metía full volumen a
cada serie de canciones por acabar y, de rato en rato, locamente arengaba a los
choches asistentes para que soliciten pedidos; además, viejo animador, propiciaba
concursos de la rica salsa, del incomparable reggaetón y del sensual reagge,
incitando que la pareja (heterodoxa o improvisada) que mostrara mejor perreo
tendría grandes premios: tres jarras de sangría
full trago, cinco “Margaritas” o un par de etiqueta azul. Conforme subía el
alcohol y los concursos eran más desafiantes, los bailarines se acercaban más y
más hacia las bocinas, de tal modo que convencía para confundir los golpes de
los bajos con nuestros latidos cada vez más ansiosos de líquido o pastillas, de
humo y de viejos anhelos para olvidarlos –por un lapso, aunque sea- después de
esa carga vivencial acumulada en días, meses y años. Se para un momento la
estridente música de todos, y todos vuelven a sus sitios para recargar los
ánimos.
Yo, había llevado una flaca muy
avispada y escandalosa para impresionar a mi choches de la cuadra. Ya había
pegado unos cuantos ritmos con mi rubia de pelo largo y respondía a las mil
maravillas; Soy teacher de Fitness y danza moderna, -me dijo-, tienes que
estar a mi altura y nos metemos en el siguiente concurso… son dos etiqueta
azul, más medio palito nuestro; ¿no me vas a decir que nooo? ¿Verdad?
Empezó la vaina y el desgraciado
del DJ puso una balada, para bajar la presión –dijo- y la flaca para
impresionar al jurado se me pegó como una lapa y hasta me quiso chapar… Luego,
vino una salsa romántica, y entusiasmado a forro, le estaba cantando al oído de
vuelta en vuelta y terminamos con un feroz chape al centro de la pista. Se
escucharon algunos aplausos; pero el asunto seguía: el reggaetón estaba que
reventaba y mi loquilla se quitó su topcito y lo arrojó con cierto desdén a
nuestra mesa. Enseguida, me miró fijamente y me dijo muy seria: -Cuando esté en
mi detrás, me aflojo la falda para poderme agachar al máximo y nos vamos hasta
el suelo… ¡Oky, doky!
¡No pares! ¡dale, dale, dale! ¡No
pares! Sigue, sigue, sigue… ¡No pares! Y se aflojó la falda. Me tomó
fuertemente de las manos y seguíamos dándole y dándole al ritmo con más frenesí
pero al dar una vuelta intempestiva, se
le cayó el forró en media pista y la gente entusiasmada al extremo, estaba que
deliraba de emoción y las demás chicas quisieron hacer lo mismo. Hubo gritos
destemplados, vivas y más aplausos. Solo me quedó recoger caballerosamente su
prenda y metérmela al bolsillo.
Hoy lunes, a primera hora, ha
venido su padre acompañado de un policía y no entiendo… ¿Acaso le habrá dicho
su hija que yo le baje el calzón? ¿Qué lo tengo como un trofeo de combate? O
que soy un enfermo coleccionista…
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